Guesharim


Guesharim - Puentes

B''H

Emociones que matan
La envidia y la pérdida de la autoestima

La envidia es una declaración de inferioridad
Napoleón Bonaparte

Tal vez, una de las emociones más negativas y autodestructivas del ser humano sea la envidia por los bienes ajenos, o por la situación de vida misma de nuestro prójimo.
Fuente de discordia solapada y origen del sentimiento de auto-inferioridad,
ya en los Diez Mandamientos mismos, se incluye a la envidia como uno de los sentimientos más nefastos.
Tal como se ordena en el décimo mandamiento (Éxodo, Cap. XX), “No desearás la casa de tu prójimo. Ni a su mujer, su sirviente, su sirvienta, su buey, su burro, ni nada que le pertenezca”. Pero si un hombre o mujer puede
desear perfectamente aquello que posee el otro, sin necesariamente envidiárselo, por ejemplo un auto, ¿entonces qué es lo que anhela el
envidioso? En el fondo, el envidioso no hace más que contemplar el bien
como algo inalcanzable, porque las cosas son valiosas, para él, en tanto
estén exclusivamente en manos de un otro cercano. El deseo de despojar y querer, consciente o inconscientemente, de que el otro no posea lo que tiene, está en la raíz del pecado de la envidia. Este vicio del alma, es un pecado profundamente mezquino que también tortura y maltrata al propio pecador. Y por ello, podemos aventurar que el envidioso es más desdichado aún que el malo.
El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo, de que el otro no merece sus bienes. Y de esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.

Envidia y democracia
La envidia es muy curiosa, porque tiene una larga y virtuosa tradición, lo que parecería contradictorio con su calificación de pecado. Es la virtud democrática por excelencia. Por ella, la gente tiende a mantener la igualdad, y produce situaciones para evitar que uno tenga más derechos que otro. Al ver un
señor que ha nacido para mandar dices, “¿por qué estás tú allí y no yo? ¿Qué tienes que yo no tenga?”. Entonces la envidia es, en cierta medida, origen de la democracia, y sirve para vigilar el correcto desempeño del sistema.
Donde hay envidia democrática, el poderoso no puede hacer lo que quiera. Por ejemplo, si hay quienes no pagan impuestos, entonces comienza la reacción de aquellos que envidian esa situación, y exigen que los privilegiados también paguen. Sin la envidia es muy difícil que la democracia funcione, porque hay un importante componente de envidia vigilante, que mantiene la igualdad y el funcionamiento democrático.

El “otro” y yo
Pero esta emoción tan negativa, también propicia la sensación de que uno podría tener todo lo bueno de los otros. Si alguien envidia la situación o los bienes del otro, entonces también debería aceptar todo lo que el otro es, quiere, piensa y siente, y por lo tanto dejar de lado todas las cosas que el envidioso quiere, piensa, y siente. Es decir, tendría que convertirte en el otro, y eso, paradójicamente, es algo que nadie está dispuesto a hacer. Porque todo el mundo quiere ser; tener las ventajas del otro, pero a partir de la propia concepción de uno. Nadie está dispuesto a decir: “Bórrenme a mí, y escriban al otro”
porque lo que quiere es ser él mismo, pero con lo del otro. Y es así que el que envidia estaría en el mejor de los mundos si pudiera lograr una disociación con el otro: quitarle para sí toda la parte que no le gusta, y quedarse sólo con lo que le gusta, sin tener en cuenta que todos los bienes y beneficios tienen un costo en la vida.
Esto nos hace considerar que existe una especie de relación entre los males y los bienes, que vienen en un número determinado. Si yo deseo y no tengo un automóvil de colección, es porque lo posee otro. Llegamos a considerar
que no hay otro coche más que “ese” para tener.
Lo mismo ocurre con el mal, si al “otro” le ocurre algo, porque de alguna manera yo me he librado de “ese” problema.

Envidia y vanidad
Tal vez la humildad sea uno de los mejores escudos contra la envidia. En cambio, puede que los vanidosos no tengan dinero para comer bien en la semana, pero conservarán sus mejores trajes y un gran automóvil, porque esos son los elementos que despertarán envidia en los demás. No se busca tener lujos auténticos, sino estar en el escaparate para ser admirado. Este sentimiento también produce temores en los envidiados, porque llegan a pensar que aquellos que lo envidian le quieren hacer un daño o quitarle algo. La propia naturaleza de la expresión in-video, significa literalmente “el que no te puede ni ver”.
El bienestar del otro es un detonante, porque cuando uno es un poco malicioso y quiere ver sufrir a sus enemigos, disfruta con la envidia. Y como vemos, la envidia, a veces, es la contrapartida necesaria de la vanidad y la fanfarronería.
Por eso, si nunca es bueno contar dinero delante de los pobres, ello es así porque una actitud tal, en todas sus variables, responde a una impudicia moral.
Envidiar lo que no existe Los medios de comunicación en la actualidad tienen
mucho que ver con la motorización de la envidia. No hay programa de televisión o revista de actualidad donde no se nos enrostre la felicidad de una pareja mediática, las vacaciones caribeñas de incipientes modelos, o el nuevo piso de la estrella de turno.

