La Voz Judía


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RETRIBUCIÓN TARDÍA

El rabino Ysocher Frand cuenta una historia de la Segunda Guerra Mundial que ilustra como un hecho simple en apariencia se hizo merecedor de un importante premio años después.

Una familia de apellido Hiller, compuesta por padre, madre y un hijo pequeño llamado Shajneh, vivía en Cracovia en el año 1942. En aquellos tiempos los alemanes estaban reclutando gente con capacidad física para trabajar en los campos. Los más fuertes podrían sobrevivir; por regla general, los niños no lo hacían.
La familia se encontraba ante el dilema de qué hacer con su pequeño hijo.
La situación se fue deteriorando hasta el punto tal que ellos pensaron que no tenían otra opción más que dar a su hijo a una familia no judía llamada Yakovitch, a quien conocían en Cracovia. Se trataba de una familia sin hijos y de la que eran amigos, por lo tanto confiaban en ellos. En consecuencia, se vieron obligados a tomar la drástica decisión de dejar a su hijito Shajneh en manos de esa familia.
La noche del 15 de noviembre de 1942, arriesgando su vida, la Sra. Hiller atravesó el barrio judío de Cracovia hasta llegar al barrio cristiano, donde entregó su hijo a la Sra. Yakovitch. La Sra. Hiller le dijo estas palabras: “ Si conseguimos sobrevivir a esta guerra le pido que nos devuelva a nuestro hijo, pero si no lo logramos, le dejo dos cartas con direcciones de familiares en Montreal y en Washington. Cuando esta espantosa guerra termine, le ruego que se contacte con ellos y ellos se harán cargo de Shajneh. Sólo le pedimos una cosa: que el sea criado como judío”:
El destino hizo que los Hiller fueran muertos en el Holocausto. La Sra. Yakovitch crió al niño según su propia usanza. Siendo ella católica practicante, comenzó a llevar al niño a misa. Al poco tiempo el niño aprendió todos los cánticos y se convirtió en un católico hecho y derecho.
En 1946 la Sra. Yakovitch decidió que ya era tiempo de bautizarlo, por lo tanto lo llevó al sacerdote de su parroquia y le pidió que lo bautizara. El sacerdote, viendo al niño de casi 11 años, clamó: “¿Cómo es posible que un niño de esta edad no haya sido aún bautizado?”. Luego de una discusión con la Sra. Yakovitch ésta le confesó los detalles de la historia.
El sacerdote le dijo que no estaba actuando de modo correcto, y que el deseo de la familia extinta del niño debía ser respetado. Esas palabras hicieron que la Sra. Yakovitch repensara su proceder y decidiera ponerse en contacto con los familiares de los EE.UU. En junio de 1949, gracias a los esfuerzos del Congreso Judío Canadiense, el niño pudo viajar a Canadá junto con otros 13 huérfanos procedentes de Polonia. Finalmente, en febrero de 1951, gracias a un decreto especial firmado por el presidente Truman, el niño pudo reunirse con su familia de Washington, en los EE.UU.
El muchacho creció en los EE.UU. pero siempre se mantuvo en contacto con la Sra. Yakovitch, con la que se sentía sinceramente en deuda, y le enviaba cartas, encomiendas y dinero. El se educó como un judío religioso, se convirtió en vicepresidente de una corporación y logró alcanzar un bienestar para sí, pero nunca dejó de sentir una deuda de gratitud hacia la Sra. Yakovitch.
Finalmente, en el año 1978, viéndose ya anciana, la Sra. Yakovitch le escribió una carta en la que le contaba por primera vez el terrible dilema por el que había atravesado confesándole que su primera intención había sido bautizarlo. En esa carta ella le revelaba el nombre del sacerdote de la parroquia que la había convencido de no hacerlo; se trataba de Karol Wojtyla, más comúnmente conocido como el Papa Juan Pablo II.

El Rabi de Bluzheve (Rab Yisroel Spira; 1890-1989, él mismo sobreviviente del Holocausto), dijo que si bien desconocemos cuáles son los caminos de Hashem, tal vez podríamos especular con que Hashem eligió premiar a ese joven sacerdote de parroquia por su noble acción elevándolo al rango de Papa.

 

Nro 367 Iyar del 5765 / Mayo de 2005

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