La Voz Judía


La Voz Judía
PESAJ
El Afikoman de Amsterdam y otras historias

Por Chavi Chamish

Fue en un Shabat Hagadol (1), hace muchos años, que estos valiosos cuentos de Pesaj comenzaron a desplegarse.
Uno de nuestros invitados en la mesa de Shabat estaba contando una historia que justamente acababa de leer en el diario acerca de una mujer que a la edad de 70 años estaba visitando Israel por primera vez. La mujer siempre había creído que era la única integrante de su familia que había sobrevivido al Holocausto.
El segundo dia de su estadía, su grupo visitó Yad Vashem. Los recuerdos de aquellos años trágicos la embargaron y se sintió impulsada a escribir algo en el Libro de Visitas del Museo. Ella tenía problemas para ordenar sus pensamientos, y dio un vistazo a los comentarios de las demás personas a fin de encontrar alguna idea. Y fue entonces cuando vio ese ínfimo detalle, que no era mayor que la marca de una lapicera sobre la letra ‘T’. Y precisamente esa marquita, esa manera especial de cruzar la ‘T’, era lo que su padre les había enseñado a sus hijos medio siglo atrás, lo que la hizo reencontrarse con su hermano.
Allí, en Yad Vashem, luego de todo lo que había pasado desde el abrupto y trágico final vivido por su protectora familia en Polonia, ella volvió a ver ese pequeño rulo sobre la letra en el nombre de su hermano, y debajo del nombre estaba escrito: “Haifa”.
“¡Este es mi hermano! ¡Este es mi hermano!”, gritó.
Con la ayuda de su guía de turismo ella le telefonó a su hermano en Haifa, y en medio de las lágrimas le contó cómo lo había encontrado.
“Ahora, en Pesaj, ellos volverán Baruj Hashem, a sentarse juntos a la mesa del Seder, concluyó nuestro invitado. “¡Ojalá su padre, z”l, desde los Cielos, tuviera el honor de saber que sus dos queridos hijos estan unidos ante la mesa del Seder este año en Israel y se alegrara de saber lo importante que fue sirviendo como instrumento para producir este milagro!”.
* * * * *

