La Voz Judía


La Voz Judía
¿Quién dijo que el antisemitismo se acabó?
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Pesaj se terminó hace apenas unos pocos días y siento como si ya hubiesen transcurrido meses. La cuestión es, que la realidad de las noticias diarias apabullan la mente perdiéndose la noción del tiempo. Desafortunadamente, los días pasan y los terribles acontecimientos de ayer parecen ser un lejano pasado frente a nuevos aterradores sucesos del día.
Los informativos internacionales y los comentarios correspondientes no son alentadores. No solamente en otros lugares del mundo, sino aun en nuestro país, no faltan las opiniones negativas y mordaces acerca de la posición israelí en su conflicto con sus vecinos. Esta excusa, sirve como pretexto para vituperar, y cuando no, para destruir sinagogas en tantos otros sitios del mundo.

¿Es nueva la historia? En absoluto.
Aun así, por todos los medios se siente la justificada indignación de muchos judíos que se sienten defraudados por esta nueva “vuelta de tuerca” en el curso de la historia.
Durante años, estuvimos acostumbrados a escuchar – aquellos que hemos nacido en la pos-guerra - que es extremadamente importante mostrar al mundo las atrocidades cometidas por los nazis, con el objeto de que la humanidad sea conciente de lo que pasó y “estas monstruosidades no se vuelvan a repetir”. A tal fin, se han construido museos, se han recogido testimonios, se han producido películas, etc.
La sociedad parecía haber aprendido la lección. La humanidad parecía un poco más civilizada.Pensábamos que en el mundo occidental que compartimos hablamos el mismo idioma, que entendían nuestra vocación por la vida, por los derechos humanos, por la paz, por la democracia, etc.
Hasta la propia Unión Soviética, aparente fuente y promotora de todo el mal que sucedía en esta planeta, llegó a “civilizarse”, entrando “en regla” y acercándose a lo que creíamos correcto.
¿Y el conflicto de Israel con los vecinos árabes?
Bien. Era cuestión de motora de todo el mal que sucedía en esta planeta, llegó a “civilizarse”, entrando “en regla” y acercándose a lo que creíamos correcto.
¿Y el conflicto de Israel con los vecinos árabes?
Bien. Era cuestión de tener paciencia . Con el tiempo, también los árabes entenderían – suponíamos - que conviene reconocer al Estado de Israel y que la vida en paz trae sus beneficios. Adicionalmente, los años transcurridos, nos permitieron observar el desenvolvimiento del incipiente estado, el de su economía e industria. Incluso a nivel espiritual, quienes apreciamos este aspecto, nos entusiasmamos con el crecimiento y la proliferación de instituciones de estudio de Torá de toda índole.
El planteo obvio que causa consternación se produce cuando la gente se cuestiona que “si todo iba tan bien, - ¿por qué comenzaron a ir tan mal?”

¡Querido lector!
No espere de mí una respuesta ni una explicación a los designios de D”s. Eso no pertenece a mi área. En todo caso, me sumo en mis Tefilot a los rezos de los judíos de todo el mundo y ruego a D”s que traiga paz y tranquilidad a todos: en Israel y fuera de ella y que pronto sea la Redención total.
Lo que sí deseo transmitir es el concepto de que la desilusión se debe a un lamentable y gran error: sucede cuando creamos en nuestras cabezas expectativas desmedidas y cuando confundimos nuestras muy loables esperanzas con las realidades. Ya volveremos sobre el tema.
Sumado a esto, está la ignorancia universal de la historia judía. Cuando digo “universal”, no me refiero a que alguna tribu de la selva, o el cabecilla de los piqueteros no sepa quienes somos o de dónde surgimos los judíos, ni tampoco a que los escritores de historia mundial salteen tendenciosamente toda mención de la persecución que persistentemente ocurrió en contra de los judíos durante los últimos dos milenios. Más grave es el hecho que los propios judíos neguemos nuestro pasado. No porque tuviésemos que tener vergüenza de nuestro ayer. Nuestra historia está repleta de generosidad, rectitud y heroísmo por parte de nuestros antepasados que vivieron situaciones muchísimo más adversas que la actual. No es necesario recordar todos los datos de los nombres y lugares en donde vivieron los judíos en todas esas épocas. Esa es tarea de los eruditos de la historia. Alcanza con tener la conciencia de la generalidad de nuestro pasado para llegar a comprender al menos someramente nuestra condición de judíos viviendo en el exilio.

