La Voz Judía


La Voz Judía
Olvidemos el odio
Por Rav Shlomó Wiener

En Tishá Be Av en verdad nos enlutamos y lamentamos por la destrucción de nuestros dos Templos, El primero fue destruido en Tishá Be Av por los babilónicos y el segundo fue destruido por los romanos ese mismo día. Como mencionamos anteriormente, ambos templos fueron destruidos porque el nivel espiritual del pueblo judío se deterioró en esos períodos. Nuestros sabios describen esa decadencia en los términos siguientes:

“¿Por qué fue destruido el primer Santuario? Por tres pecados fundamentales: idolatría, adulterio y homicidio. Sin embargo, en la época del segundo Templo, el pueblo estaba entregado al estudio de la Tora, al cumplimiento de la mitzvot y a actos de caridad. ¿Por qué fue entonces destruido el Templo? Porque predominaba un odio sin causa, Vemos con ello que ese odio sin causa es aún peor que los tres pecados principales: idolatría, adulterio y homicidio.”
(Talmud, Tratado Guittin)

¡Es difícil comprender este pasaje del Talmud! Nuestra primera impresión es que los pecados del primer período tienen mayor trascendencia que los del segundo. ¿Qué podría ser peor que idolatría, adulterio y homicidio? ¿Cómo puede entonces el Talmud afirmar que el odio es peor?
Antes de comenzar a explicar esta cita de nuestros sabios, debemos primero aclarar que nosotros, los judíos, creemos que una persona está hecha de tres partes; la mente, el cuerpo y las emociones. Estos tres componentes representan la totalidad de un ser humano. (Podemos ver que Freud no fue el primero en subdividir el ser humano en tres partes).

Los tres pecados fundamentales del primer período corresponden a un mal uso de nuestra mente, cuerpo y emociones. En otras palabras, hubo una distorsión completa de la personalidad del ser humano. Analicemos cada pecado por separado. La idolatría es una transgresión de la mente. Nuestras mentes deberían naturalmente ser capaces de percibir un Creador de nuestro universo. Este tipo de creencia es ciertamente más racional que atribuir poderes a las estrellas, la luna o dioses de la madera o de las piedras. Cuando una persona practica la idolatría, es decir, cuando atribuye poderes a seres inferiores, está actuando en forma totalmente irracional. Para profundizar en esta idea, debemos aclarar que el concepto judío del “pecado” es radicalmente diferente al de otras religiones. Para nosotros el pecado es simplemente un error o mal uso de nuestras habilidades. Conceptos como “condenación a castigo eterno” o “impureza de las entrañas” son totalmente ajenos a nuestra ideología. El pecado sólo es un error que resulta en una falta de espiritualidad o perfección. Por lo tanto, la idolatría es un pecado de la mente porque consiste en un mal uso de nuestras facultades racionales.

Por otra parte, el adulterio es un delito del cuerpo. Una persona que ha logrado un equilibrio espiritual, una armonía, vive en una situación en que el cuerpo sigue los dictados de la mente. La mente es más racional que el cuerpo y por tanto es más apta para asumir el papel de líder. Tenemos una buena analogía para esta situación en un ejército. Algunos soldados están dotados con la habilidad necesaria para ser líderes (generales), mientras que otros son mejores como soldados rasos. Cuando los soldados no asumen el papel que les corresponde por naturaleza, todo anda fuera de ritmo. Sucede lo mismo con un ser humano. La mente está más adecuada para el rol de general y el cuerpo está formado como para ser un soldado obediente y respetuoso. El adulterio y muchos otros pecados ocurren cuando los papeles se invierten. La persona escucha los dictados de su cuerpo en vez de seguir la racionalidad de su mente. En cierta forma, podríamos decir que el cuerpo anda “fuera de control”. Es por ello que el adulterio es un pecado del cuerpo.