“Yo tengo una historia extraordinaria acerca de encuentros, también”, dijo otra invitada, Libby. “Y es interesante que yo lo esté contando justamente ahora, antes de Pesaj. Esto sucedió cuando yo tenía 16 años de edad.
“Yo estaba en el centro de la ciudad de Toronto. Un hombre de la edad de mis padres, estaba caminando hacia mi cuando repentinamente se detuvo y golpeó su pecho como si estuviera teniendo un ataque al corazón o algo por el estilo.
‘Yo lamento si la asusté, dijo. Usted debe ser la hija de Ester Taffel, ¿me equivoco? Yo debo estar en lo cierto dado que usted se parece mucho a ella cuando tenía su edad.’
“Tomada por la sorpresa le respondí: Sí, ese era el nombre de soltera de mi madre. ¿Dónde la conoció Ud.?
“El parecía casi no escucharme y siguió diciendo: ‘Este es el día más increíble de mi vida. Usted es la prueba de que Esther sobrevivió’, y se quedó inmóvil, llorando como una criatura diciéndome :’Perdóneme, perdóneme’, una y otra vez.
“Llamé a mi madre al instante. ‘Dígale simplemente que se encontró con Jakob Hess de Amsterdam’, susurró el hombre. Al mencionarle a mi madre el nombre de esa persona, ella se emocionó mucho y me pidió hablar con él. Una hora más tarde tuvo lugar la reunión más conmovedora que pueda imaginarse.
“Mis abuelos cerraron temprano su negocio y vinieron junto con mi tía. Yo lloraba sólo de ver cómo ellos lloraban todos juntos. Estuvieron sentados cuatro horas, reviviendo aquellos días que pasaron juntos, y hablando acerca de lo que había sucedido en sus vidas desde entonces. Cuando mi abuelo le preguntó a Jakob donde estaba viviendo, fue estremecedor escuchar que durante los últimos 20 años él había estado viviendo a cuatro cuadras de distancia de mis abuelos.
“Fue el 4 de Mayo de 1940 que Alemania invadió Holanda. Mi madre tenía entonces 16 años.
Mi abuelo inmediatamente comenzó a buscar un lugar donde esconder a su familia. En dos oportunidades los lugares de escondite que él había encontrado demostraron ser demasiado peligrosos. Eventualmente, él hizo arreglos para que los cuatro integrantes de su familia se quedaran en sótano de uno de los trabajadores de su fábrica. En Marzo de 1941 la familia entró al sótano. Al principio ellos eran los únicos que estaban en ese lugar, que era muy pequeño. Entonces, Jakob Hess, el hombre que me detuvo en la calle, también se escondió allí. El había llevado consigo una Hagadá y Matzá, suponiendo que existía la posibilidad de que la guerra continuara durante la festividad de Pesaj.
“Ese año los cinco realizaron un Seder en el estrecho y escasamente alumbrado sótano, pidiendo fervientemente a Hashem que pusiera fin a sus aflicciones, como en los viejos tiempos. Cuando llegó el momento de comer el afikoman (2), mi abuelo sugirió que lo guardaran por las dudas de que la guerra continuara realmente hasta después de Pesaj.
“Y así se hizo, año tras año, con ese pequeño trozo de afikoman, conservado y protegido con más cuidado que cualquier tesoro. El era su fortaleza y sus esperanzas. Efectivamente, mientras durara el afikoman, ellos mantenían una luz de esperanza de poder sobrevivir. Partiendo de la noche del Seder de 1941, ellos fueron tomando del afikoman las más diminutas cantidades –en 1942, 1943, 1944 y 1945- hasta que la pieza era tan pequeña que apenas podía cubrir la yema de un dedo. Y cada año ellos rezaban fervientemente , para el Pesaj siguiente, ellos pudieran ser hombres libres y estar todos juntos, relatando la historia del valioso afikoman a sus familias e invitados a su mesa de Seder.
“En Diciembre de 1944, Jakob Hess no pudo soportar más estar encerrado. El había llegado a un punto tal que estaba dispuesto a arriesgarse a ser capturado por las SS con tal de no pasar otro día en la monotonía del sombrío sótano, tirado en su camastro o caminando de un rincón al otro, o jugando a las damas con los demás habitantes. El estaba constantemente ansioso ante el más pequeño ruido que pudiera volver sospechosa a la familia en cuyo sótano estaban escondidos. Esa noche dejó a sus compañeros y subió las escaleras para enfrentar lo que pudiera estar aguardándolo en ese mundo cruel que estaba afuera del sótano.
“Una vez le había encargado un par de zapatos a un zapatero que parecía un ser humano decente. Decidió dirigirse al pequeño departamento del zapatero y golpeó con urgencia. Jakob se identificó y el buen hombre lo hizo entrar a su casa. Desgraciadamente, luego de unas pocas semanas, un vecino lo denunció y Jakob fue enviado al campo de concentración de Westerbock, a tres horas de distancia de Amsterdam, en la frontera con Alemania. En Westerbock, él milagrosamente pudo evitar ser deportado hasta que en Abril de 1945 el ejército canadiense liberó el campo.
“A través de todos esos años de la guerra, Jakob Hess se preguntaba qué habría sido del destino de cada uno de los habitantes del sótano. Por su parte, mis abuelos, mi tía y mi madre habían hablado con frecuencia sobre él, preguntándose qué habría sido de su vida.
“Ustedes deberían saber”, concluyó diciendo Libby, “que desde entonces, cada año Jakob Hess y mi familia se reúnen; nuestras dos familias celebran juntas Pesaj tal como lo habían pedido en sus plegarias en el sótano. Siempre hay invitados en nuestra casa la noche del Seder y cada año mi abuelo vuelve a contar la historia del afikoman”.

