La Voz Judía


La Voz Judía
Tratando de hacer memoria
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Aquel viejo pretexto de “me olvidé”, lo conocemos todos. A todos nos fue útil en algún momento de nuestra escolaridad. Posiblemente fue sincero, quizás ficticio, y siempre con algún grado de cargo de conciencia. A su vez, cuando escuchamos estas mismas palabras en boca de otros, las recibimos con cierto grado de escepticismo, pensando que si el tema fuese realmente importante para esa persona, pues no lo hubiese olvidado.

Sin embargo, peor aun es cuando, en lugar de utilizar esta vieja artimaña, la persona afectada niega que se hubiese - p.ej. - comprometido a hacer algo de lo cual no cabe la menor duda que está mintiendo. En ese caso, nuestra molestia y nuestra “bronca” no tienen límite.
Lo mismo sucede cuando se cuestiona la veracidad de lo sucedido durante los terribles años del régimen nazi y sus aliados en Europa. Aunque viven los sobrevivientes de aquellas siniestras persecuciones y masacres, desde años, incluso al poco tiempo de haber terminado la Shoá, aparecieron publicaciones negando o minimizando lo sucedido. Si a nosotros, que nacimos después de que todo esto ha sucedido y sabemos todo a partir de la lectura y de haber conocido a los testigos presenciales de las atrocidades, nos irrita sobremanera, uno se puede imaginar el dolor que causó y que sigue causando a las víctimas que aún viven, el ver que alguien pueda negarle abiertamente a las víctimas la propia experiencia y testimonio.
A raíz de eso, se iniciaron proyectos por medio de los cuales se filmaron todos los testimonios de quienes pueden aún relatar lo sucedido para las próximas generaciones. Casi siempre, cuando se cuestiona acerca de la utilidad de estos proyectos, la respuesta es: “para que no se vuelva a repetir”. En realidad, esta frase encierra más un deseo (que todos compartimos), que una realidad (que es muy dudosa), pero dejemos este tema allí. Lo que es verdad, es que en una reunión internacional de sobrevivientes en 1981 en Ierushalaim, uno de los participantes, preocupado porque la memoria del holocausto no quedara borrada a lo largo (o corto) de la historia, propuso crear una especie de “Club” que lo integrarían todos aquellos y sólo aquellos que genuinamente quisieran que la memoria de lo ocurrido perdurara para la eternidad. (Sepa Ud. que la preocupación no es exagerada, pues los judíos tampoco figuramos en los manuales de estudio o en las enciclopedias como víctimas de, p.ej., las cruzadas...). Mucha gente apoyó esta moción con distintas ideas, algunas más prácticas que otras, a las cuales deberían comprometerse todos aquellos que decidieran sumarse a esta propuesta, cuyo carácter no sería temporáneo (solo para esta generación), sino que intentaría mantener viva la memoria por siglos o milenios (si los padres inculcaran a sus hijos las reglas de la pertenencia al “club”). Entre tantas ideas, sugirieron que los miembros del club deberían tomarse un cierto horario estricto todos los días para hacer “un minuto de silencio”, reflexión o lectura, tanto a la mañana como a la noche. Para darle más trascendencia a estos momentos, sería incluso preferible que fuese en lugares de reunión comunes a todos los miembros del club. A esto, se sumó la idea de vestir - los que la tenían y si no, fabricarse nuevas - las ropas que obligaron a ponerse a los presos de los campos de concentración. Otros propusieron que todos los miembros del club y sus familias visitaran los lugares de exterminio (“marcha por la vida”), y, de estar imposibilitados de hacerlo, celebraran una reunión en sus hogares en la cual comieran una sopa de cáscaras de papa sucia y maloliente con un trozo de pan duro que rememorara la malnutrición que sufrieron los habitantes de los guettos y los campos. Al mismo tiempo, se sugirió mantener un registro riguroso con números precisos de quiénes habían sido las víctimas con sus lugares de origen, los victimarios, los métodos de tortura, etc. para que la memoria no quedara un tanto ambigua con el correr del tiempo. Se establecería un método para permitir la incorporación futura de nuevos miembros al club, pero estaría sujeta a que el interés de incorporación fuese genuino y no tuviese otros fines, como ser: políticos, o ser bien vistos en la sociedad. A tal fin, cada nuevo miembro debería demostrar que realmente está observando cada una de las reglas del club con honestidad.

