LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Cambiar el nombre, una forma de negar la identidad
Por Dra Mirta Noemí Cohen
stein@netizen.com.ar
Sediento de saber lo que Dios sabe
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la clave(1).


El domingo 17 de Octubre La Nación on line publicó un artículo que llamó mi atención.”Las raíces judías de John Kerry”. Allí se narra el hallazgo, hecho por el periodista Michael Kranisch y un famoso genealogista quien rastreó el apellido de Kerry hasta encontrar el verdadero nombre de su abuelo paterno. En el año 1902 Fritz Kohn se apersonó a una oficina gubernamental en Viena y cambió su nombre por el de Frederick Kerry. Así se documentaron al instalarse en Chicago y en 1915 nació Richard Kerry el padre de John Kerry. En noviembre de 1921 Frederick se suicidó y con él su historia judía. John su nieto estudió en la universisdad de Yale y se graduó de abogado. Hasta la fecha la mayoría de los americanos suponía que Kerry provenía de una familia irlandesa católica. El hermano de John está casado con una mujer judía y se convirtió al judaísmo en 1983 sin sospechar que estaba regresando a sus raíces.
Nombrar es entrar en una cadena de permutaciones donde siempre nos encontramos con un punto de irrepresentabilidad. Así lo entendieron y plantearon los cabalistas con relación al nombre incognoscible de Dios e imprescindible en el orden significante y, cuyo eventual conocimiento y pronunciación aboliría la distancia entre el sujeto y el objeto, generándose así la mejor fusión entre el cosmos y la realidad.
De conocerse el nombre de Dios por ejemplo, se aboliría la falta y las palabras y los significantes que intentan aludirle transformarían a la realidad en un “edén”, donde nada habría que decir, dado que todo ya hubiera sido dicho al pronunciar ese nombre enigmático y misterioso. Nombrar es conocer. El inconsciente accede a la palabra al nombrar ya que, tal actividad exige un recorte y una elección. Existe una jerarquía de nombres que van de los pronunciables y por ende borrables hasta los que son imposibles de nombrar. La falta de una nominación marcaría el límite de lo representable, condición “negativa” que hace causa a través de la proliferación de los infinitos significantes que tratan de decir ese nombre indecible.
El nominalismo expresaría que el nombre no es más que un signo de la cosa y pensar sería significar, no siendo la razón otra cosa que confeccionar signos. La supremacía del nombre y la palabra la encontramos también en la India donde se dice: lo imperecedero es la palabra. En el antiguo Egipto el nombre tenía poder mágico e importantes atributos. En África negra consideran que no le pueden dar nombre a Dios si él mismo no lo hace y le llaman El gran nombre. El Hinduismo considera el nombre de Dios secreto así como también que los vocablos que hay que abstenerse de pronunciar son los que se refieren a la divinidad. En el Taoísmo, el Dao es un nombre que indica sin definir. El Islam nombra a Dios con 99 nombres y se calla el centésimo. Se le dice El Rey; Muy Santo; Poderoso; Violento; Innovador; Formador y...hay que detenerse. Dios en el Corán es Tu Señor. El Condescendiente: Allah significa el Dios es al-iláh.
En la antigüedad saber el nombre de Dios equivalía a tener su poder. El nombre no sería un mero símbolo sino parte integral de su portador. Los esquimales dicen que el hombre se compone de tres partes, cuerpo, alma y nombre. En Roma los esclavos eran los que no tenían derecho a ningún nombre legal y sólo algunos elegidos dominaban la correcta invocación del nombre. Entre los algonquinos si a un niño se le pone el nombre de su abuelo este hecho expresa que su abuelo ha renacido en él. Entre los eveos, se acostumbra dar a los niños, cuyos hermanos hayan muerto prematuramente, un nombre con una nota intimidante para engañar o espantar a la muerte. Entre los griegos se acostumbraba guardar el nombre del dios, pues su mera pronunciación desataría todos los poderes inherentes a ese dios. Algunos eruditos entienden que el nombrar está unido al pensamiento mágico que une palabra y acción.
Para el Talmud las letras y las palabras crean al mundo, le dan vida. No hay forma de escapar a la importancia que tiene la palabra para la cultura. Dice el tratado de Temurah (4 a) que no se puede borrar ni siquiera una sola letra de los textos sagrados, y a esta prohibición se le agregaría la de no pronunciar el nombre de Dios en vano. La prohibición apuntaría a la tachadura y a la evitable forclusión del nombre del padre. Freud en Totem y Tabú alude al temor a pronunciar el nombre del padre y dice que esto se debería a la fantasía de haberlo matado y de recibir la consiguiente retaliación (quizá de ahí se deriva la costumbre de agregar al recuerdo del muerto un inmediato “que en paz descanse”)(2) .
La anahkóresis es la retirada, el retroceso o retraimiento, se refiere a cuando el nombre tiene un nombre y se nos presenta como algo que se muestra y se disimula. A la pregunta de Moisés por su nombre contesta:“Soy el que soy” .Es una presencia que está más que nunca por no tener nada que la signifique, es nombre puro signo al que no se puede significar ni nombrar. En lo cotidiano también usamos la anahkóresis cuando decimos papá y mamá o el gerente, o el Papa Juan o el Rey RicardoII son todos apelativos o sustitutos como el Usted que se usan en lugar de los nombres propios y marcan distancia, diferencia y encubrimiento.