La presente generación vio un cambio radical respecto a los siglos anteriores. Con la promesa del Ministro Balfour del Reino Unido, la subsiguiente reválida en S. Remo y el posterior reconocimiento de la Creación del Estado de Israel en las Naciones Unidas, votado por la mayoría de los países integrantes del cuerpo internacional en aquel momento histórico.
Con estos síntomas crecieron las ilusiones de los judíos. ¿Sería verdad? ¿podrían los judíos vivir con la paz y la calma a la cual no accedieron sus antepasados de antaño? ¿seríamos los judíos ciudadanos “normales” del mundo? Y otros - más creyentes - se preguntarían: - ¿se estaba cumpliendo ya la tan anhelada llegada del Mashíaj?

Sin embargo, en realidad, se repetía la situación de tantas expectativas malogradas del pasado. La emancipación del siglo anterior, también había creado en la mente de la gente una especie de fervor mesiánico asimilatorio, de que las cosas se normalizarían por fin con nuestros vecinos en los países anfitriones de Europa central, para luego comenzar a desmoronarse con el juicio a Dreyfus en Francia y terminar de destruirse con el odio nazi.

Una de las mayores dificultades en la evaluación de los sucesos contemporáneos, es que mientras debemos obrar de manera que creamos lógica a la convivencia con las demás naciones del mundo y con nuestros vecinos, no podemos ni debemos olvidar que nuestra condición actual como pueblo es un estado de “Galut”: un exilio y destierro.
Cuando utilizamos esta palabra, no la restringimos a su concepción meramente geográfica. “Estar en Galut”, significa estar alejados de nuestra fuente espiritual: el vínculo con el Todopoderoso. El antisemitismo, el alejamiento forzado de nuestra tierra de Israel y demás derivaciones duras y sanguinarias de nuestra historia, son las consecuencias de nuestro enlace enrarecido con D”s.
No se podrá convencer a quien no desea convencerse. Los e-mails que insisten sobre el tema de los aportes que hicieron los judíos a través de los años en la medicina, en las ciencias y las artes – no modifican en absoluto la opinión de quien quiere odiar a los judíos.
Ninguna cantidad de libros de esclarecimiento que se publiquen sobre el holocausto, ni las reuniones ecuménicas, ni museos o actos recordatorios, van a suplir la corrección que debe ocurrir en el frente interno y que debemos encarar a nivel personal y colectivo cuánto antes.
Es natural que no queramos aceptar fácilmente nuestra situación de Galut.
Como seres humanos, poseemos el instinto de auto-preservación, e intentamos alejarnos de todo aquello que de algún modo nos haga sentir vulnerables. Por esa razón, deseamos percibirnos como “seguros” en cada país en el que hemos llegado a habitar. Deseamos creer en los espejismos que frente a nosotros muestran la imagen de un mundo que “nos acepta y nos incluye entre sus filas”. Muchos se alegraron que Israel fuese considerado un país como todos los demás.

Sin embargo, Israel no está destinado a ser uno más del montón. Si lo apreciamos, o no, Israel posee una misión inalterable relacionada con la Torá, por la cual nuestros antepasados juraron ser portadores.
Y esa Torá – siempre revolucionaria - nos exige una conducta especial que supera todos los códigos morales temporales de la totalidad de las sociedades anfitrionas.
En algún momento, Israel se jactó del hecho de ser “la única democracia en el Medio Oriente” tratando, de ese modo, de ser valorada como tal por los países que ostentaban la misma línea de pensamiento. Esto puede sonar bien, pero reduce infinitamente el valor de lo que significa ser judío y el significado de Eretz Israel.
Las oportunidad de poseer un estado propio, no se nos brindó para copiar siquiera a la mejor de las democracias existentes.

Ninguna de ellas son un modelo para nosotros. No vamos a Israel, por el hecho que se nos ofrezca una cantidad de dinero, ni porque nuestra situación económica en cierto país sea inestable. Ir a Israel, no es una simple migración de un suelo a otro. Inmigrar a Israel es la realización de un sueño de 2000 años, al cual nuestros abuelos casi no tuvieron acceso, para volver a ser lo que la Torá espera de nosotros que seamos: un luz y un ejemplo para las naciones – de acuerdo a lo que D”s eligió que seamos.

 

La Tribuna Judía 64

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