Hubo muchas propuestas más. Pero, por sobre todo, se percibía la ansiedad, que nada de lo que se proponía alcanzaba para asegurar que los hijos de quienes la integrarían inicialmente, realmente continuarían la propuesta. Hubo hasta un sobreviviente en Australia, que había marcado el brazo a sus hijos con el mismo número que le habían grabado su propio brazo en Auschwitz. ¿Haría falta una huella tan fuerte? ¿Cumpliría su objetivo? ¿Se seguiría cumpliendo en la próxima generación? Las expresiones de frustración ante el casi seguro olvido para la mayoría de los judíos, ante la negación de sus adversarios y el cúmulo de nuevos problemas que se debían afrontar, se notaron en las caras de los presentes...

Escribo estas líneas apenas unas décadas después de hechos de cuyos protagonistas hemos todos conocido al menos a alguien. Al mismo tiempo, somos concientes de que nuestra historia no comenzó hace 60 años con el advenimiento del holocausto. Tampoco comenzó con el congreso sionista hace un siglo, ni con la emancipación de los judíos de Europa hace 150 años. ¡Llevamos no menos que 3.800 años de historia desde la época de Avraham intentando propagar entre los habitantes del planeta la idea del monoteísmo, del objetivo espiritual del ser humano, de las tareas morales de bondad y equidad que le incumben a cada uno! Es por eso que nuestro “club” tiene tantas leyes y reglas. Nos convocamos mañana y noche en la sinagoga para comprender mejor esas leyes y ponerlas en práctica. Vestimos una ropa especial, Talit y Tefilín, los cuales tienen un significado tan importante en el mensaje que portamos. Comemos Matzá y Maror (“pan duro y sopa de cáscaras de papa”) y cumplimos una serie de preceptos que nos vinculan al “club” hasta el punto de marcar nuestro cuerpo desde pequeños con la señal indeleble del Brit Milá, a fin de no perder conciencia que pertenecemos al “club” en el cual se registraron nuestros antepasados. Con cada acto que hacemos, afirmamos nuestro firme deseo que las próximas generaciones no se “borren” del club. ¿Hay, acaso, otra manera de transmitir el judaísmo de padre a hijo?

Y a esta altura nos encontramos con descendientes de aquellos mismos primeros miembros honorarios de antaño, que dicen “sentirse muy judíos”, cosa que sería difícil negar o afirmar, pero que carecen de los conocimientos de la importancia del porqué todos estos preceptos que, sin duda, no son tan fáciles de cumplir. ¡Después de siglos y milenios de aferrarnos a los mandatos que permitieron la continuidad del club, hoy son más los que devuelven (o descartan) su carnet de socio que quienes lo cuidan!

Sin duda existen muchas cosas que todos desconocemos. Entre ellas está la comprensión íntegra de muchas de las Mitzvot. No obstante, cuide su carnet y no vacile en cumplirlas. Luego, trate de ir a un lugar en donde encuentre su explicación (o parte de ella). Pero sepa: Lo que Ud. está haciendo en aquel momento, si lo entiende o no, lo une a 3.800 años de historia que transmiten el mensaje más profundo (la palabra Di-vina) que fue transformando a la humanidad a través del tiempo. Ya llegará el día en el cual, retroactivamente, podremos apreciar el valor de cada acto que ahora nos pareció tan difícil. (Adaptado de una conferencia del R. David Ordman shlit”a).

 

La tribuna Judia 21

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