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IARDÉN FANTA- WAGENSHTEIN
CAMINO AL DOCTORADO

Por Moshé Korin.
En mi reciente visita a Israel, escuché en una audición radial de trasnoche, por la Frecuencia "B" de "Kol Israel", un reportaje a Iardén Fanta-Wagenshtein, inmigrante de Etiopía. Quedé muy conmovido y me interesó conocer más detalles de su trayectoria y del particular rumbo que supo imprimir a su vida, merced a su inteligencia y a las oportunidades que le ofreció su nueva patria.
Iardén Fanta-Wagenshtein trabaja en su tesis de doctorado sobre "Cómo influye la transición de una sociedad agrícola a otra, basada en el conocimiento y en el pensamiento tecnológico, de los analfabetos". Iardén conoce el tema: ella misma pertenece a una familia analfabeta, que un buen día dejó la pequeña aldea etíope en que vivía y emigró a Israel. Fue un camino largo desde la choza de paja en su aldea natal, hasta sus estudios de doctorado en Israel. Hoy ella cumple una misión: traer a otros muchos etíopes a la universidad.
El traslado a Jerusalem.
Desde su nacimiento, Iardén había oído acerca de Jerusalem, de cuán importante sería alcanzar esa ciudad. Entretanto, en su tierra, seguían respetando las normas judías, celebrando las festividades que indica la Torá. Hasta que, un día, la familia decidió marcharse. Fue en el año 1985, cuando ella contaba 12 años y medio. Prepararon comida y equipamiento, y salieron acompañados por un guía que les señalaba el camino.
Se trataba de una marcha riesgosa. Caminaban de noche, y durante el día descansaban bajo los árboles, para que los soldados no los detuvieran. El propósito era llegar a Sudán, para lo cual debían cruzar la frontera entre montañas. Eran unas 20 personas y la empresa se hacía difícil, tanto en el aspecto físico como en el psicológico. Por el temor a ser descubiertos, debían guardar silencio todo el tiempo.
Así pasaron un mes entero, hasta arribar a un campamento de refugiados en Sudán, país en el que predomina la fe musulmana.
En el campamento, la familia se acomodó como pudo, los padres y 10 hermanos: en una carpa primero, luego en una cabaña, aguardando órdenes de la Cruz Roja. Entretanto, permanecían en un sitio hostil, sin saber a ciencia cierta qué les depararía el futuro.
Al cabo de 11 meses apareció personal de la Agencia Judía, a cargo del "Operativo Moshé" (1986). Ellos reunieron a la familia y, junto con centenares de otras semejantes, la despacharon por vía aérea a Israel.

Duro aterrizaje.
El descenso fue difícil, ya que los Fanta habían soñado con Jerusalem, y no con un barrio para inmigrantes recién construido en Ashkelón. Pero pronto se adaptaron a la nueva vida. Los primeros años fueron pasando de la ciudad de Ashkelón a la de Aco, y por último a Netania.

En la educación formal.
Cuando Iardén ingresó por primera vez en el sistema educativo formal, ya había cumplido 14 años. Hoy, desde su sitial en la Escuela de Ciencias de la Educación de la Universidad de Tel Aviv, rodeada de cuadernillos de trabajo que ella misma redacta, recuerda sonriendo que se sentía inferior a todos sus compañeros, ya que a esa edad ni siquiera sabía escribir su propio nombre. Todo paso adelante representaba para ella "un nuevo cruce del Mar Rojo", según su propia descripción.
Fue completando el ciclo secundario, se acercaban los exámenes finales del ciclo (“bejinot bagrut"), y todavía no entendía lo suficiente de hebreo, como para rendir los exámenes que la habilitarían a poder seguir estudiando en una Universidad.
Invirtió sus días y sus noches en la tarea. Todavía hoy no logra entender de dónde sacaba fuerzas.
En los exámenes, los nuevos inmigrantes eran tratados con cierta consideración. De cualquier manera, todo resultaba muy complicado. Sin embargo, aprobaron.
La mayoría de los hermanos de Iardén completaron sus estudios, parte de ellos en el nivel académico. Eran capaces y lograron cerrar la brecha.
La única conclusión que extrae Iardén, es que todo ello exigió un esfuerzo enorme.

