La Voz Judía


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Triste epílogo de los jashmonaim

Janucá es una fiesta de crecimiento y superación. Comenzamos con una vela y culminamos con el encendido de la Menorá completa de ocho luminarias.
Efectivamente, a medida que progresamos, el desafío se torna más riesgoso. Eso no nos exime de seguir intentando. Jamás “dormirse en los laureles”, que constituye uno de os mayores escollos.

Celebramos anualmente durante ocho días, el triunfo de los macabeos por sobre los sirio-griegos, y la restauración del Bet HaMikdash como sitio en el que los judíos podrían cumplir con sus obligaciones: encender la Menorá, ofrendar los Korbanot y converger tres veces al año para las Festividades.

El legendario patriarca de los Jashmonaim, Matitiahu (mencionado en la plegaria “Al haNisim), tuvo cinco hijos. Luego de las victorias iniciales de Iehudá que dieron lugar a la recuperación del sagrado Templo en donde sucedió el célebre milagro del aceite, Iehudá cayó en una batalla y le sobrevivieron los últimos dos de sus hermanos, que gobernaron sucesivamente después de él: Ionatán y Shimón.
Hábilmente, aprovecharon las intrigas internas del gobierno de Antioquia - sede del imperio sirio-griego, que seguía siendo mucho más poderoso en términos militares que los judíos - para lograr concesiones a favor de su emergente autonomía y ampliar las zonas ya liberadas por Iehudá, con una salida al mar en el puerto de Iafo.
Sin embargo, también ellos sufrieron - al igual que todos sus hermanos - un fin violento. Cada uno fue traicionado por sus allegados y así se acabó la primera generación de héroes que restablecieron la soberanía en la Tierra de Israel a manos judías.
A Shimón lo heredó su hijo Iojanán Hircanus que luchó y extendió aun más las fronteras del territorio judío. También él asumió el título de “Nasí” (líder) para evitar violar la norma que ordena que los reyes debían pertenecer al linaje de la tribu de Iehudá. Sin embargo, para toda cuestión práctica, eran los reyes de la nación. Ya sus descendientes abandonaron este eufemismo, y se auto-declararon monarcas.
El Ramba”n (Najmanides) se pregunta por qué los Jashmonaím tuvieron un fin tan trágico.
“Lo iasur shevet miIehudá” (el cetro no se apartará de la tribu de Iehudá - Bereshit 49:10). Así fue la bendición profética del patriarca Ia’acov antes de fallecer.
Una vez recuperada la soberanía del país correspondía (a los Macabeos) coronar a un descendiente de Iehudá, en lugar de seguir ostentando el poder ellos mismos y sus hijos. No lo hicieron, y dieron comienzo a la decadencia que terminó por destruir el Bet haMikdash que ellos habían purificado.
La independencia y soberanía pueden llegar a convertirse en un obsequio caro. Si no se lo sabe usar bien, intoxican a los protagonistas.
Las conquistas de Iojanán Hircanus incorporaron una gran población no-judía al país. Temiendo que en el futuro estos nuevos ciudadanos pudieran convertirse en aliados de los enemigos, Iojanán los convirtió coercitivamente al judaísmo. Los Sabios (Prushim, = fariseos) desaprobaron de tal medida, y esto causó un distanciamiento con ellos.
Finalmente, si bien el rey se condujo de manera adecuada durante gran parte de su vida, aun actuando en calidad de Cohen Gadol en el Bet haMikdash, terminó convirtiéndose a la secta de los saduceos.
Los Sabios nos enseñan a partir de este ejemplo que nadie debe confiar en su propio juicio como garantía de saber que obrará siempre apropiadamente en el futuro (Pirkei Avot 2:4). Aun Iojanán cayó preso de las ideologías erradas de los saduceos.
¿Quiénes eran los Saduceos?
Muchos años antes, uno de los grandes Sabios, Antígonos Ish Sojó, alumno de Shimón haTzadik, había enseñado a sus alumnos (Pirkei Avot 1:3) que se debe obedecer los preceptos por amor a D”s y no con el propósito de recibir la recompensa correspondiente (si bien, obviamente la habrá, tal como se manifiesta en los trece axiomas del judaísmo). Dos de sus alumnos, Tzadok y Baitos, malinterpretaron las palabras de su maestro, y dedujeron que la remuneración en el Mundo Venidero no era algo tan certero. A partir de ese pensamiento se fue construyendo una creencia equivocada que difería de las enseñanzas que los Sabios habían recibido como tradición desde la época de Moshé y que constituían la Torá Oral.
Si bien, supuestamente, seguían rigiéndose por la Torá Escrita, su “interpretación libre” dio lugar a una nueva secta con leyes propias y antojadizas. Sin embargo, no dejaban de declararse judíos y decían representar la auténtica versión de la ley.
Una vez que los griegos habían sido vencidos por los Jashmonaim, y habiendo caído en desgracia el apego por el helenismo derrotado, muchos de los ex-“judíos helenistas” revirtieron a esta práctica, que también les “permitía” no obedecer las leyes de la Torá, sino actuar “a piacere”.
Los saduceos no eran numerosos, pues la mayor parte del pueblo le era fiel a la Torá y a los Sabios que la enseñaban, pero ostentaban un gran poder por estar cercanos al mando y no perdían coyuntura de hacerse del poder en cuanta oportunidad se presentara.
Por muchos años, los Sabios se veían en la necesidad de polemizar con los saduceos para demostrar el error de estos y sus teorías.
