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A once años del atentado a la Amia.
Genocidio en la calle Pasteur

Por Carlos De Nápoli
Muy pocos días atrás, con motivo de conmemorarse el 50º aniversario del bombardeo criminal a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, un amigo, compañero del Nacional Nº 8 y escritor, Emilio Portorrico, me señalaba indignado que una plazoleta situada en el cruce de Reconquista y Leandro Alem se llama "Canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz". Esta iniciativa fue obra de los legisladores de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Cristian Caram y Rubén Ge. El lugar histórico donde centenares de civiles argentinos fueron masacrados lleva ahora el nombre del victimario, quien luego de cometer la felonía huyó en avión al Uruguay. En este país de ficción, donde los genocidas dan cátedra de moral, dentro de pocos días será conmemorado el aniversario número once del atentado a la Amia, la mutual israelita. Tal vez Caram y Ge tomen la iniciativa de cambiar el nombre de la calle Pasteur por la de Adolfo Hitler o Hermann Göring, o Ernst Udet o tal vez la del mariscal de campo (y criminal) Erhard Milch, total, eran aviadores que se divertían atacando ciudades, igual daba Londres o Guernica.
Ya imagino los discursos del 18 de julio prometiendo justicia, la apertura de archivos y la "irrenunciable búsqueda de la verdad", sin tener en cuenta que el tiempo que pasa es la verdad que huye.
Pero no hay que resignarse ni bajar los brazos, ni esperar de los políticos soluciones.
La verdad de lo sucedido se encuentra muy visible en los primeros cuerpos de la causa Amia y allí debe buscarse.
En el primer cuerpo de la causa, un policía federal describe el sangriento teatro en que se encuentra, señalando sin dudar que la bomba había sido colocada dentro de un volquete que minutos antes había sido colocado frente a la entrada del edificio. Comenta luego que restos del volquete destrozado en forma de U se encontraban en la acera y contenían no sólo signos inequívocos de haber explotado sino restos del explosivo utilizado sin detonar.
Poco tiempo después, todos los fiscales federales, solicitan la detención del ciudadano libanés Nassib Hadad y sus hijos, por haberse probado sin lugar a dudas que había ordenado colocar el volquete justo frente a la entrada de AMIA y comprado ingentes cantidades del explosivo utilizado (Amonal), así como los detonadores y toda la parafernalia destinada a cometer el atentado.
Se comprueba también que un año antes había mantenido reuniones en la denominada Triple Frontera, y que había nacido en el mismo pequeñísimo pueblo (Ein’Ata) que uno de los fundadores e ideólogos de Hezbollah, Mohammed Fadlallah, existiendo prima facie posibles lazos familiares. Se encontraron informes en la Cancillería argentina detallando que Fadlallah había advertido que se producirían atentados en Buenos Aires similares al de 1992 (voladura de la embajada de Israel). Se recogieron docenas de testimonios que comprobaban que en la embajada de Israel también había un volquete en la puerta.
Durante agosto de 1994, se procede también a la detención de Kannore Edul, un comerciante del gremio textil que los investigadores sindicaron como demandante del segundo volquete, dirigido a la calle Constitución al 2600. Del análisis de sus llamadas se detectó una a Carlos Telleldín. Indagado al respecto aseveró que esa llamada la había realizado su chofer. Llamado el chofer a declarar, pudo probar que jamás la había realizado, que nunca había trabajado un domingo, y que todas las llamadas realizadas tanto antes como después de esa pertenecían a comerciantes o amigos de Edul. Ante semejante plexo probatorio, que en cualquier país hubiera significado la inmediata detención e incomunicación de Edul, interviene nuevamente "la política". Edul fue liberado por el simple hecho de haberse probado que mantenía fluidas y totales relaciones con el entonces presidente Carlos Menem.
Así, cuando la causa estaba resuelta, obsérvese que se había detectado la forma en que se había colocado el explosivo, el lugar de la compra del mismo, el lugar de adquisición de los detonadores, la conexión ideológica de Haddad con el grupo Hezbollah, el nombre y vehículo de quien había transportado la carga (un tal López), aparece en escena una presunta Trafic blanca que anula todo lo actuado y se convierte en el hazmerreír de la ciudadanía argentina que a partir de ese momento se desinteresa totalmente de la causa sabiendo que estaba siendo manipulada políticamente.
Así las cosas, una causa resuelta se desvió por fines políticos hacia una interna partidaria. El juez "instructor" Juan J. Galeano, a punto de ser destituido, fue filmado cuando "instruía" a Carlos Telleldín sobre el modo y forma en que debía inculpar a una serie de policías de la Provincia de Buenos Aires, previo pago de cuatrocientos mil dólares, con el fin de ensuciar a Eduardo Duhalde, a la sazón contendiente de Menem en la interna del partido justicialista.
Por primera vez una investigación en la República Argentina había demostrado, por la vía del volquete, como se concretaban los ataques de grupos terroristas de Medio Oriente, permitiendo probar todas las vías, desde la adquisición de explosivos, la financiación, los contactos en la Triple Frontera, los grupos terroristas que actuaban en América y otras "pequeñas cuestiones". Galeano abandonó esta vía por otra falsa que el mismo creó en común acuerdo con Telleldín, como quedó demostrado en el juicio.
Vale reconocer aquí el esfuerzo del periodista Jorge Lanata, al pasar en su programa la filmación de la felonía cometida en la entente Galeano/Telleldín, efectuada pese a la feroz oposición realizada por Rubén Beraja y un grupo de secuaces.
La comunidad no debe bajar los brazos ante la inacción política. Parece que otros vientos soplan en la Justicia y tal vez alguien decida tomar el toro por las astas. Si hay buena voluntad, en poco tiempo, no más de un año, todos los culpables deben estar tras las rejas. Si dentro de un año continúan las promesas, sin lugar a dudas estaremos ante un nuevo encubrimiento.

Carlos De Nápoli
Escritor

Julio de 2005
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