La Voz Judía


La Voz Judía
¡Fuego, fuego!

En los números anteriores nos explayamos respecto de la enormidad de la falla humana de enojarse con facilidad y dar rienda suelta a la cólera agrediendo a quien se cree que es el adversario o a la sazón está cerca nuestro. Dado que este fenómeno es una falta generalizada, volvemos sobre el tema para estudiar las maneras de evitar el llegar a este punto.
Si se pudiera poner en práctica los consejos que nos da el Rabino Zelig Pliskin shlit”a (“Anger” de Artscroll/Mesorah), obtendremos un beneficio importante: No solamente será una ventaja para nuestra salud, sino que la convivencia con nuestros seres queridos y en el lugar de trabajo será posible – y de manera agradable.

En primer lugar es importante tener en cuenta que como judíos estamos hablando de una obligación y no - simplemente - de algo que “queda mal” o “queda feo ante el público”.
Si bien Ud., querido lector, tal vez no encuentre en el texto de la Torá que expresamente se manifieste al respecto, los Sabios (y el Ramba”m lo menciona en su código de leyes “Mishné Torá” – Hiljot De’ot 1:5) enuncian que controlar el enojo está incluido en la obligación general de “caminar en Sus caminos” (Devarim 10:12), lo cual significa que el ser humano debe emular la conducta del Todopoderoso: “del mismo modo que Él es Bondadoso, así también tú debes ser bondadoso” (solo mencionamos una de los múltiples atributos Di-vinos, pero la lista que exponen los Sabios en las cualidades en que se debe “copiar” a D”s, es más extensa).
Por lo contrario, Rabí Israel Salanter nos hace saber que “casi todos los pecados de convivencia entre las personas no se inician sino mediante el enfurecimiento: la venganza, la mentira, la maledicencia, la abstención de ofrecer ayuda, causar dolor a animales, etc.” Es decir, que la falta de control no solo es un error en si. Es el origen de tantas otras fallas que nos caracterizan. Esto da para pensar.
No obstante, si se sienta a estudiar el tema más a fondo, se enterará que el estilo de vida con un sinnúmero de disgustos, destruye la salud propia, arruina la convivencia del hogar (aun si siguen viviendo bajo un mismo techo, los miembros de la familia tratarán de obviar uno la presencia del otro) y del lugar de trabajo o de estudio (los saludos se hacen por compromiso y sin amistad). Más adelante volveremos sobre el tema.

Sin embargo, sería oportuno que la persona que incurre asiduamente en este flagelo tomara conciencia de los diversos rasgos que está demostrando cuando actúa con desmán ante los demás. Al perder el control de sus impulsos, la persona exhibe un pobre nivel de Emuná (creencia en el imperio absoluto del Todopoderoso sobre lo que ocurre en este mundo) pues si aceptara auténticamente que D”s dirige lo que sucede aquí, no reaccionaría con tanta vehemencia ante la adversidad, sino que admitiría que se puede tratar de la Voluntad de D”s que las cosas se den de manera distinta a lo que él hubiese deseado o programado. Quizás sea por eso que los Sabios compararon a una persona que entra en cólera hasta el punto en que adopta actitudes destructivas como un idólatra.
La alteración asimismo es una clara evidencia de una profunda falencia en la modestia y en la paciencia del individuo. Una persona humilde reconoce que no siempre tiene razón, que se deben tomar en cuenta las necesidades de otros al igual que las propias, etc.
Sucede también a menudo que los gritos son un método de intentar controlar a los demás (“si no grito, no me escucha, y me ‘pasan por arriba’”). El tema es que mucha gente no reconoce que suele estar poseída por la furia (¿nunca escuchó a alguien exclamar con la cara ‘como un tomate’: “¡no te estoy gritando – es solo que vos no me escuchás!?).
Una de las dificultades más comunes y generalizadas en nuestra sociedad es la falta de auto-estima en niños y adultos. Es una cuestión dilatada y no la podremos tratar aquí, pero basta con observar que importantes autores de nuestra época dedicaron libros enteros al tema. Quien se siente bien consigo, no necesita gritar para hacerse escuchar y no tiene el más mínimo deseo de imponerse sobre los demás.
La falta en juzgar a los semejantes positivamente, es una de las manifestaciones de que expone quien suele gritar a otros. Si mirara con más consideración a sus compañeros, se percataría que los mira con la lupa que detecta siempre sus lados negativos. Es la típica persona que culpa a los demás por todo lo que anda mal y no sabe perdonar los errores ajenos.
Quien se enoja con facilidad demuestra con su conducta una pobreza en la comunicación (no sabe arreglar las cosas hablando), falta de respeto por la dignidad de los seres humanos y falta de control sobre sus impulsos.

