La Voz Judía


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Un encuentro milagroso

El padre del tzadik Rav Tzvi (Hersh) Elimelej de Dinev, el autor de Bnei Yisosjor, era un hombre de escasos recursos de nombre Reb Pesaj.
A fin de alimentar a su familia trabajó como maestro todo el invierno para un aldeano en un shtetl cercano y llegó a su casa en Erev Pesaj llevando todo su salario y con el deseo de reunirse con su familia para Iom Tov.
El aldeano, a quien llamaremos Yankel era un hombre torpe que se negaba a dar de comer a los hambrientos que de tanto en tanto golpeaban a su puerta. Cada vez que un transeúnte iba a su casa Yankel le cerraba la puerta en la cara con crueldad iciendo “Yo no recibo invitados gratis”.
Reb Pesaj se sentía sumamente molesto por la conducta del aldeano y le rogó a Yankel que le abriera sus puertas a los pobres. “La mitzvá de hajnasat orjim es muy importante, y sus recompensas son por mucho tiempo”, le dijo Rev Pesaj.
¿Cuál fue la respuesta de Yankel? “Si tú quieres cumplir con esa mitzvá, pues adelante, puedes hacerlo. Pero yo no tengo dinero para gastar en shnorers”.
“¿Sabes qué?”, le respondió Reb Pesaj, “Yo voy a hacer un trato contigo; tú le das a cada uno que venga a pedir una sustanciosa comida y lo puedes descontar de mi salario”.
Dicho y hecho. El miserable Yankel aceptó y empezó a darle comida a todos los que venían a golpearle la puerta.
El largo invierno pasó de esa manera y pronto iba a ser Erev Pesaj; momento para que Reb Pesaj volviera a su hogar.
Cuando le pidió al aldeano que le diera su salario, Reb Pesaj recibió una sorpresa inesperada. El rudo hombre le gruñó: “¿Qué salario? Todo el dinero que habías ganado durante este invierno fue usado para pagarle la comida a todos los transeúntes que me insististe que reciba en mi casa. Y tú todavía me debes algo ya que pagué más que todo lo que te correspondía como salario.” Viendo que no tenía opciones, Reb Pesaj no tuvo más remedio que dejarle al aldeano sus ropas de Shabat a fin de saldar su ‘deuda’.
Reb Pesaj estaba muy apesadumbrado por tener que viajar a su casa con las manos vacías luego de haber pasado un largo invierno lejos de los suyos. El sabía que su esposa y sus hijos esperaban ansiosamente recibir sus magras ganancias a fin de pagar al carnicero y al almacenero para pagar las matzot y el vino para las fiestas.
Exhausto y desanimado, Reb Pesaj se colgó al hombro su bolsa conteniendo sus magras pertenencias y se marchó hacia su aldea. Mientras se acercaba a su hogar, sintió vergüenza de llegar con las manos vacías y en lugar de ir a su casa se dirigió al Beit HaMidrash para estudiar. En el camino encontró a su hijo menor Hersh Meileij, que lo estaba esperando ansiosamente. El niño empezó a saltar de alegría diciéndole que toda la familia estaba muy contenta de que su Tate volviera al hogar.
“Primero debo rezar Minjá”, le explicó Reb Pesaj a su hijo mientras lo abrazaba. “Díle a Mama que en un ratito voy a estar en casa”. Entonces se dirigió al Beit HaMidrash, con el corazón lleno de dolor al pensar que su llegada no traería alegría al hogar sino tristeza. ¿Cómo celebrarían Pesaj si el dinero que habían estado esperando todo el invierno ya no estaba?.
Un Yid, que miraba la escena del niño abrazando al padre alegre por su llegada, notó que en el piso, cerca de donde Reb Pesaj estaba parado, había algunas monedas. El supuso que el maestro había dejado caer sin darse cuenta las monedas debido a su estado de emoción al ver a su hijo. Como no quería perturbarlo en el medio de minjá, el Yid fue directamente a la casa de Reb Pesaj y le llevó las monedas a su esposa. Ella le agradeció mucho y sin perder el tiempo fue a comprar comida en el mercado y preparó una deliciosa comida para Iom Tov.
