La Voz Judía


La Voz Judía
“Todos los votos”
Por Dr. Aaron Twerski1

El momento que tal vez es el más conmovedor de los días festivos es el comienzo del servicio de Iom Kipur. La melodía del Kol Nidrei está profundamente arraigada en la mente judía. Incluso los judíos con poca afiliación religiosa visitan la sinagoga para escuchar el Kol Nidrei. Aún así parece algo extraño que en este momento sagrado del año judío comenzamos anulando todos los votos que hicimos en el pasado y negamos el intento de hacer votos durante el año entrante. Uno podría esperar que el servicio comience con un reconocimiento de D-os como el último Juez y Amo del universo o con una súplica al Todopoderoso para que nos perdone los pecados que hemos cometido en el pasado año. ¿Por qué nos preocupamos por los votos?
El hombre es único entre todas las creaciones de D-os: recibió el poder del habla. Toda la creación está dividida en cuatro categorías: domeim (inanimado), tzomeaj (crecimiento vegetal), jai (vida animal) y medaber (parlante). Pero el regalo del habla significa más que sólo el poder de comunicarse. El gran maestro jasídico, Bnei Issasjar, dijo que los animales tienen la habilidad de comunicarse entre ellos. Al Rey Salomón le otorgaron la habilidad de comprender sijot jaiot ve ofot (las conversaciones entre los animales). Si los animales tienen la habilidad de comunicarse entre ellos, él pregunta, ¿en qué nos diferenciamos los humanos?
Los comentadores de la Torá dicen que uno puede, con el habla, pronunciar un voto y así transponer algo anteriormente permitido en algo que toma las propiedades de algo prohibido. Por ejemplo, si uno pronuncia un voto y proclama respecto a una cabra que le pertenece “harei ze olah (esta cabra será santificada como sacrificio)”, el animal toma las propiedades de un animal santificado. Entonces si el hombre utiliza el animal para sí mismo, está cometiendo el pecado de usar una propiedad consagrada a D-os.
Rabeinu Iona explica que la boca de un judío tiene el status klei shoreis (vasijas del Templo Sagrado). Cuando uno vierte harina para el sacrificio de minja en la vasija apropiada, la harina también queda santificada. Muy simplemente, las palabras de un judío no son un discurso normal, son una fuerza creativa que toma las características de un acto. Ari Zal es incluso más explícito. Dice que cuando la Torá nos ordena no violar un voto, sigue con el mandamiento “kejol haiotze mepiv iaase (hará todo lo que sale de su boca)”. Ari Zal dice que la Torá nos ordena no violar un voto porque cuando uno habla tiene el efecto de una acción. La palabra iaase significa “hacer” tanto en el sentido de la acción como en el sentido creativo de la palabra. Cuando uno toma un voto, uno crea un ángel. Si la palabra pronunciada es una palabra positiva o una mitzva entonces uno ha creado un ángel que lo defenderá y protegerá. Si la palabra pronunciada es de maldad entonces se ha creado un ángel que causará caos – no sólo para el que habla sino para el mundo entero.

El habla – para nada barato
El modismo norteamericano es que “hablar es barato”. Desde el punto de vista de la Torá, el habla es muy caro. Las palabras son muy poderosas. Una vez que dejan la boca del que las pronunció pasan a tener una existencia independiente. Son tan reales como objetos físicos. El hombre es definido por lo que lo hace único. No es el poder de comunicarse que lo destaca. Es el enorme poder de hablar como una fuerza activa y creativa lo que distingue al hombre del reino animal.
A lo largo del tiempo los judíos cumplieron con el mandato “No profanarás tu lenguaje” como un principio cardinal de su fe. Los judíos justos se negarían a realizar un juramento incluso ante un bet din, incluso si al no hacerlo tuviesen que pagar grandes sumas de dinero. Pero aún cuando no se trata de un juramento formal, los judíos justos tenían el cuidado de tratar sus bocas como vasijas sagradas. La blasfemia y la charlatanería sin sentido eran desdeñadas. No existía tal cosa como una “conversación vana”. Cada palabra tenía importancia.
Rabi Iaakov Kaminetzky, ztz”l, que falleció unos quince años atrás a los noventa y cinco años, estudió de joven en Slabodka, una de las más grandes ieshivot de Lituania. En aquellos días las ieshivot no tenían dormitorios y comedores para sus estudiantes. A cambio, los miembros de la comunidad proveían habitaciones y pensión para los estudiantes, a modo de contribución para la ieshiva. Reb Iaakov se hospedó con una familia que lo trato con el respeto debido de un estudioso de Torá. Entonces llegó Pesaj. A pesar de que la familia era piadosa, cuando Reb Iaakov entró para comer la cena de Pesaj, sintió que las preparaciones de las comidas no habían sido lo suficiente meticulosas como para alcanzar sus estándares personales para Pesaj. Reb Iaakov estaba en un dilema. No quería comer la comida que habían preparado porque no cumplía con sus estándares. Por otro lado, no quería herir los sentimientos de sus anfitriones que lo habían tratado con tanta gentileza.
Luego de deliberar sobre su dilema, a Reb Iaakov se le ocurrió una estratagema para ahorrar la vergüenza de sus anfitriones. Es costumbre entre los jasidim no comer gebrokt en Pesaj. Con esta limitación, cualquier producto de matza que entre en contacto con el agua o algún jugo de cualquier tipo están prohibidos. La razón de esta prohibición es que una pequeña cantidad de harina no quedó bien cocinada y su posterior contacto con el liquido podría convertirla en jametz. Esta prohibición no se cumplía en Lituania y en muchos otros países. En la mayor parte de los lugares sólo la cumplían los jasidim.
Reb Iaakov tenía una salida perfecta. Le dijo a sus anfitriones que no podía comer con ellos en Pesaj porque no comía gebrokt. Para el resto de su vida, Reb Iaakov no comería gebrokt en Pesaj. A pesar de que no era la costumbre de su familia o de los judíos de Lituania, una vez que dijo que no comería más gebrokt, vio esas palabras como una realidad. No importa que las había usado como excusa para no herir los sentimientos de sus anfitriones. Una vez pronunciadas, las palabras cobraron vida propia y había que respetarlas.
En Iom Kipur el hombre debe justificarse ante D-os. El hombre es definido por su habilidad de hablar. El habla es un regalo sagrado. Un hombre que degrada el habla no puede declarar el Reino de D-os ni buscar el perdón de sus pecados. Debe primero buscar restablecerse ante el Todopoderoso como un hombre de palabra. Si no, sus declaraciones de fidelidad a D-os y de arrepentimiento por los pecados cometidos no tienen sentido. Son realmente palabras vanas.
Este es el motivo por el cual el servicio de Iom Kipur comienza con Kol Nidrei. Buscamos hacernos cargo de lo que hemos dicho y reconocer que tal vez hemos usado el lenguaje de manera inapropiada. Buscamos la absolución de aquellos votos y rezamos para ser inscriptos en el libro de aquellos que tienen el poder y el derecho de hablar. Cuando pasamos al orden del día: Un hombre que habla honestamente, declara el Reino de D-os y busca Su perdón.
1 Dr. Twerski es miembro de la Junta Editora de The Jewish Observer y es profesor en la Escuela de Leyes de Brooklyn. También es presidente de la Comisión de Legislación y Acción Cívica de Agudat Israel de Norteamérica.

 

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