Más de una vez recordamos en estas líneas las palabras del Talmud que recomienda: “Le’olam al iatil adam eimá ieteirá betoj beitó” (como regla, no debe imponer la persona un temor excesivo en su hogar) dice el Talmud (Guittin 6:).
En demasiados hogares se grita y mucho. Es posible que esto sea el resultado de la falta de alegría (“Simjat Jaím”) en nuestras vidas. Muchos nos sentimos “pobrecitos”. Bajo el pretexto que “las cosas no van bien”, contemplamos nuestra propia vida como una serie de fracasos colmados de dolor. Efectivamente, las “cosas” (especialmente las del orden económico...) son más difíciles que en el pasado. Sin embargo, afortunadamente, muchos de nosotros no somos los “pobrecitos” que algunas veces tratamos de personificar. Tengamos muchos o pocos recursos materiales, nos olvidamos frecuentemente de considerar y tener en cuenta de todas las cosas buenas que nos suceden. Si la salud está bien, si los niños progresan en sus estudios, si tenemos amigos, si nuestra familia está unida, si podemos practicar libremente nuestra religión, es suficiente razón para sonreír. Con esto no se resolverán los problemas económicos, pero sí nuestra vida tendrá otro matiz.
Si nuestra actitud hacia las personas que integran nuestro hogar fuese convencionalmente con un porte de agrado, del mismo modo que nos mostraríamos – por ejemplo – si nos encontráramos con un amigo íntimo a quien no vimos durante largo tiempo, o si estuviésemos sentados en una fiesta de casamiento con personas con quienes nos gusta estar, todo sería distinto. En la Mishná de Pirkéi Avot (cap. 1) Shammai nos recomienda recibir a toda persona con un aire y un gesto de semblante afable y complaciente. Si esto está establecido con “toda persona” incluyendo a los extraños, cuanto más aplicación tendrá con quienes son allegados a nosotros, o – aun más – quienes dependen de nosotros para su correcta educaci! ón.
Esta actitud tiene sus réditos. Cuanto más uno sonría y se muestre constantemente alegre, del mismo modo será premiado pues quienes lo rodean le devolvieran a su vez esa sonrisa. Esto permitirá un mayor grado de solidaridad y “buen honda” recíprocas. Las cosas que rutinariamente lo enojaban, se verán diminutas frente a las cuestiones que realmente valen.
En el caso de los niños, crecerán más seguros de si mismos. Si llega el momento de reprenderlos por algo que no están haciendo del modo que debiera ser, alcanzará simplemente con quitar algo de la expresión gozosa común reemplazándola con un gesto un poco más adusto, y con un tono de voz un poco más grave y firme. Nuestros hijos nos conocen muy bien. Saben interpretar los cambios en nuestro modo de dirigirnos a ellos. Saben inmediatamente que “la cosa es en serio”. Posiblemente intenten probarnos para saber si estamos convencidos de lo que declaramos, y, si demostramos que permanecemos firmes en nue! stra decisión, la van a respetar. Todo esto se puede lograr sin emitir gritos ni expresiones alteradas de hastío y desesperación. Llamar la atención en voz alta, quedará reservado para instancias en las cuales es urgente que se tome acción inmediata, como en el caso de un peligro inminente.
Obviamente, en cuanto se aborde todas las situaciones menores con alaridos, se llegará a un punto en el cual no se distinguirá entre los asuntos que realmente son urgentes e importantes, y las definiciones que no lo son. De este modo se pierde totalmente la noción de una escala de valores y la progresión de menor a mayor, una cuestión esencial en la educación de los infantes.

Expusimos en estos fascículos ciertos conceptos relacionados con la falta de control y el enojo. Muchas veces la gente se pregunta: “¿entonces debo ‘tragármelo’ y guardarlo todo adentro?”. La respuesta es definitivamente: “¡NO!” Guardar rencor está prohibido por la Torá (y también “hace mal a la salud”). Por otro lado, sí es sano tranquilizarse, tomar distancia, evaluar los hechos objetivamente, consultar con alguna persona sabia y luego obrar en consecuencia. Sin duda que construiremos una sociedad mejor y familias más s! anas.

 

La tribuna Judia 26

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Una voz que ahonda en las raices judías

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