El homicidio es un delito de las emociones. D’ s nos dio nuestras facultades emocionales para cultivar la bondad y desarrollar relaciones personales íntimas. Nos dio emociones para que pudiésemos ser más sensibles y tener sentimientos. En la literatura judía, las emociones están simbolizadas por el corazón. Y éste a su vez es símbolo de amor y bondad, probando así ser la esencia misma de las emociones. El homicidio es lo opuesto. En vez de usar las emociones para hacer actos de bondad, el homicida usa sus facultades para destruir, robar y matar. Es por ello que el homicidio es un pecado o mal uso de las emociones.

Por lo tanto, los pecados de la época del primer Templo tienen, de lejos, mucho más peso que las transgresiones de la del segundo.
Estos tres pecados fundamentales representan una distorsión de la integridad del ser humano, una corrupción de la mente, el cuerpo y las emociones. El odio, por otra parte, es el más común de los defectos.

Sin embargo, ¡en un trozo que citamos anteriormente, nuestros sabios nos cuentan algo totalmente diferente! Pareciera que para ellos el odio es mucho peor que el homicidio, la idolatría o el adulterio. Podemos empezar a comprender sus puntos de vista al analizar los respectivos castigos que fueron proporcionados por D’ s. El Primer Templo permaneció en ruinas por sólo 70 años, a pesar de que los judíos habían cometido esos tres pecados fundamentales. En el caso del Segundo Templo, hace mas de 1.900 años que está destruido. Pareciera, entonces, que ante los ojos de D’s, el odio es también mucho peor que el homicidio, la idolatría o el adulterio.

La explicación siguiente nos ayudará quizás a comprender un poco mejor lo que nuestros sabios nos están transmitiendo. La idolatría, el adulterio o el homicidio pueden describirse como pecados de pasión. Son ciertamente horribles pero frecuentemente son pecados “del momento” que pueden ocurrir sin premeditación. Son actos de irracionalidad que no necesariamente reflejan la esencia misma de la persona. El odio, por lo contrario, es un rasgo de la personalidad misma del individuo. Cuando una persona lleva consigo esta peculiaridad, tiene la influencia de ésta en su trato con otras personas en todo momento. En otras palabras, podríamos decir que el odio muestra un carácter “distorsionado” en una forma mucho más fría y premeditada que un arrebato de pasión. Es por ello que el castigo de los judíos por el odio fue mucho más severo que para los demás pecados.

Al hablar de odio, debemos considerar un punto más. El primer judío que existió fue el gran Abraham. Su principal rasgo de carácter fue la bondad, como puede deducirse de un rápido análisis de las historias bíblicas que cuentan su vida. Como nuestro antepasado fue el prototipo de la bondad humana, un judío que muestra odio está traicionanado la esencia del carácter judío. Abraham aseguró que judaismo sería sinónimo de bondad, así como lo observó el famoso filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Cuando una persona lleva odio dentro de su ser, se aparta de lo que es el verdadero judaismo.

Hoy en día, en nuestros tiempos modernos, aún seguimos nosotros, los judíos, sintiendo odio. ¿Cuántos de nosotros no se llevan bien con “éste u este otro”? ¿Cuántos de nosotros parecen estar siempre peleando con “fulano y zutano”? Es por ello que nuestro Templo sigue en ruinas.

Una de las razones por las cuales uno odia a otro es porque juzga a los demás desfavorablemente. Cuando tratamos con nuestras propias situaciones, siempre tenemos la posibilidad de dudar. Tenemos todas las respuestas para explicar nuestros defectos a la perfección. Para los sicólogos, esto es una disonancia cognitiva. Cuando se trata de juzgar a otros, somos los jueces más crueles. Para participar en la “reconstrucción” de nuestro Templo, tenemos que aprender a juzgar a los demás desde un punto de vista positivo.
Aprovechemos esta festividad de Tishá Beav para desarraigar el odio de nuestros corazones y llenarnos de amor y bondad.

 

La Tribuna Judía 68

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