LA
FESTIVIDAD DE JANUCA
Por: Moshé
Korin
¿Qué
es Jánuca? Parecería una pregunta innecesaria.
Acaso existe alguien que ignore la historia del levantamiento de
los Hasmoneos, los actos heroicos de Iehuda Macabi y sus hermanos? No obstante nuestros sabios creían necesario
plantear esa pregunta y los preceptos de Januca se inician con las
dos notables palabras: "Mahí Januca?"
(Qué es Jánuca).
Toda festividad debe contener una idea, y el heroísmo
militar, por sí mismo, no es motivo suficiente para el pueblo
judío que posee una experiencia histórica milenaria.
En el plano de los logros militares, desde los tiempos de Iehoshúa
Ben-Nun, el discípulo de Moisés o del Rey David, los
judíos habían ocupado un lugar de primera importancia.
Hemos visto, también, un número suficiente de imperios
militares crecer y desintegrarse. Hemos visto las victorias y las
desapariciones de muchos gobernantes. ¿Qué significado tendría,
para un pueblo que ha pasado por tantas pruebas, festejar victorias
militares? |
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Nuestros
sabios sostenían que no existe motivo alguno para enorgullecernos
únicamente por la victoria militar y es por eso que los pensadores
judíos han dedicado más energías y tiempo al interrogante:
¿Cuál es la idea de Janucá?
LA
HEROICIDAD.
Claro
está que los actos heroicos de los Macabeos suscitaban desde
siempre sentimientos de orgullo y de elevación de espíritu
nacionales. Pero nuestros mayores solían alegrarse más por
el milagro de Januca que por las bravuras de los
héroes.
El milagro de Jánuca significa heroísmo espiritual, el heroísmo de los débiles. En los días de
Jánuca el judío expresa su gratitud: "Masarta guiborim
biad jalashim, verabím beiad meatim" es decir:
"Los poderosos se han rendido ante los débiles, y pocos doblegaron
a una multitud". En nuestros escritos se ha relativizado el rol de
los Macabeos en las grandes luchas por la libertad nacional y religiosa.
Hubo motivos para ese proceder. Los descendientes dinásticos de
los Hasmoneos destrozaron, con sus propias manos, lo construido
y erigido por sus mayores. Entre ellos se encontraron Alexander Ianai, Hordus (Herodes) y otros. Sus exageradas ambiciones políticas
y militares los llevaron a librar luchas internas y, finalmente, Judea cayó sometida a un nuevo yugo, el romano.
Persistir en la tarea de alabar el heroísmo físico,
sería presentar ante la juventud una imagen falsa.
Los líderes espirituales judíos de los tiempos pasados previeron
esos peligros y por lo tanto, en aquella literatura, ocupan un lugar primordial
los héroes de la paz, como Hilel el Anciano, Rabi Iojanan
ben Zakai, Rabi Shimon ben Iojai, y otros.
La Kedushá (Santidad) y no la fuerza física, ha sido
entronizada como el ideal más elevado de la educación judía.
LOS
SÍMBOLOS.
La
tradición se ocupó más del símbolo de Januca,
las velas, que de las guerras libradas por los Macabeos.
Todos conocemos la historia del cántaro de aceite que, alcanzando
tan sólo para un día, alimentó la llama durante ocho días enteros.
A través del sentido común resulta difícil comprender
este milagro, pero más difícil aún resulta comprender
el hecho de que este milagro se haya convertido en motivo para establecer
esta festividad cuya vigencia abarca largas generaciones.
Estamos llegando así al símbolo más importante de
Januca: la Menorá (el candelabro). Excavaciones realizadas
en el curso de los últimos decenios demuestran que la Menorá,
ese candelabro de Januca, ha desarrollado un rol de gran importancia durante
todos los tiempos. ¿Qué fue lo que los artesanos, orfebres y artistas
se habían propuesto expresar a través de este símbolo
de Luz en el Templo?
Los gobernantes griegos creían que a través de la conquista
de Jerusalem, y de la colocación del ídolo griego en el Templo, lograrían la destrucción definitiva de la
resistencia espiritual de la pequeña Judea. Cometieron un craso
error. El Templo era considerado sagrado para el pueblo de Israel,
pero el pueblo encontró su camino también fuera de ese
Templo, puesto que era un camino hacia la santidad y la fe. En todos
los lugares en que moraban los judíos, Dios estaba junto a ellos.
