La Voz Judía


La Voz Judía
El equipaje prioritario

En el verano de 2001 tuve oportunidad de pasar una semana junto a un numeroso grupo de familias inglesas que fueron juntas a un camping familiar situado en Sestriere, un a pequeña ciudad turística que está en los Alpes Italianos. Allí tuve la suerte de encontrarme con mucha gente maravillosa cada una de las cuales tenía una historia de vida diferente, y algunos de ellos me contaron historias increíbles. Una de estas personas es la Sra. Iojeved Kahn, una educadora de Torá que venía de Londres.

En la década de 1980, cuando viajar a través de la Cortina de Hierro estaba estrictamente restringido, la Sra. Iojeved Kahn viajó a la Unión Soviética junto a un grupo de hombres y mujeres para enseñar Torá en forma clandestina en sótanos y en altillos. El grupo, dirigido por el Sr. Ernie Hirsch, de Inglaterra, llevó consigo sefarim, mezuzot, tefilin y matzot para entregar a los judíos que esperaban ansiosamente por ellos. La Sra. Kahn era quien más que ningún otro estaba en condiciones de hablar acerca de los sufrimientos y los miedos de sus estudiantes rusos, puesto que siendo niña, ella también había debido confrontarse con el temor, la persecución y las separaciones.

La Sra. Kahn nació en 1939 en Apeldoorn, Holanda, en tiempos en que los nazis estaban extendiendo su ola de terror en toda Europa. Los judíos holandeses estaban aterrorizados por la posibilidad de que los nazis invadieran en cualquier momento su país.

Cuando Iojeved tenía 2 años de edad, sus padres –muy a su pesar- la entregaron a una mujer gentil quien prometió cuidarla y protegerla de los nazis. Dos semanas después, los padres de Iojeved junto con cientos de otras personas más, fueron llevadas a un campamento de tránsito en Westerbork, un pequeño poblado al noreste de Holanda.

Desgraciadamente, ella nunca más pudo volver a ver a sus padres dado que fueron transferidos a los campos de exterminio que se encontraban en Polonia donde murieron.

Después de la guerra, cuando tenía 6 años de edad, Iojeved fue entregada a un tío y una tía en Utrecht, y ellos la criaron hasta que se casó.

Durante su juventud Iojeved no cesó de buscar personas que pudieran contarle algo acerca de sus padres. Una noche, en el año 1958, cuando contaba con 19 años de edad, se encontró con la Sra. Gerda Hirsch, quien le contó una historia que a Iojeved la llenó de fuerza, orgullo y de voluntad, que continúa teniendo hasta el día de hoy.

“¿Con que tú eres la hija de Reb Shlomo y de Rosa Leuvenberg?”, le dijo la Sra. Hirsch. “Tengo que contarte una historia respecto a tus padres que solamente yo conozco. Nadie más podría quizás contarte esa historia porque sólo yo, entre todos aquellos que fueron testigos de la misma, he sobrevivido para hablar de ella”.

Iojeved escuchaba conteniendo el aliento.
Era una mañana de viernes, Parashat Balak, a comienzos del verano de 1941, cuando las tropas nazis de los S.S. iniciaron su redada contra los judíos de Amsterdam. Los judíos eran raptados de cualquier lugar que hubieran encontrado para ocultarse: sótanos, áticos, placards, etc. Los cautivos tenían que dejar todas sus pertenencias en el lugar, pero muchos tomaron consigo una pequeña mochila que contenía algunos elementos de primera necesidad, unos pocos objetos preciosos y dinero. Los judíos fueron llevados como rebaño y transportados en trenes rumbo al norte, hacia Westerbork.

A medida que la gente que estaba en el tren encontrba lugar entre la sofocante multitud, sorprendentemente comenzó a disminuir la tensión. Cada uno de ellos tomó conciencia de que todos los allí presentes eran judíos, y que el destino de uno iba a ser el destino de todos, de modo tal que no había necesidad de seguir ocultando sus identidades. A pesar del miedo y las preocupaciones, ellos estaban tranquilos por estar entre sus pares.

El supercargado vagón que los transportaba se detuvo en la estación durante horas. Cuando por fin comenzó a moverse, sólo anduvo unos pocos kilómetros y se paró sin motivo aparente, esperando durante una eternidad.

La gente empezó a hablar entre sí cosas banales durante toda la tarde.

A medida que el sol se iba poniendo, alguien anunció que era momento de rezar Minjá. Muchos de los hombres se pararon para comenzar Ashrei. Después de haber rezado el Kadish que sigue a Ashrei, los hombres y mujeres que conocían Shemone Esré de memoria empezaron a rezarlo en silencio.

Mientras la noche iba cayendo en el horizonte, empezaron las discusiones sobre si rezar Kabalat Shabat (el servicio vespertino del Viernes).

La Sra. Hirsch continuó narrando:
“Muy pocas personas tenían Sidurim, por lo que tu padre anunció que él iba a rezar en voz alta las palabras de los primeros capítulos de Kabalat Shabat para que todos pudieran seguirlo”.

Reb Leuvenberg rezó las palabras de Lejú Neranenáh en voz alta, lenta y cuidadosamente. Luego pasó a los seis capítulos de Tehilim que se rezan el viernes por la nochye llegando hasta Lejá Dodi, el hermoso e inspirador himno de bienvenida al Shabat, escrito en el siglo XVI por el Kabalista Rabi Shlomo Alkabetz. Sorprendentemente, en esa noche de confusión, temor e incertidumbre, la gente pudo sumarse y rezar junto con el Sr. Leuvenberg dando la bienvenida al Shabat con una canción.

Para algunos esa sería la última vez que cantaran esos versos. Los hombres finalizaron el Kabalat Shabat y Maariv con especial devoción. Sus espíritus se habían renovado y había aflorado su orgullo de ser judíos. Y ahora era momento de comer, pero nadie pensaba en comer nada antes de esuchar el Kidush. En el tren no había vino para el Kidush, entonces la gente se sentó a pensar cómo seguir.

“Fue entonces”, exclamó la Sra. Hirsch dirigiéndose a Iojeved con una voz intensa y susurrada, “que tu madre sacó de su mochila dos jalot que había cocinado esa mañana!. De todas las cosas que podía haber puesto en su mochila, tu madre había elegido las que para ella eran más importantes: ¡las Jalot para el Shabat!. Otros hubieran elegido llevar joyas, fotos o dinero, pero tu madre llevó Jalot!. Tu padre, entonces, hizo el Kidush para todos sobre las Jalot y después la gente compartió con los demás la pequeña porción de comida que habían llevado consigo!”.

Y fue esa elección de lo que consideraba prioritario lo que sirvió como fuente de inspiración para su hija, la Sra. Iojeved Kahn, y que persiste hasta el día de hoy.

 

La tribuna Judía 40

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