* * * * *

Ina, mi amiga íntima que estuvo con nosotros ese Shabat, miraba hacia abajo mientras estaba en la mesa. Yo la conocía lo bastante como para percibir que estaba luchando contra algo interior. Lentamente levantó la vista y dijo “Yo también tengo una historia de Pesaj”.
“Mi padre ni siquiera sabía que era judío hasta que una vez llegó temprano a un encuentro secreto de escritores en Leningrado”.
Ina se detuvo. Ella estaba tratando de manejar sus emociones para poder continuar.
“El encuentro tuvo lugar en un edificio abandonado usado como depósito. Mi padre no estaba seguro de la dirección, así que salió de su casa con bastante anticipación. Como era de prever, llegó demasiado temprano. El estaba por entrar a la habitación cuando de repente, a través de un ventilete, escuchó voces que venían desde otra habitación. Tuvo miedo y se quedó muy quieto. Pudo escuchar gente cantando, aunque las palabras eran susurradas en voz baja. Sin darse cuenta, él empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, al ritmo de la melodía. El se dio cuenta de que la melodía le resultaba muy familiar y que estaba tratando de recordar las palabras. Y fue entonces que recordó una parte de la letra: ‘Ahna-na…na-yinu’. Los recuerdos fluyeron en su memoria llevándolo a cuando tenía tres años de edad y estaba con sus abuelos en torno a una mesa. ¿Cuál era la canción? ¿Qué significaban esas palabras? ¿Qué idioma era ese?. A pesar del peligro que significaba, él se acercó en puntillas hasta la puerta del cuarto contiguo y se quedó escuchando durante un minuto. Estaba en un dilema. El sabía que sus colegas estaban por llegar y que era escencial que no los identificaran, sin embargo sintió un impulso por entrar al lugar desde donde venían las voces. Luego de dejar una señal en la entrada del edificio para sus compañeros de grupo, por si surgía algún problema, volvió. Golpeó a la puerta. Dentro del cuarto se hizo un silencio repentino. Apoyó su frente en la puerta y comenzó a tararear la melodía que había oído. Pasado un minuto la puerta se abrió sigilosamente; miró en el interior preguntándose en dónde se hallaba. Allí había una mesa servida, con un mantel blano y copas llenas de vino. Pensando que había interrumpido un banquete dijo rápidamente: ‘Los oi a través del ventilete. Quisiera saber qué es lo que están cantando ya que me suena familiar’.
“Se hizo un silencio total. El hombre que le abrió la puerta le pidió que esperara afuera y volvió a cerrar. Luego de un largo rato volvió a golpear, y como nadie le respondía, intentó abrir la puerta. Entró a la habitación pero estaba vacía, sólo quedaba la mesa sin nada encima. Miró a su alrededor y vió algunas hojas en el suelo: de un lado estaban escritas en ruso y del otro en unas letras cuadradas. Sin darse cuenta, su dedo empezó a recorrer la página de dereha a izquierda de manera automática. Y de pronto miró su letra favorita: Alef, alef, alef (3). Fue entonces que tuvo la sensación de que la mano de su abuelo le acariciaba la cabeza; él debía tener dos años de edad cuando su abuelo le decía que era un niño inteligente y le pedía que buscara una alef.
‘Alef, alef”, susurró. Y en ese instante las palabras de la melodía volvieron a su memoria: ‘Avadim Hainu (4)–esa era la letra de la canción’, gritó.
“Mi padre estaba asustado y fascinado a la vez. Después de todo, él no tenía idea de quién era la gente que estaba en ese cuarto; fue el poder de la melodía lo que le hizo seguir sus emociones. De otro modo se hubiera ido inmediatamente.
“Ni bien dejó el edificio” –continuó relatando Ina- “un hombre empezó a caminar al lado suyo. ‘¿Quiere aprender el resto del alef beis?’, le preguntó con serenidad.
“Así fue que iniciaron una conversación; volvieron juntos a aquella habitación y esa noche mi padre vivió, por primera vez en 22 años, un Seder. Esa noche también conoció a mi madre. Actualmente, mi padre es tan judío que me cuesta pensar cómo durante todos esos años pudo desconocer ese hecho. Es que después de que murieron sus abuelos nunca más se hizo ninguna referencia al judaísmo en su familia…hasta esa noche de Seder”.
“Por lo tanto, esta es mi historia de Pesaj”, dijo Ina. Se hizo un largo silencio. Allí estábamos, los judíos de Canadá, de Rusia, de los EE.UU., de Australia…todos tan diferentes, y sin embargo, todos con la misma llama interior. La llama que había permanecido dormida en el padre de Ina durante 22 años.

1-”El Gran Shabat” que precede la festividad de Pesaj
2- Lu última porción de Matzá comida en el seder de Pesaj, despues del cual no s epermite otra comida esa noche
3- Primera letra del Abecedario hebreo

 

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