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Aires de Sefarad en Buenos Aires
TRADICIONES SEFARDÍES
Recuerdos del talmud Torá

Por José Mantel
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Si bien es sabido que los judíos son “El Pueblo del Libro”, en referencia a la Biblia, que los acompañó y les dio la identidad de sus creencias desde sus orígenes; las diferentes comunidades y las sefardíes a considerar en nuestro caso, han tenido largos períodos carencias para acceder a la educación formal. Era una costumbre muy antigua, enviar a los niños varones a los Talmud Torá (enseñanza de la Torá), para ambezarse (aprender) a meldar (leer) la Ley de Moisés, el alfabeto hebreo con el que recorrerían los pasajes de la Torá hasta terminar antes de cumplir los trece años, conociendo casi de memoria no solamente los textos sino las entonaciones y el orden de cada una de las ceremonias principales de la liturgia.
Pero las mujeres no tenían esa opción, la mayoría carecía de educación sistemática, pocas lograban en su vida aprender a leer o escribir, y el conocimiento de la cultura comunitaria se daba exclusivamente por transmisión oral de madres o suegras a hijas y nueras: Eran las comidas, las costumbres para cada celebración, las canciones, los cuentos y los refranes la manera de nutrirse de la tradición judía sefaradí.
Nuestros abuelos, nacidos en las ciudades del Imperio Otomano en las últimas décadas del S. XIX, tuvieron un panorama algo distinto y cambiante respecto a las generaciones anteriores. El sultanato estaba ya en su decadencia final, y las potencias occidentales con apetito de heredarlo, ambicionaban los puertos y las rutas comerciales, para lo cual enviaban distinto tipo de emprendedores para sus propósitos.
En este panorama, las comunidades sefaradíes, fueron empobreciéndose paulatinamente sólo con algunas excepciones. Por un lado los miembros de las comunidades griegas y armenias, hicieron punta representando a hermanos suyos de Europa Occidental para ingresar en la administración Imperial y en ciertas ocasiones peleando puestos con los judíos que ocupaban esos puestos desde antes. Hay incluso, testimonios de acusaciones de sacrificios rituales, como la típica desaparición de un niño que sirve para culpar y perseguir a toda una comunidad.
Las comunidades sefardíes radicadas en Europa Occidental, tomaron conciencia del empobrecimiento material y cultural de sus hermanos de medio oriente, y una de las principales medidas tomadas, fue la de crear la Alliance Israelita Universelle, (ver en este número el artículo de Santó Efendi (1), permitiendo a través de sus numerosas sedes, el acceso de los sefardíes de las ciudades del Imperio, al aprendizaje del idioma francés, a fuentes de la cultura y el pensamiento occidental moderno y a sus costumbres. Mientras tanto la lengua de estas comunidades era como siempre el ladino djudezmo, que a su vez tuvo variaciones sucesivas a través del tiempo. Se incorporó un gran léxico en turco, que fue más numeroso dentro de los sectores bajos, que compartían sectores humildes y trabajos con sus pares locales. Los sectores medios diferenciaban bien el ladino y el turco sin mezclarlo, estos sectores incorporaron palabras del hebreo, que empleaban los rabinos por extensión ante la incapacidad a menudo, de darles una traducción en djudezmo.
La aparición de las mencionadas escuelas francesas, produjo una transformación en la lengua de los sefaradíes. Por un lado decididamente sus maneras se afrancesaron, incluida la vestimenta, por el otro, los mismos maestros de la Alliance, prohibieron terminantemente a los alumnos, las conversaciones en su lengua familiar el ladino, igual que hacían en las escuelas de colonias, que castigaban la trasgresión. En la Alliance de Izmir, cuenta un informante, “cuando el maestro escuchaba a un niño hablar en ladino, le entregaba una llave que debía conservar hasta que él, a su vez, escuchara a otro niño hablar en djudezmo y así se la pasaba al trasgresor; quien quedaba con la llave en la mano a la hora de irse, debía permanecer castigado en la escuela, en horas fuera de clase”.
Si bien por un lado la lengua de los sefaradíes amplió su léxico con la incorporación de palabras y expresiones provenientes del francés, posibilitando además la lectura de los grandes clásicos de la literatura, junto con la pérdida de palabras del turco, el ladino se fue recluyendo hasta convertirse en una lengua exclusivamente hablada en el seno de la familia, y en Turquía, cuenta otro informante, “la segunda guerra y los tiempos que siguieron a ella, fue el golpe final asestado a nuestra lengua, porque los padres prohibieron a los menores hablar djudezmo dentro de sus propias casas, para evitar que por costumbre lo hablaran en la calle donde ciertos sectores pronazis podían agredirlos”.
Todos estos fenómenos pasaron en muy pocas décadas, así que la transformación y los hábitos de nuestros abuelos fue muy dinámica, pasaron de costumbres y vestimentas locales a dejar de tildar a los sefaradíes occidentalizados como de “vestidos a la franca”, para adoptar nuevas formas de vestir y ver con deseo las publicaciones que venían de los países coloniales. Hay canciones populares de esa época mencionando las pretensiones de las “niñas” con sus pretensiones de pintarse o pretender “carrusika de cauchuk” (2).
Para complejizar más el panorama de los inicios del siglo XX, debemos mencionar la gran transformación que Kemal Ataturk, el padre de la moderna República Turca, produjo, al exigir al pueblo que su idioma (se escribía con caracteres árabes), debía escribirse en letras latinas. Un hecho de gran envergadura para un idioma popular, que estaba perdiendo su pureza (el idioma árabe como el hebreo tiene escasas vocales), y la transformación permitió al idioma turco aprovechar los signos para sus numerosas vocales. Esta transformación produjo una inmediata acción en los sefaradíes de la región, que transformaron su forma de escribir el ladino pasando de caracteres hebreos rashí a los occidentales.
La inmigración masiva en la segunda década del siglo anterior de los sefaradíes de Grecia y Turquía, congeló los sistemas educativos, y para hacer una consideración de la época, debería hacerse un estudio serio sobre las masas migratorias en sus países de acogida. Por ejemplo en Argentina puede decirse empíricamente que la mayoría de los sectores medios que llegaron leían y escribían al menos para arreglárselas con sus trabajos, los profesionales de esa generación fueron escasísimos, y el ladino que trajeron consigo, les permitió una fácil adaptación a la lengua vernácula; pero recíprocamente, el castellano aprendido con rapidez aún por los mayores, favoreció en la pérdida (en dos o tres décadas) del ladino como lengua familiar. Pero prácticamente todos los hombres y luego sus hijos nacidos en el país, concurrieron al Talmud Torá (ver artículo de José Mantel en este número (3), lo que facilitó hasta hace pocos años, que se mantuviera la lectura y cánticos de la liturgia judeoespañola.

(1) La “Alliance Israelite Universelle y la Educación de Nuestros Padres” por Santó Efendi, desde Maryland / (2) La conocida canción “Madmoiselle Sarica, que quere carrusica…carrusica y de cauchuk” (carroza con gomas de caucho) / (3) Recuerdos del talmud Torá - por José Mantel .



 

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