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Aires de Sefarad en Buenos Aires
HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES
Descubriendo la América Colonial judía (3º parte)

Por Dr. Mario E. Cohen
El Judaísmo de los siglos XVII y XVIII en el Caribe y su zona de influencia, desde América del Norte a América del Sur y las colonias que formarían los Estados Unidos de América, tuvo características singulares en sus costumbres. Varios especialistas abordaron el tema, pero sólo desde la perspectiva geográfica; hasta aquí no se han realizado estu-dios comparativos entre las distintas zonas que conformaban esta gran región. En nuestro análisis, hemos hallado signi-ficativos puntos de semejanza entre las distintas zonas geográficas.
En lo que hace a la población, vemos que se trató de descendientes de los judíos provenientes originariamente de España y que habían pasado a Portugal a fines del siglo XV, emigrando a Holanda (y sus puertos próximos) a partir del siglo XVII. También emigraron al norte de Italia (Livorno, Venecia, Florencia, Pisa y Ferrara). Y, desde mediados de este siglo, los vemos también conformando grandes grupos en las colonias holandesas, inglesas y danesas de América. Se los llamó los judíos de “La Nación” (aludiendo a la Nación Hispanoportuguesa del Caribe). (1)
Si bien se trata en este caso de una población que apenas alcanzó a algunos millares de personas, representó sin embargo un alto porcentaje en el número total de la población blanca en varios de estos sitios. Por ejemplo, los judíos constituyeron -en ciertas épocas- aproximadamente la mitad de la población blanca en Surinam, Curaçao y St. Thomas.
Para entender hoy el concepto de “la Nación”, debemos partir de la premisa de que se trataba de una impor-tante rama del judaísmo, parte de lo que se conoce hoy como ‘sefardíes’.
La masacre de judíos llevada a cabo por la Alemania nazi en el siglo veinte, produjo una nueva y grave sangría también en dicha rama en Holanda, Alemania e Italia. A todo esto, se suma la asimilación al medio gentil de las otras florecientes comunidades judías del Caribe. Como resultado, ‘la Nación’ se ha reducido notoriamente.
Los judíos de América Central dejaron muy poca literatura escrita, seguramente porque se trataba en su ma-yoría de comerciantes, profesionales, etc. dedicados a la búsqueda del sustento; en general, no ejercieron mayor in-fluencia sobre el resto del judaísmo.
Las restricciones al ingreso de extranjeros y de personas de otras religiones a los dominios del Imperio Hispa-noportugués fueron las que llevaron a muchos de estos judíos a las zonas exteriores al mismo, para sólo desde allí entablar contacto con los habitantes de aquel Imperio.
Especialmente, el comercio internacional fue el modo de intercambio entre estos judíos y los hispanoportugue-ses. Recientemente, hubo un importante hallazgo del arqueólogo Mario Sanoja Obediente: encontró loza holandesa de Delft en varios puntos de concentración judía en el Caribe oriental del siglo XVIII. Y atribuyó la presencia de esta loza al comercio de los judíos sefarditas, que estaban en relación económica con los habitantes de la actual Venezuela. (2)
A su vez, en lo que hace a las costumbres, los judíos caribeños (y zonas de influencia) se diferenciaron del
resto de las comunidades judías de la época, incluso de sus ‘comunidades-madre’ como las de Amsterdam, Hamburgo y Londres. Así, por ejemplo, nos llama la atención que las sinagogas de Surinam, Curaçao, Jamaica y St. Thomas ten-gan piso de arena y que varios de estos templos posean asimismo cuatro columnas centrales. Hemos analizado, a su vez, importante cantidad de leyendas a este respecto que intentan dar una explicación a las sugestivas innovaciones en el levantamiento de los templos.