Una protagonista singular.
Iardén deplora que todavía haya actualmente en Israel miles de etíopes que no saben leer ni escribir. Eso también influye en la generación joven, nacida en el país, a la que la sociedad circundante no pudo apoyar en sus estudios.
La mejor demostración radica en el hecho de que, en Israel, sólo unos 1340 alumnos etíopes estudian en establecimientos de nivel superior.
Iardén, que se autocalifica como "la primera etíope aspirante a un doctorado en el país", no se muestra sorprendida: cuando la etnia etíope llegó a Israel, predominaba en ella la desconfianza respecto a los estudios académicos y a la instrucción en general. Hoy la situación ha cambiado, los padres comprenden la importancia que se asigna al estudio en la sociedad israelí. Sin embargo, subsisten muchos impedimentos sociales y económicos. La mayor parte de los etíopes vive en barrios carenciados, en Kiriat Malaji, Ofakim, Ramalla y Lod. Por lo general, los niños crecen desprotegidos en ambientes donde imperan la droga, la delincuencia juvenil y la desesperanza. Dado que no hay en la casa nadie bastante fuerte como para sentar a los niños y guiarlos en sus estudios, ellos no se preocupan y será difícil que puedan romper el cerco.
Iardén se propuso hallar una solución, cuando comprobó a través de una encuesta dirigida por ella misma, que los chicos etíopes se encontraban retrasados respecto a sus compañeros de curso en materias como Matemática, Física, Biología y Computación.
Le molesta mucho que en la sociedad occidental, los analfabetos o las personas no adelantadas desde un punto de vista tecnológico, sean tratados como deficientes mentales. Sabemos que todo comienza y concluye en la cultura: donde se nació y se creció, qué se presenció en la infancia, qué destrezas se adquirieron a lo largo de la existencia. Un niño etíope que creció en el campo, no alcanzará los mismos niveles que otro procedente de la red escolar israelí. Pero eso no significa que sea menos inteligente: cuando los niños etíopes tienen oportunidad de acceder a institutos educativos de alto nivel. Sus logros son superiores a los de sus compañeros que quedaron en instituciones menos calificadas.
En el marco de su tesis, Iardén ideó una serie de pruebas cuyo resultado no depende del "nivel cultural" del examinado (por ejemplo, sus conocimientos de lectura y escritura), sino sólo de su inteligencia primaria, no elaborada. Los resultados muestran que las personas que no saben leer ni escribir, pueden, no obstante, dominar un amplio espectro del saber, son capaces de pensar en niveles altos y de adaptarse a circunstancias desconocidas. Poseen, en suma, todas las aptitudes básicas. Pero en la sociedad occidental, la sociedad del conocimiento, todavía se los juzga menos inteligentes.
A fin de modificar la situación, Iardén se incorporó al Decanato de los Estudiantes de la Universidad de Tel Aviv. Allí, con la colaboración de la universidad, nació la idea del trabajo comunitario con los niños etíopes, un trabajo que también los ayudará a avanzar en el estudio de las ciencias, los acercará, y acrecentará sus perspectivas de insertarse en los estudios académicos en una etapa más tardía. Iardén se había cansado de dar vueltas por la Universidad de Tel Aviv con destacados profesores, lejos del mundo "como en una incubadora". Comprendió que, desde su lugar, debía ayudar a esos niños, para que un día muchos etíopes aspirantes al doctorado pudieran llegar a la universidad.
Hoy funcionan en el país 6 centros en los cuales los niños etíopes estudian materias científicas según programa especial, financiado por el Ministerio de Absorción de los Inmigrantes, el Proyecto "kdam atidim" (adelantarse hacia el futuro); también colaboran financieramente las autoridades locales y una empresa comercial.
El programa, que comprende 3 años de estudio, fue redactado por aspirantes al Doctorado y al Master en Ciencias de la Universidad de Tel Aviv. Su finalidad es tender un puente de unión entre la tecnología de la sociedad etíope y la que está vigente hoy en el mundo. Se propone mostrar a los niños que la tecnología occidental empezó como la de Etiopía; que alguna vez los hombres trabajaron con azadas y no con tractores. Así se alcanzan dos objetivos: 1) Transformar a los padres de los niños en fuentes de saber, ya que no pueden ayudarlos en el estudio de la Física, pero sí explicarles cómo trabajaban ellos en Etiopía. y 2) Generar en los niños un particular orgullo respecto a sus orígenes; lograr que no se avergüencen de esos orígenes ni intenten negarlos. Semejante conducta negativa sólo dificultaría el proceso de adaptación al país.
Los alumnos inician esos estudios en el 7º grado y los finalizan en el 9º. El primer año aprenden acerca del mundo de las ciencias; el 2º, se especializan en determinada área; y en el 3º pasan a ayudar a sus líderes.
A lo largo del programa, los chicos visitan varias veces la Universidad, donde también se realiza la ceremonia de fin de curso.
El Jefe del Decanato, uno de los autores del proyecto, describe la ceremonia:
"Los chicos se sientan con sus padres en la sala, y están presentes las figuras académicas más importantes". Se trata de un acto muy emotivo.
Los niños son interrogados, y sus padres, desde un costado, los contemplan con orgullo. La Universidad se ha fijado como objetivo el fortalecimiento de la población etíope en la sociedad en general y en la comunidad académica en particular; y está claro que esos niños son tan capaces como los “sabras” (los nacidos en el país). Pero es preciso afirmar a los niños etíopes, a fin de que el punto de partida sea igual para todos.

Visita a Etiopía
Hace varios meses, Iardén (32 años) visitó Etiopía por primera vez desde que abandonó el país. Hoy, casada con un israelí, Shmuel Wagenshtein, y acostumbrada a recorrer los lugares de su infancia, observó el estilo de vida de la gente, los mercados, la lucha por el sustento diario. Y viendo a las mujeres de su pueblo, pensó que, de haberse quedado en Etiopía, hoy sería seguramente una abuela, casi anciana.

Abril 2005 - Adar II 5765
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