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Aires de Sefarad en Buenos Aires
LITERATURA Y ARTE
Feraj de la tarde

Por Alberto Benchouam
Sentada en el sillón de mimbre, Violeta Pinto empieza a sentir el feraj (1) de la tarde. Abre el diario, lee unas líneas y lo deja sobre la mesita, con un gesto de tristeza.
-Su hijo hace un mes que no viene -dice Luna en voz baja - que los negocios, que los viajes, los nietos, engrandecer familia. Dios que mire y se apiade.
Mercedes se acerca con la bandeja de la merienda y va sirviendo a los ancianos.
-Si no lo lee, déjelo, Violeta.
Pero la mujer, toma el diario desafiante y lo abre en la página de espectáculos.
Su amiga Luna le acerca un plato con mermelada.
-Es de ciruela, me la trajo mi sobrina y tengo queso que comeremos después.
Pero Violeta estaba detenida en un aviso, ese sábado, que se siente tan sola, a las ocho de la noche, llega desde España para actuar en la televisión, Imperio Argentina.
-Mi amiga, mi amiga, si se entera que estoy aquí me va a venir a ver. Desde ese momento se alborotó el geriátrico. Visitas que entraban y salían, risas, preguntas, comentarios. Los nueve internos escuchaban las historias que contaba Violeta, ahora centro de la atención.
-Crecimos juntas, nuestra pieza estaba pegada a la de ellos, la madre era gallega y el padre de un lugar, Gibraltar, donde dicen que siempre hubo djidiós (2).
-Nos escapábamos al fondo, mas atrás de los piletones de lavar la ropa había una escalerita y robábamos higos y nísperos de la terraza del vecinos. Éramos carne y uña. Magda y yo no nos dábamos con nadie. Ella tenía dos años menos, siempre juntas, me ayudaba a juntar hojas de parra tiernas y después mi madre le convidaba yapracos (3).
Los viejos escuchaban, nunca habían visto tan contenta a esa mujer silenciosa.
-Desde chica los padres la llevaron a una academia y la hacían cantar cuando había fiestas. Yo le enseñé: dame la mano paloma para subir a tu nido, maldita que duermes sola. Decía que iba a ser la mejor cantante española del mundo ¡y cómo tocaba el piano!. Y los juegos, rondas, escondidas, nos disfrazábamos de turcas o de aldeanas. Cuando entró en la radio se mudaron a Palermo, me mandaban un automóvil y yo pasaba días en su departamento. Éramos tan unidas, a veces, cuando ensayaba, me llamaba y cantaba para mí, me miraba con cara de alegría, le brillaban los ojos y los tenía pretos (4), bien negros.

Violeta no dejaba de hablar, hacia la noche su auditorio comenzó a disminuir.
-Cuando hizo la película con Gardel me invitó al estreno, pero mi padre no me dejó ir y cuando se fue a Europa, porque hasta estuvo en Alemania, todos los años me mandaba una carta, pero con las mudanzas quién sabe dónde quedaron. En una me contó que en París fue a comer a lo de Madame Luna, una de las nuestras que tenía un restaurante muy alabado.
-Me casé y le hice llegar la invitación. Ella ya era mujer de un marqués y recibí un telegrama de lujo: muchas felicidades a mi amiga más querida. Me mandó con su representante un billete de cien pesos. Con esa plata compramos la máquina de coser. Después no llegaron más cartas, yo ya vivía en otro lado y ella no tenía la dirección. Años fueron y vinieron y hoy, hoy la voy a volver a ver, la veré otra vez.

Empezó la música y el telón de terciopelo oscuro se fue abriendo. Aplausos. Con una gran sonrisa la mujer caminó como en una corrida, las manos en la cintura, el talle firme, se paseaba por el escenario. Movía la cabeza, los hombros, levantó un brazo y fue el momento de las canciones:
-Ya se escondió la luna, luna lunera. Ya ha abierto su ventana, la piconera.
-Qué hermosa, qué bordados y qué lentejuelas, dijo Perla Mayo.
-Qué joven que está, una janum (5), se escuchó a Raquel.
-Se ve que está vieja, ahora hay cantantes nuevas, siguió Mercedes