Cuando la Menorá del Templo fue apagada por
la mano brutal del conquistador Antíoco Epifanus, se encendieron los candelabros a lo largo y a lo ancho del país todo. Cada hogar judío se convirtió en un Templo (Beit Hamikdash)
y cada hombre judío, en un gran sacerdote (Cohen
Gadol). La Luz Eterna del existir judaico no sufrió interrupción
alguna.
En torno a la Menorá, como símbolo, se libró
durante largo tiempo una lucha ideológica. Algunos sostenían
que no se debía, de ninguna manera, producir sustitutos de la Menorá.
También la Ley prohibe la producción de objetos o instrumentos
que imiten los sacros objetos e instrumentos del Templo.
"Lo iaase haadam beit tabnit eijal..." (ninguna persona
ha de construir una casa a semejanza del Templo... una mesa como aquella
mesa ni candelabro como aquel candelabro). Fue por ello que la Menorá de Januca era distinta: la del Templo tenía siete brazos, la de
Januca ocho. De este modo se conservó la diferencia entre el Templo
como símbolo nacional y el llamado "Mikdash Meat",
el pequeño templo del hogar judío.
Cada festividad tiene su propia suerte. Juntamente con Purim, Januca pertenece a las llamadas "semi-fiestas" durante las cuales está
permitido trabajar y ocuparse de los asuntos cotidianos. En estas fiestas
el motivo de la alegría ocupa un lugar más acentuado
que el de la santidad. En este sentido, la tradición judía,
siempre tan severa, se ha liberalizado tanto que hasta se ha permitido
jugar a los naipes en los días de Januca. Mientras que el
milagro de Purim ha obtenido el privilegio de un libro bíblico:
"Meguilat Esther", al milagro de Januca "no le ha sido otorgado ese privilegio". (Ver:
"Ioma" XXIX). La historia de los Macabeos es casi silenciada
en la literatura talmúdica.
IMPORTANCIA
NACIONAL Y RELIGIOSA DE JANUCA.
Los Perushim nos transmitieron el relato conmovedor de Jana y sus siete hijos, muertos al "Kidush Hashem"
(la santificación del Nombre), es decir, en la lucha por la libertad
de culto y de conciencia, cuando se intentó hacerlos rechazar la
fe judía. En realidad, toda la lucha, que perduró durante
años, de un pequeño número de judíos, contra
el poderoso imperio sirio-helénico, era una guerra de "Kidush Hashem". Una guerra ideológica, que se inspira en un
gran y profundo ideal.
Fue la primera vez que grandes masas de población se alzaron en
lucha por su país y se convirtieron en mártires de su fe,
por sus convicciones.
El heroísmo de Jana con sus hijos puede igualarse con el
arrojo y el heroísmo de los líderes Hasmoneos.
Su victoria fue una victoria de ideas, una victoria del espíritu:
"Y tú has otorgado una fama grande y sacra al mundo entero,
mientras que has traído, a Tu pueblo, un gran socorro y una liberación
en esos días".
Luego de la liberación de Jerusalem por los Macabeos, Iehuda y sus hermanos limpiaron inmediatamente de toda impureza
pagana al "Beit Hamikdash". Y festejaron en una
atmósfera digna y solemne la renovación y la santificación
del altar, en presencia de todo el pueblo.
RENOVACIÓN.
El
símbolo exterior de esta festividad de renovación lo constituyen, sin duda, las velas de Januca. Aquel 25
del mes hebreo de Kislev del año 165 A.C., después
de tres años de cruenta guerra, se encendió nuevamente la Menorá en el Templo y, también se encendieron
candelabros en todos los hogares judíos. En tiempos posteriores,
dicha festividad abarcó las comunidades judías de todo el
mundo y se convirtió en la Fiesta de la Luz, o sea de la
luminosidad festiva.
En las fuentes judías encontramos una notable explicación
de los motivos de encender luces en el curso de los ocho días de Januca: "Cuando los griegos irrumpieron en el Templo, tornaron
impuro todo el aceite que encontraron en el lugar".
