La Voz Judía


La Voz Judía
La verdad verdadera
Por el Rabino Daniel Oppenheimer

“¿Querés que te sea sincera…?”
¡Cuántas veces escuchamos estas palabras!
Y... ¿son claramente sinceras? Y si una persona siempre dice la verdad... ¿por qué necesita aclarar que lo que está por decir realmente es sincero? ¿Cuántas veces creemos que somos francos en lo que decimos para recién darnos cuenta más tarde de cuánto nos habíamos logrado sugestionar antes de darnos cuenta de la realidad?
Antes de seguir adelante, pongámonos de acuerdo que existe una verdad. Ciertas personas niegan esta afirmación, y tratan de conjeturar frases tales como “cada uno tiene su verdad”, que es una especie de relativización de los conceptos y que tiene como objetivo justificar cualquier clase de vida, (en la que cada uno obra acorde a su propia comodidad), sin sentirse presionado por la conciencia, ni percibir que uno está viviendo sus años “del lado equivocado del cerco”.
El paso siguiente, según estas personas, es acusar a todos aquellos judíos que recitamos como parte de nuestras plegarias que agradecemos al Todopoderoso por “habernos legado su Torá auténtica”, y que, a su vez, creemos realmente en que la entrega de la Torá es axiomática, de ser “fundamentalistas” y creernos los propietarios únicos de la verdad negando así las opiniones de los demás...
Efectivamente, no somos los dueños de la verdad, sino que intentamos ser dignos portadores de la misma al estudiar y observar correctamente lo que en ella dice de acuerdo a las enseñanzas de nuestros padres y maestros, que son el eslabón anterior al nuestro en nuestro nexo con la Revelación Di-vina en el Monte Sinaí. Si una persona analiza nuestras fuentes, encontrará que los seres humanos tenemos la oportunidad de aproximarnos a un estado de honestidad intelectual como para poder distinguir entre la verdad y su imitación. La objetividad conduce hacia el estudio de la Torá y se traduce en la honradez en el quehacer diario. ¿De qué modo?
En los rezos matutinos introducimos uno de los párrafos (“Le’olam”), con las siguientes palabras: “como regla, debe ser la persona temerosa del Creador, reconocer la verdad, y hablar verdad en su corazón...” Llegar a cumplir esto no es un tema sencillo y requiere mucha autodisciplina. No obstante, paso a relatar distintas historias reales para mostrar cómo aquellos que se propusieron ser auténticos consigo mismos, lo lograron en distinto grado. Y si lo decidimos, podemos humildemente sumarnos a aquel acercamiento a D”s Quien es la Verdad Absoluta.
Esta historia, la relató R. Rafael Altman, un talmid (alumno) de la Ieshiva de Telz, Cleveland acerca de su Rosh Ieshivá, R. Eliahu Meir Bloch sz”l, fallecido en 1955. El R. Bloch había perdido a su esposa y a cuatro de sus hijos en el holocausto y se había vuelto a casar en EE.UU., adonde había encontrado refugio. De aquel segundo matrimonio tuvo otros dos hijos. Cuando el pequeño Iosef Zalman cumplió tres años, dos de los alumnos, grandes admiradores del papá, que provenían de familias pudientes, le obsequiaron un triciclo, algo que era considerado como un objeto lujoso para aquella época. Estos dos alumnos estaban en la clase que estudiaba Ioré Deá, la sección de Shulján Aruj, Código de Ley Judía, sobre la cual habitualmente se prueba a los alumnos que desean ejercer luego como rabinos de comunidad.
Cuando los dos muchachos se presentaron ante el R. Bloch para el examen, éste les comentó que había estado redactando la carta de agradecimiento por el generoso gesto que habían tenido con su hijo. Pensándolo bien, agregó: “siento que yo no soy la persona adecuada para tomarles la prueba de conocimiento, pues posiblemente no los indague con el mismo rigor con el que examino a los demás alumnos (después de haber recibido el obsequio). Por lo tanto, le pediré al R. Jaim Mordejai Katz [sz”l] que me suplante en esta ocasión”. (Extraído del libro “In the footsteps of the Maggid” de R. Paysach Krohn)
En 1952, Tzvi Iehuda, el nieto de R. Iejezkel Levenstein sz”l, quien estaba muy enfermo en EE.UU. falleció un viernes a la noche. Apenas terminó Shabbat, la familia se contactó con R. Najum Parzovitz sz”l de Ieshivat Mir y muy allegado a R. Iejezkel, para que le transmitiera la triste noticia. R. Najum entró en su habitación y con cara apenada dijo que tenía novedades de EE.UU. “¿Sobre el niño?” - preguntó R. Iejezkel. R. Najum asintió con la cabeza. “Ya lo sabía”. “¡¿Cómo?!” - preguntó R. Najum incrédulo. “El viernes a la noche tuve un sueño en el cual mi padre y otro hombre enterraban al niño en un manto de Sefer Torá”. Después de un rato, los dos Sabios siguieron conversando angustiados. Mientras hablaban, entró la habitación un muchacho para consultarle a R. Iejezkel acerca de cómo y cuándo iría para dar su alocución, pues aquel día se celebraba los shloshim (treinta días desde el fallecimiento), de R. Itzjak Sher sz”l de la Ieshivá de Slabodka.
“No voy a hablar” - respondió R. Iejezkel.
“Pero en todos los carteles ya está anunciado que Ud. será uno de los disertantes!” - exclamó el muchacho sorprendido.
R. Iejezkel lo miró y le respondió: “yo sé que si hablaré en la reunión por R. Itzjak Sher, esto despertará en mí, la tristeza personal que siento por el deceso mi nieto. Es factible que me emocione hasta el punto de lagrimear y la gente pensará que estoy llorando por el fallecimiento de R. Sher. Yo, sin embargo, sabré que en realidad es por mi nieto, y no quiero crear una imagen falsa”. (Extraído de “Around the Maggid’s table” del mismo autor)