Violeta estaba callada y al llegar las propagandas fue a su pieza y volvió con una foto ajada en los bordes: la cantante famosa lanzaba una mirada pícara, mordiéndose un dedo de uña
pintada. La toma de costado y con una fuente detrás, dejaba espacio para una dedicatoria que aparecía en dos colores de tinta: “A la apreciada amiga” y “Te recordaré mientras viva”.
Y llegó la segunda parte del programa. Ropa de manola y una canasta con claveles que iba tirando al público a medida que actuaba, más cantos y ahora una bata de cola a lunares, taconeo y música de castañuelas.
-Maravilla esta mujer, dijo Elías Peres. Que está teniendo un buen rato a todas con la boca cerrada.
-Violeta, vamos, ya terminó, a la cama, ninguna puede contar todo lo que hoy vos, dame la fotografía, te ayudaré a acostarte.
Pero no quería desprenderse de ella, la apretaba contra la colcha y solo después que Luna apagó el velador, la fue dejando, a tientas, sobre la mesa de luz.

A la hora del almuerzo, recortes amarillentos de diarios, tapas dobladas de álbumes de discos, reportajes de hacía cincuenta años y trozos de revistas, estaban esparcidos sobre el aparador, salidos de una vieja caja verde.
-Cuando las españolas cantan y bailan, se alegra el alma, dijo Perla Mayo.
-Si yo hago lo que hizo ayer, no me levanto por una semana, comentó Raquel la Mantela.

Ese día, Violeta no pudo dormir la siesta. La ansiedad, las preguntas y hasta las atenciones de la enfermera, que a veces pasaba días sin que le tomara la presión. A la tarde se sentó otra vez en el sillón marrón de mimbre, para tomar el feraj. Por momentos sentía la inmovilidad, el calor que se levantaba de las macetas con malvones y menta. Pero se fue adormeciendo de a poco y la brisa, la tímida corriente de aire, fue llegando. Dejó de abanicarse. Con los ojos entrecerrados volvió a ver el conventillo de la calle Chacabuco, donde nació. Las cocinas de madera, las sillas de mimbre y el recorte de la revista donde leyó, hacía muchos años, que la famosa artista también vivió en una casa de inquilinato del barrio de San Telmo, a pocas cuadras de la suya. Al ir a la escuela se pudieron haber cruzado, o quizás en algún carnaval, las dos vestidas de españolitas o de gitanas.

Y recordó el cine Rívoli de Villa Crespo, cinco pesos, tres películas. Crecimos juntas, vivíamos pegadas y en el frescor que ahora venía del segundo patio, baldeado por Mercedes, pasó en unos instantes su vida de bordadora, diez horas al día, limpiar, cocinar, animar al marido cuando no le iban bien los hechos (6), colegios y dentistas y esperar el miércoles, día de damas, para entrar al mundo de gracia, de gozo, donde todo era posible. ¿Mentira? no había sido su amiga, saliendo de la oscuridad cada tarde, ¿acaso no la había ayudado a seguir?. Por fin al próximo soplo de brisa, sintió que se dormiría hasta la cena. El tiempo estaba feraj, feraj.

Y junto al olor a humedad y al aroma de la menta llegó la esperanza: Mamá, cuando tenga casa con más lugar te llevo. El casamiento de la nieta en octubre, el pollo al horno de esa noche. Ahora sí corre el aire, este airecito salió de ganeden (7).
Entonces, antes del sueño, cuando se mezclaban deseos, ilusiones y verdades vio a Imperio Argentina a través del vidrio esfumado del zaguán. Había averiguado, buscado, en su apuro de domingo al atardecer de persona importante. Y después de recorrer calles arboladas y equívocas, llegar cargada de paquetes con regalos, arreglarse el sombrero y con mano nerviosa e impaciente apretar el timbre antes de soltar un suspiro de alivio.

(*)El autor licenciado en psicología, es además investigador y escritor, con numerosas publicaciones en el país y en el extranjero, referidas a la temática de los sefaradíes.
(1) Viento fresco y leve, brisa (turco) / (2) Judíos (judeo- español) / (3) Bocado semejante al niño envuelto (árabe) / (4) Negro (judeo- español) / (5) Mujer hermosa, compuesta (turco) / (6) Trabajos, negocios, oficios (expresión jude-española) / (7) Paraíso, jardín del Eden (hebreo).



 

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