Mientras tanto, Minjá ya se había terminado pero Reb Pesaj simplemente tenía miedo de ir a su casa y se quedó en el Beit Midrash. Cuando se hizo más tarde, su esposa mando a Hersh Meilij al Beit Midrash a buscar a su padre.
Ahora Reb Pesaj no tenía más opciones que ir a su casa. Su hijo iba bailando y saltando en todo el camino de regreso a casa mientras que Reb Pesaj lo seguía lentamente, arrastrando los pies. Se sentía terriblemente angustiado por tener que decepcionar a su esposa y sus hijos que tan ansiosamente habían esperado su regreso. No tenía ni siquiera una moneda. ¿Cómo iban a celebrar Pesaj?.
Inevitablemente el momento de la verdad llegó. Reb Pesaj llegó a su casa mientras su corazón latía con fuerza preparándose para enfrentar a su familia con las manos vacías. Pero ¡Oh, sorpresa! La mesa estaba servida con deliciosas comidas y todos sonreían. “Un vecino trajo el dinero que se había caido de tu bolsillo”, le explicó la Rebetzin.
Confundido Reb Pesaj pensaba, ¿qué vecino? ¿qué dinero? Sus bolsillos hacía rato que estaban vacíos. Pero por más esfuerzos que hacía, la Rebetzin no podía recordar al vecino ni donde había encontrado el dinero. Reb Pesaj no pudo más que aceptar que era un envío del Cielo.
Dado que todavía quedaban unas pocas monedas, Reb Pesaj envió a su hijo Hersh al mercado a comprar hierbas para el karpas y manzanas para la jaroset. El niño corrió alegremente con las monedas tintineando en sus bolsillos. Al llegar al mercado, sin embargo, olvidó rápidamente su mandado al ver a un noble gentil que había estacionado su elegante camioneta en el mercado mientras unos chicos emocionados saltaban para subirse.
Con curiosidad e infantil inocencia, el niño también se trepó a las ruedas de la camioneta y pronto estuvo adentro junto con todos sus amigos. Al rato el noble gentil volvió y enojado comprobó que su camioneta estaba toda sucia. Entonces blandió su látigo sobre la espalda de Hersh Meilej.
“¿Por qué me pegaste?”, le dijo asustado y lloroso el niño, “yo no fui el único que se subió a tu camioneta”.
El noble gentil sonrió “Lo siento, pequeño. Si no les dices a tus padres que te pegué entonces te daré esto para que lleves a tu casa”. Entonces fue hasta su camioneta y le entregó a Hersh una bolsa diciéndole: “Corre y dales esto a tus padres”.
Sin perder tiempo el niño corrió hacia su casa llevando esa carga pesada y al llegar les contó todo lo que había sucedido. Cuando Reb Pesaj abrió la bolsa quedó atónito al ver que contenía decenas de monedas de oro, en cantidad suficiente para alimentar a una familia durante muchos futuros Pesaj…
La primera noche del Seder Reb Pesaj se sentó a la cabecera de la mesa como un rey, resplandeciente con su flamante ropa nueva para Iom Tov, dado que él había dejado sus viejas ropas en la casa del aldeano.
Reb Pesaj relató la Hagadá a sus hijos y así concluyeron con el resto del Seder. Al llegar a Shfoj Jamosjo el pequeño Hirsh Meilej fue a abrir la puerta y para su gran sorpresa el hombre noble elegantemente ataviado estaba parado allí.
“¡Tate!”, dijo Hersh Meilej, “Allí está el hombre que me pegó hoy en la espalda!”.
“Hijo mío, tú no tienes que repetir todo lo que ves”, lo reprendió suavemente su padre. “Ese era Eliahu, Zjor latov. Y como tú tuviste el honor de verlo este año, te deseo que tengas el honor de verlo también todos los años!”.

 

La Tribuna Judía 63

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