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Análisis
¿Todos los pacifismos son buenos?
En alegoría literaria, me pregunto: "¿de qué hablamos cuando decimos que hablamos de la paz?". Como es obvio que el "no a la guerra" es el lema más fácil del mundo, y que sólo necesita buena predisposición del alma, me atrevo a asegurar que no todas las familias del pacifismo son tan bonitas, y ello a riesgo de intentar el matiz crítico en estos tiempos aciagos para el pensamiento. Por supuesto, es casi obligado hacer un acto de fe antibélico, para no caer en sospecha. Desde esta perspectiva, mi "no a la guerra" es contundente, pero ya no sé si llega más lejos la complicidad con los compañeros de pancarta. Hablemos de las contradicciones del pacifismo, desde el pacifismo. Primero, ¿todas las guerras son malas? Esa afirmación ya la hicieron conspicuos pacifistas como Chamberlain, que en 1938 firmó el pacto de Munich con Mussolini y Hitler. Su garantía de paz consiguió el record de millones de muertos. También caben recordar lindas actitudes como las de Julio Anguita ante la guerra de los Balcanes, cuya sensibilidad se erizaba más ante la intervención de la OTAN que no ante los 250.000 bosnios asesinados. La historia está llena, para su desgracia, de pacifismos que matan. Por tanto, una puede estar contra esta guerra por motivos diversos - como arriesgarnos a dar la razón al pesado de Huntington y crear una gran fisura entre nuestra cultura y la de mil millones de musulmanes-, pero resulta estúpido asegurar que se está contra todas las guerras. Ni el paradigma del pacifismo, Gandhi, afirmó nunca tal sandez. Al contrario, planteó una tregua a la corona inglesa cuando entró en guerra: "la prioridad es luchar contra el fascismo". Es decir, estaba a favor de esa guerra, porqué estaba a favor de la paz. El pacifismo, pues, integral, abstraído de la realidad que lo motiva, no solo es un sinsentido, sino que históricamente ha sido un peligro.
Más perversa que la ingenuidad es el pacifismo de interés, cuya preocupación por la paz es cero coma cero. Pongamos el exquisito ejemplo francés, aliñado con la pimienta de considerar a Chirac un paradigma de la paz. Al igual que ocurrió con su veto a la intervención en los Balcanes, Francia está en contra de la intervención en Irak., porqué lleva años interviniendo. Desde su reactor nuclear vendido a Irak -afortunadamente bombardeado por Israel- y que habría permitido a Saddam tener armas nucleares, hasta los aviones alquilados en la guerra contra Irán, o el papel actual de la compañía francesa Total-Fina, explotadora de sus reservas petrolíferas, Francia está sobrecargado de responsabilidad. Y ello sin olvidar la indiferencia con que contempló la matanza de kurdos o la financiación del terrorismo suicida palestino por parte de Saddam, en una actitud que no tiene nada de apología del pacifismo, sino de defensa desalmada de sus propios intereses. Si la Europa que intenta tener cuerpo en el mundo presenta a Francia como paradigma, y lo hace en nombre de la paz, algunos pediremos bajarnos del autobús. En todo caso, la crítica a Estados Unidos desde posiciones tan bélicas como la francesa, están desacreditas en origen.
Finalmente, el pacifismo de los espectadores del "Hair", cuyas flores aún se mantienen en los cabellos de una adolescencia no superada. Esos lejanos progres que gritaron su antiamericanismo por los paisajes de la juventud y se quedaron atrapados en el paraíso. Muchos de ellos no han hecho las paces con un pasado estalinista que no tenía nada de pacifista. Me pregunto donde estaban cuando Saddam masacraba opositores, o gaseaba el Kurdistán o alimentaba bombas en autobuses de Israel. ¿Dónde estaba su grito de paz, noble gramática que sin embargo sólo se activa cuando hay americanos de por medio? ¿Por qué no se activa ante las víctimas del gobierno integrista del Sudán, cuyo récord llega al millón de muertos?... Da la impresión de que el antiamericanismo, esa enfermedad infantil de Europa, continúa cabalgando más allá de la razón. Y, aunque se sustenta en nobles excusas, no deja de ser una patología de la inteligencia.
Un no, pues, a la guerra. Pero también un no a según qué ingenuidades o perversidades. Usar el nombre de la paz en vano, sin un pensamiento crítico que lo avale, no ayuda a la paz. Solo la abusa..
Pilar Rahola
Servicio de Prensa

Abril de 2003
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