La Voz Judía


La Voz Judía
Un "diluvio" de agresiones
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Violencia. Una palabra que está “de moda”. La percepción de que las calles de esta ciudad son inseguras, se debe principalmente a la cantidad de actos violentos de los que hemos escuchado. Día a día se nos presentan imágenes cruentas en los medios y tememos salir de noche por lugares que suelen estar menos protegidos o iluminados. Las casillas de vigilantes y los agentes armados de protección nocturna de los edificios, dan señal de que la cosa no está bien.
¿Podemos hacer algo al respecto? “Difícilmente se pueda remediar” – pensamos. Atrás quedaron los recuerdos de cuando se podía circular a cualquier hora despreocupado. Con nostalgia de lo que tal vez ya no volverá, evocamos los días cuando se podía no echarle llave a la puerta de casa...
En la lectura de Noaj, la Torá nos relata acerca de las características de la humanidad antes del gran diluvio. “La tierra se corrompió ante D”s y se llenó de violencia” (Bereshit 6:11). Hemos traducido aquí el término “Jamás” de la Torá, como “violencia”. En realidad, los Sabios entienden que se habla acá de robo y nos enseñan que a pesar que aquella generación estaba hundida en la inmundicia de la idolatría y del incesto, su suerte quedó sellada a causa de la depredación y el pillaje que eran notorios en esas épocas.
Sin embargo, como también señalan los comentaristas de la Torá, no se utiliza la palabra “Guezel”, que es la más común para hablar de robos. Se utiliza el vocablo “Jamás”. ¿A qué se debe esto?
Antes de seguir, debemos destacar que esta palabra no nos es ajena. En las plegarias de Iom Kipur, al igual que en Selijot, hemos declarado en la confesión ante D”s que “Jamasnu”: hemos sido violentos.
¿Cuál es la “violencia” de la que nos estamos haciendo cargo?
En la ley judía, se considera que una persona que ha adquirido un objeto de otro individuo sin su consentimiento y beneplácito de venderlo, ha cometido esta grave ofensa aun si ha abonado por completo el artículo comprado. Dado que el décimo de los diez mandamientos ordena que no se debe codiciar los bienes ajenos, al momento de obligar a otro a ceder en la venta, quien lo presiona a entregar en contra de su voluntad, demuestra estar en infracción aquel precepto.
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos comprender las palabras del Midrash que cuenta que las personas que vivieron en el previo al diluvio “robaban por menos que el valor de una moneda mínima”. Al llevar “prestado” menos que una prutá (moneda antigua) quedaban fuera del rigor de la ley. Es decir: robaban con viveza, con guantes blancos.
Imaginen que Ud. ha comprado una planta para decorar el frente de su casa. Se tomó el trabajo de obtenerla, plantarla y regarla. Un buen vecino ve la hermosa planta y decide que sería bueno tener una igual en su jardín. Se acerca y le quita un pequeño gajo, que luego plantará al fondo de su casa. “Total” – piensa - “un pequeño gajo no es nada”. A medida que los transeúntes se llevan cada uno un pequeño souvenir de aquella planta, esta va perdiendo su belleza. Ud. lo ve por la ventana y... no le dice nada. “Queda mal” protestar por sutilezas. ¡Cómo se va a quejar por un gajo! Va a parecer ridículo ante la gente. “¿Se queja por un gajito?”
Tampoco le dice al otro vecino que lleva a su perro a pasear y le deja un recuerdo en su vereda... Nadie se animaría a armar un escándalo por un monto mínimo, por miedo a parecer irrisorio.
Sin embargo, en su interior, se suma más y más el enojo, precisamente porque “no puede decir nada”.
Si tuviese estudio de “Musar” (auto-análisis ético), entonces vería las cosas en la perspectiva correcta y se percataría que quizás no conviene hacerse “mala sangre” por ciertas cosas. No obstante, son pocos los que tuvieron el privilegio de haber aprendido en plenitud esta disciplina.
En la mayoría de los seres humanos, estas situaciones se acumulan hasta que el individuo “estalla”. Es posible que ese estallido sea controlado, pero suele no serlo.