Y cuando los Macabeos vencieron a los invasores, emprendieron una
búsqueda y no pudieron encontrar más que un pequeño cántaro de aceite, cerrado y marcado con el sello
del Gran Sacerdote. Se encontraba ahí aceite suficiente
sólo para un día.
"Entonces sucedió un milagro y esa pequeña cantidad
de aceite ardió durante ocho días" (Tratado Shabat,
XXI).
El pueblo judío desarrolló un gran amor por todas sus festividades
y, especialmente, en relación con Januca, que tiene ocho
días de duración. Se enciende, por lo tanto, una vela el
primer día y cada día se agrega una vela más. Cada
día la festividad se torna más elevada y radiante. Las velas
poseen la aureola de santidad: "Estas velas son sacras y no nos
está otorgado el privilegio de hacer uso de ellas, sino tan sólo
verlas para poder expresar nuestro agradecimiento a Tu Nombre,
por Tus milagros y por Tu socorro"(Hanerot halalu kodesh
hem, ve’ ein lanu reshut...).
Junto con este milagro de Renovación, la tradición judía
logró el milagro de convertir la historia del pasado en una realidad
actual: el surgimiento del Estado de Israel renueva así
la gesta de los Hasmoneos. Fácil es convertir la historia en un libro, pero es mucho más difícil recrear la historia y otorgarle vida.
Mientras encendemos en los días de Januca las velas de la Menorá, aparecen delante de nuestras miradas los héroes y mártires de todas las generaciones que sacrificaron sus vidas por el pueblo judío, por la libertad judía, por el Estado de Israel y por la lucha de
todos los hombres y pueblos del mundo en aras de su libertad,
su dignidad, los derechos y sus convicciones.
La festividad de Januca, como otras fiestas judías, es propicia
en algunas oportunidades para hacer reflexiones acerca de la situación
actual a la luz de los hechos del pasado.
Januca, que evoca hechos ocurridos alrededor del año 165 A.E.C.(antes de la era Común), y más precisamente la segunda
inauguración del Templo, unos 350 años después de
la primera inauguración.
Sin embargo, hoy, Januca es símbolo de independencia,
de rebelión y de la constante lucha del Pueblo Judío
por mantener su fe y su manera de vivir conjuntamente con la leyenda,
como explicamos recientemente, que pone la parte simbólica a la tradición: la historia del jarrito cuyo aceite se consumió
sólo después de ocho días.
Este año, Israel se encuentra en una etapa más de su independencia
política, lograda hace más de 52 años y el simbolismo
de rebelión, de fuerza y de la fortaleza física y espiritual de los macabeos, que ya ha sido en varias oportunidades
comparada con la capacidad militar de Tzahal, del Ejército
de Israel, tiene tal vez menor relevancia. Esta vez, la "fiesta
de las luminarias" debe ser tomada como un hecho de fe que nos
permite continuar la independencia política de Israel, iluminada
por la luz más potente que tal vez exista, la luz de
la paz.
Los logros obtenidos desde la pasada Januca han sido sumamente
importantes y en algunos casos pueden ser considerados casi milagrosos,
ante las dificultades que enfrentan los pueblos del Medio Oriente para resolver sus conflictos.
Hoy, la rebelión macabea puede aplicarse a toda la región,
pero es una revuelta contra la hostilidad que preservó durante
muchos años y una "inauguración" del Estado
de no beligerancia entre Israel y sus vecinos.
De seguir el camino del proceso de paz, tal vez la Fiesta de Januca venidera
nos encuentre encendiendo la "Januquiá"
(candelabro de ocho brazos) en la misma Damasco, lo que sin lugar a dudas
nos hará repetir el famoso dicho de Januca: NES GADOL HAIA SHAM,
"UN GRAN MILAGRO OCURRIÓ ALLÍ".
Los invito a que pensemos sino es que estamos cometiendo un error
al ceder todo el espacio a fin de celebrar esta hermosa fiesta
tan judía, tan de la libertad, de los derechos
humanos, tan de la dignidad humana y a la vez tan universal - sólo a los "jasidim" u otros judíos ortodoxos
muy religiosos. Los invito nuevamente a reflexionar acerca de ésta
actitud. ¿No estaremos renunciando a espacios tan dignos, tan judíos,
tan hermosos de valores judíos y humanistas que vale
la pena transmitirlos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos?
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