Otra narración.
Zeev era una persona muy sensible para con los demás. Si bien era muy avesado en su comercio, todos sabían que podían acudir a él, cuando necesitaban alguna ayuda económica. Un día, se le acercó Shimón para pedirle una suma de dinero substancial. Shimón no tenía buena reputación, pues en ocasiones anteriores no había tenido con qué pagar sus deudas. Por lo tanto, Zeev razonó que si él no lo asistiría, nadie lo haría. A su vez, creyó Zeev, que dada la situación, Shimón haría el máximo esfuerzo por cumplir. Sin embargo, pasados ya dos años desde la fecha en que Shimón debía devolver la deuda, no había aparecido siquiera para disculparse por la mora. Zeev decidió encararlo para reclamar la devolución. “No sé de que me estás hablando” - respondió Shimón negando rotundamente la deuda. Enfurecido, Zeev citó a Shimón a un Din Torá (Tribunal Rabínico). Los dayanim (jueces) juzgaron que Shimón debía jurar que no había recibido dinero alguno - y quedaría libre. Zeev estaba seguro que Shimón se abstendría de jurar en falso. Pero, se equivoco una vez más. Shimón juró que no había recibido ningún préstamo de Ze’ev. Ze’ev no pudo contener su ira. Delante del tribunal le increpó a Shimón por su mentira y dijo: “Ya no me importa el dinero. Si a Ud. no le molesta jurar en falso, entonces Ud. es una ofensa para nuestro pueblo.” Habiendo dicho esto, se retiró del recinto.
Cada vez que surgía el tema, Ze’ev repetía lo mismo. Ya no era cuestión del dinero, era un tema de principios y de la afrenta al nombre de D”s, por el cual Shimón había jurado.
Pasaron los años, y en cierto Shabbat, Ze’ev subió a la bimá (podio en el centro de la sinagoga, desde donde se lee la Torá para el público). Frente a toda la comunidad, anunció que quería pedir perdón abiertamente por haber ofendido públicamente a Shimón en ocasión del pleito que habían tenido. Extrañada, la gente le preguntó el porqué de su cambio de idea. Ze’ev respondió: “Esta semana estuve en otro pueblo, y me invitaron a presenciar un litigio de dos desconocidos, idéntico al que tuve con mi adversario. El inculpado juró de la misma manera que lo había hecho mi contrincante en mi caso, obviamente con la consiguiente irritación del demandante. Yo presencié los procedimientos de la corte con mi ánimo imperturbable. Camino a casa, me detuve a meditar acerca de lo que había sucedido y se me ocurrió que no había sentido la más mínima indignación por la eventualidad que hubiese presenciado un posible juramento en falso. “¡Cómo!” - me pregunté. “¿No había estado predicando durante todo este tiempo que mi indignación se debía a que este judío había violado uno de los Diez Mandamientos en público? ¿Por qué no me inquietó el juramento de aquel desconocido del mismo modo que mi adversario? Obviamente, porque en el fondo me molestó más la deuda impaga que el juramento en falso...” (idem)
Una última historia más. En este caso, la de un rabino jasídico. En cierta ocasión, el Rebbe le preguntó a uno de los jasidim (alumnos): “¿Qué harías vos si encontrás 100 rublos en la Ieshivá?” El Jasid respondió: “¡Rebbe, qué pregunta! - Inmediatamente buscaría a la persona que los perdió”. “Este no es serio” - pensó el Rebbe. Le preguntó lo mismo al próximo. “Yo estoy en mala posición. Si a mi me ocurriría, me guardaría el dinero sin contarle nada a nadie”. “Este es un ladrón...” - pensó el Rebbe. Cuestionó a un tercero. “¡Mire, Rebbe!” - respondió - “quien sabe cuánta fuerza espiritual tendré yo en esa situación. Espero, que si me sucediera, tendría yo la suficiente voluntad para actuar correctamente y retornarlo a su dueño...” “Por fin una persona honesta!” exclamó el Rebbe.
Como ya hemos mencionado en otras oportunidades, cada uno de nuestros patriarcas - Avraham, Itzjak y Ia’acov - sumó su aporte personal a los fundamentos de nuestra nación. En el caso de nuestro patriarca Ia’acov, hemos heredado de él su empeño por desarrollar su búsqueda por la verdad. Si bien en este número ya no alcanzaremos a extendernos acerca de la vida de Ia’acov, será suficiente si tomamos conciencia de cuanto nos falta para ser auténticamente sinceros en palabra y acción.

 

La Voz Judía Nro 421

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