Algunas de las más notorias, eran la de negar la Mitzvá de verter agua sobre el Mizbeaj en Sucot, debía comenzar Sefirat haOmer siempre un domingo (cayendo también siempre Shavuot un día domingo), preparar el incienso y tenerlo encendido ya (el Cohen Gadol) antes de ingresar dentro del Kodesh haKodashim (Sumo Santuario) en Iom Kipur, algunas leyes de herencia y la desacertada traducción de la Torá en casos de heridas físicas consumadas a otra personas, en las que ellos entendían como si la Torá indicara ejecutar la “Ley del Talión” (“ojo por ojo”).
A la muerte de Ioajanán, le sucedió su hijo Iehudá Aristóbulo.
Este nieto ya distaba notoriamente de la abnegación y arrojo que habían mostrado su abuelo macabeo y sus hermanos. Se alejó de las tradiciones de los Jajamim, acercándose y revirtiendo al helenismo, justamente contra el que habían luchado los Jashmonaim.
Su política de estado reflejaba también el modo de proceder de los griegos: encarceló a sus propios familiares para no correr el riesgo que le usurparan el trono. Solamente un hermano gozaba de su confianza, y también él cayó muerto por las confabulaciones de la corte.
No gobernó mucho tiempo, pues murió poco después sin hijos. Su hermano, Alexander Ianai, contrajo matrimonio con su viuda Shlomit, cumpliendo con el precepto de Ibum (casamiento por levirato, para establecer descendencia a nombre de un hermano que falleció sin hijos), y asumió el trono.
También Ianai tuvo una política de confrontación con los Sabios, adhiriendo abiertamente a los saduceos, que en aquella época ya ejercían gran poder. Puesto que él ensanchó aun más las fronteras de Israel, requirió de numerosísimos mercenarios extranjeros que luchen para él.
La identificación de estos mercenarios con la causa y los principios del judaísmo obviamente era nula. A medida que Ianai se enfrentó más y más con sus hermanos fariseos, los legionarios foráneos de haber luchado por el reino, pasaron a participar con crueldad salvaje, convirtiendo la situación en una terrible guerra civil.
El Talmud narra uno de los hechos que desencadenó la animosidad entre Ianai y los Sabios:
Una vez, el rey Ianai estaba muy contento tras la conquista de 60 ciudades (!). Invitó a los Sabios a un banquete de hortalizas, para conmemorar a aquellos que construyeron el Segundo Bet haMikdash (que habían sido muy pobres).
Dijo entonces Eliezer Ben Po’irá, un malvado, a Ianai: “¡los Sabios te detestan!”
Preguntó Ianai: “¿Cómo lo puedo saber?”
Respondió Eliezer: “Pues vista el Tzitz (una placa que solo viste el Cohen Gadol en la cabeza) y vea su reacción” (Eliezer sabía que los Sabios consideraban que los antecedentes de la madre de Ianai, quien había sido capturada y tenida cautiva por enemigos gentiles, ponían en duda su aptitud como Cohen).
Ianai así lo hizo.
Iehudá ben Guedidiá (un Sabio) dijo entonces: “Rey Ianai, alcanza con que usted es el rey. No pretenda ser Cohen”.
El asunto de la aptitud de la madre fue investigado, y no se pudo comprobar su veracidad.
Los Sabios entonces abandonaron airadamente el banquete.
Eliezer, pues, demostró su argumento: “Rey Ianai: ¡ un plebeyo podría tolerar esta indignidad, pero no Usted, que es rey y Cohen Gadol!”
Preguntó Ianai entonces: “¿Qué debo hacer?”
Respondió Eliezer: “¡Mátalos!”
Pero Ianai no se convencía: “¡¿Qué pasará con el estudio de la Torá?!”
A lo que respondió Eliezer: “El Sefer Torá estará disponible para cualquier persona que quiera aprender”.
En este momento, Ianai se convirtió en hereje. Debería haber contrarrestado: “¿y qué pasará con la Torá oral?”
Ianai mató a (casi) todos los Sabios. El mundo estaba desolado hasta que Shimón ben Shetaj restauró la Torá a su grandeza (Kidushín 66.).
Recién la muerte de Ianai trajo cierta tranquilidad al país.
Su esposa (y ahora viuda), la reina Shlomtzion (Shlomit Alexandra), era hermana del famoso Taná y líder de Israel Shimón ben Shetaj, gobernó al país según los consejos de su hermano durante diez años. Iehudá ben Tabai, compañero de Shimón ben Shetaj que había huido a Egipto para escapar del vicioso Ianai, pudo volver y ejercer su cargo de máxima Autoridad del Sanhedrín. Los Sabios eran respetados y reconocidos. Incluso en el plano educativo, ese fue un período de crecimiento espiritual.
Sin embargo, con la muerte de Shimón, el período de sosiego se acabó. Los dos hijos de Shlomit - Hircanus y Aristóbulo - aspiraban a heredar el trono. La anciana reina ya no podía controlar los acontecimientos. Cuando murió Shlomit, sus hijos (alrededor del año 3698 - 63 años antes de la era común) se disputaron abiertamente la sucesión del trono.
Esto llevó a una nueva y sombría guerra civil. Para poder luchar en contra de su hermano, Hircanus se alió con Antipater, el idumeo (cuyo pueblo había sido convertido coercitivamente por Iojanán) y con otras tribus árabes.
En uno de los momentos más tristemente célebres, el Monte del Bet haMikdash en la ciudad de Ierushalaim estaba sitiado con un hermano adentro y el otro afuera. A fin de mantener vivo el servicio del Bet HaMikdash, todos los días se enviaba a través de sogas y poleas que los subían por las murallas, los 2 corderos que se necesitan para la ofrenda diaria del Tamid, a cambio de una suma exorbitante de dinero.
Un anciano dijo a los combatientes externos, en el lenguaje de “Jojmá Ievanit” (filosofía griega, vedada por los Sabios), que jamás conquistarían la ciudad mientras se ofrendaran los corderos.
Al día siguiente, los contendientes enviaron un cerdo en lugar de los corderos. Cuando el cerdo estaba a medio camino, clavó sus garras en la pared de Ierushalaim y la Tierra de Israel se sacudió a lo largo y ancho de 400 Parsá (Menajot 64:).