La leyenda del Gólem, a la cual me referiré brevemente, está basada en las leyendas de la judería (que anticiparon a Frankenstein en las callejuelas del barrio judío de Praga) y desarrolla una poderosa novela. Avanzaré sobre el relato del Gólem que nos muestra claramente la importancia que tienen las letras, el idioma y el nombre. Es la historia del rabino Low que inventa un tosco hombre de barro para llevar a cabo las tareas domésticas. Para que el monstruo cobre vida, el rabino le escribe en la frente la palabra “emet” (verdad). Al cabo de un tiempo, cuando el monstruo se le hace incontrolable porque ejerce justicia por mano propia, el rabino lo persigue y le borra el fonema “e”, quedando en su frente la palabra “met”, que quiere decir “muerto”, y con esto causa su destrucción. El hecho de que la palabra Emet tenga la primera letra (alef) y la última (tav) del abecedario hebreo fue interpretado por los cabalistas como modelo de palabra que encierra en sí todas las letras y todos los idiomas, pero ni así contiene la verdad absoluta ni todas las posibilidades de la misma. De esta historia se desprende, entonces, que tener el poder absoluto sobre la lengua es tener el poder de dar vida o muerte, lo cual equivale a ser Dios, y ser hombre significa no ser dueño de todo lo que se dice ni de todo lo que se posee. La ilusión de divinidad consistiría en creer que se domina el lenguaje y la verdad que contiene y esa es la megalomanía de quien se supone poseedor de la lengua. Por eso, en el relato, cuando se borra la alef, queda met, cuyo significado es muerte. La escisión de una sola letra ya nos remite a la castración. También podríamos establecer una analogía con la identidad subjetiva, dado que ésta se asienta sobre el nombre; tanto es así que cuando se lo altera o se lo deforma, el sujeto siente que se vulnera lo más propio de sí.
En La Ilíada, Ulises le dice a Polifemo, el cíclope, que su nombre es Nadie. Cuando Ulises se escapa y Polifemo está ciego, los cíclopes le preguntan a Polifemo quién lo cegó, ante lo cual Polifemo responde que fue Nadie. Ulises se hace llamar Nadie para poder huir del cíclope, pero su mentira encubre una verdad: para una persona a quien no le importa el otro, el otro es Nadie porque no se identifica con él. Ulises es Nadie para el cíclope, pues no es un sujeto sino un objeto que puede servirle de alimento y cuando nombramos a alguien, le damos un lugar, una identidad. Dar el nombre es otorgar la identidad e inscribir, por lo tanto, al sujeto en la historia. Un sujeto sin nombre es un paria sin identidad. Negar un nombre es borrar la subjetividad, ignorar al otro, como se vio en el nazismo cuando se sustituía el nombre por números tatuados en el cuerpo. Atacar el nombre es atacar la identidad, porque los nombres siempre llevan consigo una gran carga afectiva y fuertes significaciones. Abandonar o negar el nombre de origen es negar parte de la identidad. Existe la posibilidad de reconciliarse con el nombre de origen cuando hay una buena integración del yo.
Abram en la Biblia cambia su nombre por Abraham y Sara por Sarah por mandato de Dios la inclusión de la H convierte su nombre en teofórico, es el nombre que con una letra incluye el nombre de Dios. El hombre estaría siempre hecho con una parte que lo liga a lo divino. El ser humano tiene en su nombre una parte teofórica que le recuerda su origen divino y otra parte que es pura sonoridad. Esta letra que se agrega no tiene sonido ni significación fónica por lo tanto es un puro símbolo que tiende a perder sonoridad
Un insulto muy importante en muchas culturas es que se borre su nombre lo cual borraría la identidad y la historia de la persona. En la cultura judaica se borra el nombre y con él la memoria imaj shmó a diferencia del nombre de Dios que al ser innombrable tampoco se pueda borrar. El “imaj shmó” maldición que significa que se borre su nombre es una forma de abolición simbólica que se utiliza para los enemigos del pueblo judío. En el Block maravilloso de 1924 Freud dice que nada se borra totalmente que siempre queda una huella que se registra en algún lugar, por tanto las cosas quedarían sólo borradas a simple vista. La paradoja del nazismo como sistema forclusivo que borra el nombre y tatúa un número que no se puede borrar, lo hace porque el número nunca tiene la dignidad simbólica de la letra. Mientras que el nombre es una entidad singularizada el número es permutable y hace serie.
Dice Foucault en “Las palabras y las cosas” que el lenguaje no nace como un sistema arbitrario ya que está depositado en el mundo y forma parte de él y las palabras se proponen como cosas a des-cifrar así el lenguaje revela y como revelación poco a poco aclara. La cifra oculta sería la clave del deseo porque la cifra es pura repetición. El lenguaje era un signo cierto y transparente de las cosas porque al principio se parecía la palabra a la cosa a tal punto que según Foucault el idioma en el que más se encuentra esta relación es el hebreo que es uno de los idiomas más antiguos del mundo. En la patología esto se ve en los neuróticos obsesivos que con sus ceremoniales dan vueltas para no nombrar determinadas cosas que les traerían mala suerte como si las palabras tuvieran vida propia y pudieran ser fuentes de contagio. Expresan así en el pleno imaginario la cercanía que suponen entre la palabra y la cosa. Nombrar es abandonar el mundo concreto de las cosas y penetrar en lo humano que abarca al símbolo. Dejamos la representación y usamos nuestro universo simbólico y nos diferenciamos del mundo animal.

