La Voz Judía


La Voz Judía
Una mirada sobre Europa
Por David Damen

Nunca antes había comprendido cuánto había que valorizar el hecho de abrir una canilla para obtener agua corriente hasta el momento en que llegué a Ucrania.
Nosotros pasamos Shabat en el pueblo de Belz, cerca de la frontera con Polonia. Para llegar hasta allí cruzamos la famosa frontera ucraniana, donde esperamos una eternidad hasta que una persona de la guardia fronteriza se dignó a despertarse. En el tiempo que le llevó a la policía fronteriza ucraniana sellar nuestros pasaportes podíamos haber reconstruido el Muro de Berlín.
Pero eso no es lo más importante. La lección principal que aprendí es que aún cuando estén hechas las cañerías uno podría abrir una canilla y observar cómo sale sólo un débil chorrito de agua que al poco rato cesa totalmente hasta nuevas noticias. Y ninguno de los pobladores del lugar se alarmaría por ello. Ellos cargan baldes en sus hombros y se dirigen al río para traer agua. En cambio nosotros, los malcriados ciudadanos del rico Occidente, no podíamos entender cómo era posible funcionar sin tener agua a nuestra disposición.
En verdad, ¿quién precisa agua? Cuando uno pasa el Shabat en la ciudad sagrada donde tres Rabinos de Belz están enterrados, zy”a, uno sólo necesita beber de su rica experiencia espiritual. Uno prioriza la esencia de la ciudad, donde la sola mención de su nombre alguna vez resonó con fuerza entre miles de personas.
Actualmente, excepto por unas pocas babushkas ucranianas y decenas de frágiles hogares que parece que podrían colapsar ante el menor movimiento de tierra, no hay mucho más en ese lugar. La sinagoga que alguna vez fue construida por el Sar Shalom de Belz con sus propias manos actualmente es el predio de una escuela. La antigua mikve es una casa particular que está en pésimas condiciones. El edificio de la jevrá (la organización de hajnasat orjim de Belz, aún llamada así en la actualidad), es un negocio de alfombras que pertenece a un husky ucraniano quien ve las estrellas cada vez que un Belzer entra al negocio pidiendo mezuzot.
Sólo el cementerio sigue estando, aunque con unas pocas tumbas intactas, incluyendo los tziyunim de los tres Belzer Rebbes: Rav Shalom; Rebbe Yehoshúa, cuyo iartzeit fue precisamente la semana en que nosotros estuvimos de visita, y Rebbe Yssajar Dov.
Allí también están enterrados la Rebbetzin Malka, cuyo esposo, el Sar Shalom, dijo de ella: “Umalki tzedek melej Shalem”- en el zjut de Malka, Shalom puede ser rey.
Hay algunas pocas cosas que se pueden aprender de los ucranianos, incluyendo su modesto estilo de vida (ellos subsisten con $200 al mes). En la magnífica casa de huéspedes construida por los Belzer jasidim cerca del cementerio, los trabajadores ganan un dólar la hora, y ellos están conformes con eso e incluso son la envidia de otros residentes.
Alguien señaló una bella casa que estaba en el centro de la ciudad. “Allí es donde vive el rico”, me dijeron. Aparentemente este hombre rico gana una fortuna: 1.000 dólares por mes.
La gente no tiene teléfono celular, no tienen vacaciones dos veces al año, y tampoco compran departamentos para sus hijos. Recientemente los residentes informaron que el almacenero del lugar no compra más azúcar porque los precios se fueron para arriba y la gente dejó de comprarla.
En términos generales, Ucrania es un país remoto, desolado y aburrido. Ellos dan dos pasos para adelante y uno para atrás. Ellos eligieron un presidente pro-occidental hace cuatro años atrás, pero lo acaban de deponer erigiendo en su lugar a un líder pro-ruso. Ellos desperdician enormes extensiones de tierra que permanece sin desarrollar. Ellos permiten que subsistan poblados enteros en la pobreza más abyecta, quedando sumamente rezagados en comparación con los países de Europa Oriental.
La moderna Ucrania guarda un poco de importancia aún como el lugar donde están enterrados muchos kedoshei elyon. Pero esto no será por mucho tiempo más. Cuando llegue el Mashiaj, estos tzadikim volverán a la vida y nosotros no tendremos que esperar nunca más tres horas en la frontera ni ponernos nerviosos esperando a ver si el agua sale de la canilla.

 

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