Puede ser que la descarga sea contra el infractor, pero suele ser algún otro (habitualmente el que menos se puede defender de uno) quien deberá cargar con el peso del rencor de la persona que se sintió reiteradamente agraviada.
Ya Caín, el hijo de Adam se sintió lastimado cuando su ofrenda no fue aceptada, mientras que la de Hével sí tuvo la aprobación de D”s. Si bien D”s le explicó la situación, Caín se sintió mal. A su entender fue tratado con injusticia. Dijo: “en este mundo no hay justicia y no hay juez”. Como consecuencia, mató a Hével.
Estas palabras de los Sabios tienen una implicancia muy amplia para nuestra vida. Quizás al analizar la descripción de la generación del diluvio, aprenderemos de qué debemos tomar conciencia al decir “jamasnu” en nuestra confesión.
¿Cómo logramos nuestros objetivos? ¿Contemplamos las posiciones de aquellos que disienten con nosotros? ¿Cómo obramos si no nos ponemos de acuerdo, o si proponemos algo y los demás no subscriben a nuestra idea?
Pues lo que frecuentemente ocurre, es que el individuo que desea llevar a cabo un plan al que no apoyan los demás, evalúe su posición en el contexto en que sucede. Si puede, crea una estrategia de presión para que los demás lo apoyen.
¿Cómo se presiona? Cada uno lo hace a su manera. Algunos amenazan con palabras o con gritos. Otros insisten hasta cansar al otro. Ciertas personas “manejadoras” saben tocar el “talón de Aquiles” para que otro responda a sus intereses.
Cada uno de estos, hace uso del poder que sostiene en el ambiente en que lo puede aprovechar. Los niños aprenden muy rápidamente cómo lograr que los padres cumplan con sus deseos. Muchas parejas viven una vida de pulseadas.
Uno, o ambos, saben cómo alcanzar sus objetivos, por la fuerza de la persuasión.
A primera vista, parece ser que uno logra lo que quería. Sin embargo, pronto se descubrirá, que la ganancia de hoy es la pérdida del mañana.
¿Pues entonces, cómo debemos resolver las diferencias que se producen en el seno de la vida doméstica o en el ambiente laboral? Con el diálogo.
¡Cuidado! Diálogo no es solamente “hablar”. Muchos “se hablan” – llevando adelante cada uno su propio monólogo por su lado, repitiéndolo una y otra vez, y no llegan a nada – o terminan peor y más distanciados de lo que estaban antes de comenzar la conversación. Diálogo significa escuchar las opiniones del otro y ponerse en su lugar. Por lo general no hay mucho diálogo. Nuestra generación logró mucha tecnología, pero poca comunicación real. Oprimiendo algunas teclas, estamos instantáneamente en contacto con personas que están del otro lado del planeta, pero no sabemos conversar con nuestros seres más cercanos. Al carecer de conversaciones razonables, abundan aquellas “violencias” de las que estamos hablando. El resultado es la destrucción de la fibra social.
¿Qué debemos hacer?
Encontrar vías alternativas de expresión. Las cosas se pueden decir de muchas maneras distintas. Frecuentemente, por falta de paciencia o de reflexión, nos brotan las palabras más abrasivas, en lugar de elegir modos más suaves que tienen un menor costo en detrimento de lo afectivo y en el daño que producen el vínculo personal. Si esto es verdad en las relaciones comunes, tanto más importante se torna cuando se trata del nexo entre padres e hijos.
Al concluir el diluvio, D”s mostró un gesto a los seres humanos: el arco iris. El Sabio Rash”í explica que la razón de que esto simboliza el pacto es porque la guerra se demuestra por el arco extendido en contra del adversario. Al “darlo vuelta” (el arco iris está ondeado “contra el cielo”), D”s educó al ser humano a no ver a su semejante como contendiente. Ver que el error puede (y suele) estar también en uno. Allí comienza la convivencia.
Quizás podamos percatarnos que la violencia callejera responde a la saturación de las “pequeñas” injusticias, presiones, y agresiones que protagonizamos a diario. Quizás no podamos resolver tan rápidamente el tema de cómo salir a pasear tranquilamente de noche, pero sí podamos remediar algo de lo que está más cerca nuestro.

 

La tribuna Judia 16

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