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08-09-2018

Los neonazis suecos quieren terminar el trabajo que inició Hitler

Lo afirma una sobreviviente del Holocausto ante las cruciales elecciones del domingo en Suecia en la que la extrema derecha podría transformarse en la segunda fuerza.

El fantasma del mal que carcomió a Europa en los años ´30 del siglo pasado está recorriendo las calles de Estocolmo aunque nada de eso se pueda ver en una soleada tarde de otoño en esta costanera de Strandvägen.

Allí enfrente, en la plaza que lleva el nombre de Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que perdió la vida salvando a los judíos húngaros en el Holocausto, está hablando una mujer ya anciana pero de voz firme. Es Livia Fränkel, que sobrevivió a Josef Mengele y Auschwitz. Y está advirtiendo a los que la escuchan en esta manifestación contra el resurgimiento del nazismo que hay que tener mucho cuidado de los comienzos, con los primeros pasos que da ese fantasma del nazismo.

"Vinimos a Suecia para empezar una nueva vida y pensamos que habíamos encontrado seguridad y felicidad, y la verdad es que la tuvimos por mucho tiempo", dijo mientras muchos la escuchan entre lágrimas. "Pero esa seguridad ha comenzado a ceder, los nazis una vez más están marchando por nuestras calles. Están extendiendo su mal nuevamente para terminar lo que Hitler comenzó".

La señora Fränkel habla del resurgimiento y el enorme avance que está teniendo la ultraderecha en Escandinavia y el resto del norte europeo. Allí mismo, en esa plaza simbólica, estuvieron unos días antes unos 200 o 300 neonazis del Movimiento de Resistencia Nórdica gritando consignas contra los inmigrantes y el gobierno de coalición de los socialdemócratas y los verdes mientras ondeaban banderas con disimuladas esvásticas.

La manifestación fue un apoyo implícito a los Demócratas Suecos (DS), el partido xenófobo y eurófobo que aparece en el segundo puesto en todas las encuestas con un 20% de intención de voto para las elecciones generales de este domingo. Y siguen en ascenso. Están muy cerca de los socialdemócratas del primer ministro Stefan Löfven que tienen un 24,6%. El candidato de la DS, Jimmie Åkesson, proviene de los grupos ultras que hasta hace pocos contaba con varios nazis entre sus miembros. Y podría llegar a formar parte del próximo gobierno. Históricamente, los partidos de la derecha tradicional y liberales nunca habían querido pactar con los radicalizados neonazis pero esta vez no se muestran tan disgustados. Los Moderados, conservadores de estilo británico, se ven conquistando el gobierno si se alían a ese sector y su 20% de apoyo.

"Nunca se me había ocurrido que tendría la necesidad de salir a la calle para protestar contra los nazis. Me parecía un tema de libros de Historia. Aquí en Suecia nadie podría creer en los últimos 70 años que podíamos volver a temblar porque el nazismo podría regresar. Es una locura y tenemos que detenerla", dijo a la cadena BBC una mujer de unos 60 años que participó de la manifestación antifascista junto a su marido algo mayor que ella. Otra pareja de veinteañeros que se acercó al micrófono aclaró que no tenían el miedo al nazismo en sus memorias. "Pero sabemos que si no hacemos algo antes de que se conviertan en una fuerza que tome las calles, nos vamos a arrepentir de no haber actuado apenas comenzaron", dijo Olav, estudiante de medicina tomado de la mano de su novia.

El SD fue fundado hace 30 años por ex nazis y en los últimos años fue creciendo exponencialmente: obtuvo casi un 6% de los votos en las elecciones de 2010, un 12,9% en 2014. Con la crisis de los refugiados de 2015/16, cuando Suecia acogió a más personas por habitante que cualquier país europeo, subió hasta el 20 por ciento. Los analistas de la escena política escandinava dicen que muchos suecos respaldarán al SD menos por convicción que por la frustración con los socialdemócratas y su fracaso para abordar, e incluso discutir, los flagrantes problemas que han surgido en paralelo con la afluencia de recién llegados. "La agenda política en Suecia es ahora una cuestión de migración y ley y orden, no de problemas tradicionales respecto al Estado de bienestar. Y este cambio es desfavorable para los socialdemócratas", explicó a un diario irlandés Ulf Bjereld, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Gotemburgo.

Precisamente, el primer ministro Löfven lo dijo claramente la semana pasada: "Estos comicios serán un referéndum al Estado de bienestar en Suecia". La socialdemocracia viene perdiendo influencia y poder en la Unión Europea desde hace años; Suecia parecía ser uno de los últimos bastiones de esta corriente que creó la prosperidad y una de las distribuciones de la riqueza más equitativas del mundo. Los grupos antiestablishment -de la ultraderecha en su mayoría, pero también de izquierda- supieron recolectar el descontento de la sociedad. Y en Suecia, como en Italia, Alemania, Hungría o Austria, la cuestión migratoria se convirtió en la punta de lanza para estos grupos neonazis.