Para mediar entre ambos hermanos, fue convocado el general Pompeyo, miembro del triunvirato romano. Astutamente (y no menos cruel y ambicioso), éste llevó a Aristóbulo, el más fuerte, como prisionero a Roma adonde lo trajo como trofeo de sus luchas y dejó a Hircanus a cargo de un gobierno títere, tornando - de ahí en más - a “Judea” en una provincia romana.
Tanto las conquistas políticas como los logros espirituales que habían alcanzado los Jashmonaim se habían perdido por obra de sus propios descendientes.
El final de los Macabeos fue funesto. Todos murieron en forma violenta. Herodes, el edomita, hijo de Antipater casado con Mariana la Hasmonea, perteneció a las familias que fueron obligadas a convertirse al judaísmo por la fuerza. Acabó asesinando a los últimos sobrevivientes de los Jashmonaim (incluso a su propia esposa).
¿Servirá también esta lección de Janucá para enseñarnos algo?
Curiosamente, una escasa semana después de Janucá, observamos uno de los cuatro ayunos anuales que recuerdan la destrucción del Bet Hamikdash.
(Si bien esta fecha corresponde al sitio caldeo contra Ierushalaim en la época del primer Templo, la enseñanza de este día de recogimiento abarca ambas destrucciones - y nuestra actual situación espiritualmente penosa).
A pesar que los Jashmonaim había llevado a un pueblo desahuciado a alturas de pureza mediante su enorme valentía e Irat Shamaim, ¡el odio entre hermanos destruyó sus logros en muy pocos años!
¡Increíble: la yuxtaposición es tan evidente!
Un puñado de hombres alcanza a revertir una situación desesperanzada, y en cuatro o cinco generaciones sus sucesores comienzan la decadencia que ya no tendría retorno.
Veamos con qué facilidad se destruyó en pocos años el efecto de un milagro del relieve de Janucá.
También nosotros hemos logrado grandes cosas en nuestra vida - ¡y con gran esfuerzo personal o familiar…! ¿estamos dispuestos a que se pierdan?

Janucá es una fiesta de crecimiento y superación. Comenzamos con una vela y culminamos con el encendido de la Menorá completa de ocho luminarias.
Efectivamente, a medida que progresamos, el desafío se torna más riesgoso. Eso no nos exime de seguir intentando. Jamás “dormirse en los laureles”, que constituye uno de os mayores escollos.
Hasta podemos llegar a tropezar.
Pero también podemos levantarnos y seguir intentando ascender.

 

La tribuna Judía 38

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