Sefaraires


SEFARAires
Aires de Sefarad en Buenos Aires
LITERATURA Y ARTE
JOAO

Por Isaías Leo Kremer
Fue en ocasión de un viaje a Brasil adonde me llevara un estudio sobre bromeliáceas, que es un género botánico muy expandido en ese lugar, cuando el azar y el destino hicieron que conociera a Joao. Ya que por encimarse las fechas y muy a pesar mío, me tocó el Día del Perdón en plena tarea y fue por eso que en la víspera, busqué una cabaña donde recibir el magno día.
En una casa humilde en un alto morro con hermosa vista al mar, fue donde pedí albergue aunque sin mayo-res expectativas; el morador era un hombre blanco, pero con rasgos que evidenciaban cruzamiento con sangre afri-cana. Muy afable, no solo me aceptó sino que insistió para que comiera con él apenas bajara el sol.
Lamentablemente, el menú que me ofrecía era a base de camarones y feijoada con carne porcina, rechacé ambos pero para no ofenderlo, comí en exceso toda la verdura y fruta que me servía, deseoso de mostrar mi agrado y preparándome para la jornada de ayuno que me aguardaba al día siguiente.
Al finalizar la temprana cena, tomé el pequeño Majzor (libro de oraciones para Rosh Ashaná y Iom Kippur) que ex profeso llevaba en mi mochila y leí en voz baja las oraciones de la víspera del Día del Perdón. Al terminarlas, mi vista se dirigió hacia mi anfitrión, quien aparentemente me observaba desde un principio; en atención a él, le expliqué someramente lo que había hecho y el por qué y cual sería mi sorpresa cuando Joao, con una sonrisa fran-ca, llena de blancos dientes me dijo ¡ya lo sé, yo conozco lo del Día del Perdón!.
Obviamente me senté a su mesa dispuesto a escucharlo y esto es lo que me narró:
Hace muchos años, un grupo de familias judeo-españolas escapó rumbo a Portugal y una vez allí, pagaron a navegantes para ser llevados a la costa africana. Pero esos navegantes, una vez que los despojaron de todos sus bienes, recalaron en la costa africana donde llenaron el barco con esclavos y las familias españolas corrieron igual destino, todo el cargamento humano fue llevado como mano de obra a las nuevas tierras de Brasil para ser vendi-dos.
Según parece, al llegar a las costas del nuevo mundo después de angustioso viaje, el barco encalló en una "Praia Rasa" (playa lisa), donde la poca profundidad de las aguas les impidió seguir. Sea por descuido de los escla-vistas o por rebelión, los cautivos escaparon caminando por el bajo mar hacia las costas protectoras; una vez allí, cada uno buscó su rumbo y destino, librado a la buena de D"s, pero sin el oprobio y la humillación que la esclavitud representa.
De acuerdo a la narración de Joao, las familias judeo - españolas construyeron precarias moradas en las faldas del morro, ocultas por la espesa vegetación y con buena visual sobre el océano para poder avistar eventuales arribos.
Después hicieron su vida, cada uno de acuerdo a sus creencias y posibilidades; de ese grupo, que había sido durante mucho tiempo endogámico descendía Joao, lo cual lo hacía mi pariente lejano y pese a no saber nada de judaísmo, lo sentí cercano a mí, algo así como un hermano perdido hace ya mucho tiempo.
Por la mañana al despertar, Joao estaba mirando mi Majzor mientras tomaba jugos de frutas de distintos co-lores, muy a pesar mío rechacé su convite y le pregunté qué estaba mirando en el libro.
Me respondió que en una atalaya, en la cima del morro, había escrituras en las paredes con letras pareci-das a las del libro; movido por la curiosidad, quise saber donde quedaba ese lugar, me llevó al exterior y me señaló un lugar muy arriba, donde no divisé nada ya que la densa vegetación ocultaba toda posible morada.
Pese a que no quería realizar ninguna actividad en ese magno día, acepté acompañarlo cuando me lo sugi-rió pues la curiosidad me atenaceaba hasta lo imposible.
Empecé la subida detrás de Joao, para mí fue muy arduo y varias veces estuve a punto de desistir, para colmo no podía beber y mi pérdida de líquido por transpiración era copiosa; fue así como con gran esfuerzo continué la mar-cha, mientras pensaba que esto me ocurría por no haberme quedado en casa con los míos después de Rosh Has-haná y por no respetar los días magnos como correspondía a un buen judío.
¡Por fin llegamos! Dijo mi guía pero yo no vi nada, fue entonces cuando Joao, con su machete, cortó ramas y plantas y apareció ante nosotros una especie de pequeña cabaña con solo tres paredes bajas de troncos de palmera, aden-tro había unos caballetes tapados por la vegetación, todos orientados hacia el oeste y.... nada más.