Una costumbre judía es cambiar el nombre de una persona si estuvo muy enferma, como si al superar la enfermedad se le cambiara la identidad y se burlara al destino esto sería como el fetichismo del nombre ya que el nombre gesta. Entre los sefaradíes (3) se pone el nombre de los parientes vivos a los nuevos herederos como homenaje mientras que entre los ashkenazím(4) sólo se pone el nombre cuando la persona ha muerto. En muchas culturas el nombre va cambiando acorde a las situaciones o circunstancias de la vida. Así en la cultura árabe un niño es el hijo de... hasta que tiene un hijo y pasa a ser el padre de... Algo de esto observamos en nuestra cultura donde las mujeres agregan a su apellido el de su esposo o simplemente cambian de apellido cuando se casan.
Borges(5) dice que conviene recordar que para el pensamiento mágico, o primitivo, los nombres no son símbolos arbitrarios sino parte vital de lo que definen, contrario a lo que dice Platón en el Cratilo, que parece negar una conexión necesaria entre las palabras y las cosas. Asi los aborígenes de Australia reciben nombres secretos que no deben ser conocidos por las tribus vecinas para no darles poder sobre las personas Escribe Jacques Vandier que “Basta saber el nombre de una divinidad para tenerla en su poder. Por último De Quincey nos recuerda que el verdadero nombre de Roma era secreto, Quinto Valerio Sorano cometió el sacrilegio de revelarlo y murió ejecutado.
No son pocas las personas que cambian su nombre totalmente o algunas letras del mismo como el caso de Freud que cambió Segismund por Sigmund borrando, según fue interpretado, el is del nombre Israel que pertenecía a su abuelo. Muchas tribus primitivas piensan que los espíritus de los muertos persiguen a los vivos y por eso hay que tratar de no nombrarlos para evitar convocarlos y que por envidia arrastren a los vivos a la muerte. El pensamiento mágico ve en el nombre algo más que una simple analogía verbal, exenta de coincidencia, entre las palabras y aquello que designan. Consideran al nombre como parte de la cosa, por lo tanto, pronunciar el nombre es entrar en contacto con el sujeto. Cuando hay un muerto que es familiar, se cambian el nombre para que no los reconozca y se los lleve. Los nombres no son para los primitivos, como para los niños, algo puramente convencional sino atributos esenciales significativos y a veces el alma del sujeto como lo desarrolla Freud en su libro Totem y Tabú.

Muchas son las personas que como Kohn se han visto obligadas a cambiar su nombre para subsistir en un mundo donde eran rechazadas. En el caso del señor Kohn no era cuestión de pensamiento mágico ni reverencia especial sino de supervivencia. Se vio en la Inquisición y volvió a verse en Europa ante el advenimiento del nazismo. Debe ser muy difícil vivir ocultando la verdadera identidad que subyace al nombre. No es lo mismo ser Kohn que ser Kerry otros son los valores que se respetan y las tradiciones que se siguen. En la negación del nombre está implícita la vergüenza que se siente por el ocultamiento del origen familiar. Pero, como bien lo marcó Freud en el Block maravilloso siempre queda una huella imposible de borrar que le recuerda al sujeto su procedencia.

(*) Psicoanalista. Doctora en Psicología, Miembro Titular Didacta APA.stein@datamarkets.com.ar


(1)Borges,Jorge Luis: “El Golem” en El otro el mismo, 1964 .
(2)Recordemos, dice el rabino Daniel Goldman, que cuando se habla de un muierto se dice “zijronó librajá” que significa que su recuerdo sea bendito o sea que nos acompañe hacia delante, a seguir la vida. Que su muerte no sea su final.
(3)Nombre que reciben los judíos de origen Español.
(4)Nombre que reciben los judíos provenientes de Europa Central. Antiguamente Ashkenaz era Alemania.
(5)Borges, Jorge Luis:”Historia de los ecos de un Nombre” del libro ”Otras Inquisiciones” 1952


Noviembre/Diciembre 2004 - Kislev/Tevet 5765
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