Pero uno de los hechos que más llama la atención, lo tenemos en el nombre de las sinagogas. Vemos que dis-tintas comunidades pertenecientes a ‘la Nación’, incluso separadas por largas distancias, tienen idéntico nombre. Ve-mos que, el primitivo nombre de la comunidad judía de Londres era el de Saar Hashamaim (Puertas del Cielo); así se llama también el templo de la comunidad judía del peñón de Gibraltar y, al crearse la congregación judía de Kingston (capital de Jamaica), fue también denominada de igual manera.
En América del Norte y Centroamérica tenemos otro ejemplo: Shearith Israel (Remanente de Israel) es el nombre de la Congregación Hispano Portuguesa de Nueva York (en los Estados Unidos) y también de su análoga en Montreal (en el Canadá); pero la cosa no queda ahí, pues la comunidad judía de Panamá tiene un nombre casi igual: Col Shearit Israel (La Voz del Remanente de Israel). En los Estados Unidos vemos que, la Congregación Judía de Newport y la creada posteriormente en Nueva Orleans llevan ambas el mismo nombre: Touro Synagogue.
Un último ejemplo, de gran valor dado que la correspondencia se da allende los mares, lo encontramos en el nombre Nevé Shalom (Casa de Paz), que portan tanto la institución comunitaria judía de Hamburgo (en Alemania) como la de Paramaribo (en Surinam).
Y algo que llama mucho la atención, es el rezo. Específicamente, nos referimos a la oración de acción de gra-
cias por el alimento, que es recitada en español y que se mantiene vigente hasta nuestros días.
Ya hemos comentado en las primeras líneas de este texto acerca de esta plegaria, que aún hoy podemos es-cuchar junto a una mesa hogareña de familias sefardíes, en sitios tan diversos como Curaçao o Nueva York, Hamburgo o Gibraltar, Amsterdam o Londres,.
Si analizamos las similitudes de estas comunidades judías caribeñas de aquella época con las respectivas de las metrópolis, encontramos por ejemplo que, a los cementerios sólo se puede acceder por vía marítima. Es una cos-tumbre que tal vez naciera de la facilidad que tenían los comerciantes judíos para usar dicha vía como transporte por el mundo; y la advertimos tanto en Curaçao, Recife y Jamaica como en Amsterdam. Asimismo, son también llamativas las lápidas, que presentan como singular característica los altorrelieves grabados sobre ellas. Recordemos que las normas bíblicas prohíben la elaboración de imágenes y que esto fue rigurosamente aceptado por las comunidades ashkenazíes. Muy pocos cementerios judíos del mundo poseen imágenes; entre las excepciones se hallan los cementerios sefardíes de Amsterdam y Hamburgo.
A su vez, en lo fisiognómico, vale destacar que, a diferencia de cualquier otra región del mundo en aquella época, en su seno (especialmente en Surinam) hallamos comunidades judías mulatas (mixtura de blancos con negras). A su vez, si bien hubo también mulatos judíos en Curaçao, no fundaron otra comunidad.

El Dr. Mario E. Cohen es investigador especializado en la historia de los sefaradíes, ha publicado numerosos trabajos y libros. Y sobre este tema es importantísimo el aporte de su el libro: América Colonial Judía. Es además el presidente de Cidicsef, (Centro de Investigación y Difusión de la cultura sefaradí) de Argentina, y ha concurrido y presentado trabajos en numerosos congresos y seminarios nacionales y del exterior.
(1) Véase al respecto, Mordechai Arbell en su artículo ‘La “Nación” Judía hispano-portuguesa del Caribe’ editado en ‘Se-fárdica’ N° 9, publicación del CIDICSEF (Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí), Buenos Aires, Agosto de 1992. Págs. 171 a 191.
(2) Mario Sanoja Obediente. ‘La Diáspora Sefardí en el Caribe Oriental. Siglo XVIII’. En CAIV (Confederación Asociación Israelita de Venezuela). En el 1° Congreso Cultural Judeo-Latinoamericano. Caracas, 1998. Sin Número de Página.

 

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