Quedé decepcionado por el hallazgo y se lo comenté a Joao, éste con su sonrisa franca, me hizo gestos pa-ra que aguardara y comenzó a machetear la vegetación del lado interior de la cabaña; yo, por mi parte y agotado como estaba, me senté sobre uno de los caballetes y abrí mi libro de rezos..
No sé cuanto tiempo pasó, pero fui sacado de mi concentración por las sacudidas de mi compañero, quien insistió para que me acercara con él a los bordes de troncos recién despojados de vegetación merced a su esfuerzo.
Con dificultad pude leer algunas letras en uno de los troncos más altos, sin duda era escritura hebrea anti-gua, copié las letras ordenadamente y sentí un golpe en el corazón al leerlas "Da lifnei mi atá homed" (¡Sabe de-lante de quien estás parado!); es un versículo que aún hoy en día se coloca en algunos frontispicios de templos hebreos.
Luego mi guía, conciente de mi turbación, me llevó a un ala lateral donde a menor altura, había otras letras cuyo significado tardé en comprender; eran letras pequeñas y de escritura tortuosa pero aún legible y decía "Kol Nidrei Lo Kaiamei" (Todos los juramentos no son válidos), deduje que habían sido hebreos convertidos al catolicis-mo en España, que ni bien pudieron hacerlo renegaban de su falsa conversión para reivindicarse como judíos.
Ya en ese momento, la emoción me impedía hablar, era después del mediodía, el sol caía a pique, pero yo estaba bajo la sombra del recuerdo de mis antiguos hermanos, abrí el Majzor al azar y justo se abrió en la página de Izcor (oración fúnebre). La leí por mis padres y después por otros sufridos judíos tratados como esclavos, cuyo sufrimiento habrá sido infinito y sin embargo, conservaron el amor a sus raíces posibilitando incluso, que tanto tiempo después yo llegara a una sinagoga en el día más sagrado del año.
Joao me preguntó qué estaba haciendo, le dije que estaba orando por sus lejanos abuelos, por primera vez me miró sin la sonrisa franca llena de blancos dientes y, ceremonioso me pidió ¡Hazles saber que yo también rezo por ellos!, su actitud también me conmovió hasta hacerme llorar.
Al salir, observé la "jamba"(marco) de una puerta inexistente y en ella había una maderita tallada remedan-do una mezuzáh, estuve tentado de arrancarla y llevármela, pero me pareció que sería una falta de respeto hacia el lugar.
Salí y bajé la cuesta, cada tanto giraba la cabeza para tratar de divisar lo que alguna vez fue un templo sa-grado, hasta que la tupida floresta me impidió hacerlo.
Allí quedará oculto hasta que algún otro caminante, ojalá que sea judío, pueda emocionarse con su contem-plación y profundo significado.
Al regresar a la cabaña de Joao, me invadió un profundo sueño, vi las imágenes de los judíos españoles en las bodegas de los barcos junto a otros sufrientes como ellos, la caminata por la orilla del mar quizás en una noche serena, la fuga hacia las alturas trepando por los morros, el rústico templo, Joao, todo bailaba en mi cerebro en má-gica danza hasta que desperté. Pero no sobresaltado sino con una extraña paz interior, como si el haber conocido los hechos y poder dar testimonio de ellos, diera sosiego a otros que a su vez me transmitían esa sensación de paz.
A mi lado nuevamente estaba Joao con su boca llena de blancos dientes, me ofrecía un jugo de frutas y me señalaba el horizonte donde se veía la primera estrella. Tomé el libro de oraciones, leí el servicio de Neiláh (cierre de puertas), levanté con una mano el vaso de jugo y la otra la puse sobre el hombro de Joao quien hizo lo propio con-migo y dije, como seguramente lo habrán dicho los antiguos abuelos ¡Hashanáh Abá Beierushalaim! (el año que viene en Jerusalem) y en ese momento sentí el eco proveniente del morro, que con la voz de mis sufrientes herma-nos repetía mis palabras: ¡El año que viene en Jerusalem!

(*) El autor, Isaías Leo Kremer, es ingeniero agrónomo, vive en el campo la mayor parte del tiempo, y es un prolífico escritor con numerosas publicaciones entre las cuales se cuentan: Evocaciones, Milonga de independencia. Gauchadas y mitzves. De cada pue-blo un paisano. Mateando bajo el parral. Su relato tiene la hermosa combinación de la rica tradición argentina y lo testimonial de la historia de los sefaradíes.

 

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