"Lo llamativo aquí es que la sociedad, que siempre ha sido políticamente correcta, se fue polarizando como en muchos otros lugares del mundo. Pero la hicieron a la sueca, un poco a escondidas, en silencio", comenta el profesor Bjereld.

Y si llegaran de alguna manera al gobierno el SD, más allá de ganar peso los xenófobos y eurófobos, aparecerá además en Suecia un peligroso mal que afecta a toda Europa y muy especialmente a Gran Bretaña: un posible Suexit. "La Unión Europea es una enorme red de corrupción. (…). No queremos pertenecer a una organización supranacional", dijo Åkesson en una entrevista con el Financial Times. El SD ya viene haciendo campaña para la realización de un referéndum sobre la permanencia en la UE, a la que Suecia entró en 1995. Según varios analistas, una consulta de este calado sería algo tremendamente peligroso a pocos meses de los comicios europeos que tendrán lugar el 26 de mayo del año que viene.

Aunque en menor medida, la relación con Rusia y las políticas de defensa de Suecia de potenciales ataques extranjeros fueron y son temas recurrentes en una campaña electoral dominada por las cifras de refugiados, de solicitantes de asilo, de deportados, de menores no acompañados.

En su obsesión por mantener la estabilidad en la región del mar Báltico, Suecia volvió a imponer hace dos años el servicio militar obligatorio. Además, militarizó con un destacamento permanente la estratégica isla de Gotland, algo que no se veía en esta zona de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, y envió instrucciones a 4,8 millones de hogares sobre cómo se debe comportar la población en situaciones de agresión e invasión de una potencia extranjera.

La pertenencia o no a la OTAN, siempre tema de debate político en Suecia y Finlandia -ninguno de ellos forma parte de la Alianza Atlántica-, e incluso argumento de recurrentes enfrentamientos con Moscú, apareció también en campaña, aunque de una manera más tangencial que en anteriores ocasiones. Y esa precaución que siempre tienen los escandinavos ante su vecino, el poderoso oso ruso, ahora se convirtió en un temor muy grande a una supuesta injerencia por parte del gobierno de Putin en estos comicios como ya ocurrió en Estados Unidos o en el referéndum del Brexit en Reino Unido. Entre otras medidas de seguridad, crearon una fuerza especial que controla y analiza desde un octavo piso de un céntrico edificio de la capital sueca cualquier movimiento sospechoso en la Red.

Por ahora, el SD tiene sólo algunos feudos en el norte y el sur del país, en las regiones menos pobladas y alejadas de las grandes ciudades. Su principal bastión en la pequeña ciudad de Kristianstad, de 40.000 habitantes. Y, curiosamente, la ciudad donde pareciera tener un muro de contención es en la cercana Malmö, que en los últimos tres años recibió casi un cuarto de millón de refugiados de Medio Oriente y África. Allí también ejerce influencia la liberal sociedad de Dinamarca. Malmö y Copenhague están comunicadas por el puente de Orensud que cruza el Báltico. Aunque el odio racista y antinmigrante se extiende por todo el territorio sueco. En diciembre del año pasado, una fiesta de Hanukkah en una sinagoga de Gotemburgo fue interrumpida por cócteles molotov, lanzados por dos palestinos y un sirio, de entre 18 y 24 años.

Dos días después, se descubrieron bombas incendiarias fuera de la capilla funeraria judía en Malmö. También en diciembre, en una protesta en Estocolmo contra el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel, se escucharon discursos en los que se prometió "dispararle a los judíos" a quienes también llamaron "monos y cerdos". En la septentrional ciudad de Umea un centro comunitario judío se vio obligado a cerrar a principios de año después de que aparecieran esvásticas y mensajes pintados en sus paredes que decían: "Sabemos dónde vives". Y hasta un diputado socialdemócrata que se creyó gracioso publicó en Facebook un fotomontaje de Ana Frank con una camiseta y capucha blanca, con el lema: "El judío más cool en la ducha". Todo esto tiene a la comunidad de 18.000 judíos en un alerta que no habían tenido necesidad de mantener en los últimos 50 o 60 años.

Suecia es un país pequeño de apenas 10 millones de habitantes. No tendría que ser demasiado influyente en el resto del mundo. Tampoco el ascenso de los neonazis como la segunda fuerza política. Pero lo cierto es que se trata de un fenómeno que en mayor o menor medida está sacudiendo a todo el continente y podría contagiar y dar fuerza a otros grupos extremistas. El resultado de la elección del domingo, en la que están habilitadas para votar siete millones de personas, podría tener un efecto de dominó. Las piezas cayendo para el lado de los neonazis influenciaría en el ánimo de los votantes de los países vecinos y de todo el norte europeo. Y como advierte la sobreviviente del Holocausto, Livia Fränkel, la Historia enseña que la mayor tragedia puede comenzar con un pequeño triunfo de un minúsculo grupo de fanáticos.

Fuente: InfoBae

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