En esta sociedad lo primero que hay que lograr es crearse la fama de que eres algo sin necesariamente serlo.
La creencia de los demás de que el otro es exitoso es lo que fomenta una vana cadena de errores, y también de envidias añadidas.
Muchas veces se envidian situaciones idílicas sobre las que no se tiene suficiente información. El tema de la envidia es muy latino, por ejemplo, y al decir de Jorge Luis Borges, “los argentinos siempre están pensando en términos
de envidia. Para decir que algo es bueno, es muy común decir que es envidiable’”, afirmaba el escritor.

Por otra parte, la envidia también tiene su faz positiva.
Este sentimiento, que me provocaron los grandes escritores, fue un motor fundamental en mi vida. Por ejemplo, la del deseo de emulación que me suscitó
Borges a los dieciséis años, y luego la admiración hacia Shakespeare y Thomas Mann me estimularon a un crecimiento literario que, si bien no es tan gran cosa, lo agradezco. Pero ello sólo fue posible, porque siempre tuve una envidia que carecía de mezquindad, y nunca pretendí que el talento de los otros se borrara.
En definitiva, a través de una sana envidia, admiramos con lo que hay de admirable en nosotros, y nuestra parte admirable es la que admira a los demás.

La fuente del conflicto
Una de las cosas que siempre me han llamado la atención, es cómo a veces se transforman los vicios más pueriles en algo deseable. Y así la soberbia queda como autoestima, la envidia como justicia democrática y la ira como intolerancia ante los males del mundo. El Diablo es un extraordinario gerente de marketing, que ha logrado vender cada vicio como una virtud.
“Diábolo” significa en el medio, el que está dia bando (entre dos bandos). Es decir, lo diabólico es crear discordia porque, en el fondo, es lo que hacen, precisamente, los vicios. Porque el que quiere tener todo, no deja para los demás. Los que quieren acaparar todo, no dejan nada para los otros, los
que mienten, los que envidian y los que se enfadan, son personas que permanentemente crean discordias entre los seres humanos. Y esta es la función diabólica de las emociones rastreras.

Infiernos y paraísos
Una de las cosas que siempre me han fascinado del escritor florentino Dante
Alighieri, es el concepto vertido en su magnífica obra, La Divina Comedia, donde
el escritor no mandaba al infierno a los muertos, sino a gente que aún vivía, y a quienes ya les tenía preparado su propio infierno.
En la otra punta, yo pienso que los paraísos deberían ser de una plaza. Es
decir, responder a lo que cada uno quiere, porque los paraísos convencionales
dan por supuesto que todos los deseos son homogéneos. ¡Dejemos que cada uno
tenga su cielo! Muchas veces vemos gustos que los demás aprecian y que a uno
le horrorizan. Para algunos, el Cielo está relacionado con las convocatorias sociales: los cócteles, las fiestas, las comidas, donde muchos se mueren por ser invitados y asistir. Mi paraíso, en cambio, sería más solitario y discreto.
Es mucho más fácil crear un infierno que un cielo. Porque si bien los seres humanos deseamos cosas diferentes, les tememos a las mismas. De hecho los gobernantes confían más en el terror que en el premio. Porque cuando se amenaza a una sociedad con cortarle la cabeza a todo aquel que se oponga, entonces esto produce un miedo generalizado. Y aunque haya todo tipo de reacciones, desde enfrentar la situación, hasta acatarla, es evidente que las promesas de infiernos son mucho más convincentes. Se ofertan nuevos pecados
Hay actitudes que pueden considerarse como nuevas formas de pecar. Son las que se basan en la desconsideración por el otro. Por ejemplo, no son pocas las veces que le digo a un amigo: “Quedemos en comer a las dos, porque tengo que salir a las tres y media para otro lado”. Todos te dicen que allí estarán puntuales. La verdad suele ser otra, llegan veinte minutos o media hora tarde, y se las arreglan para reprocharte: “Bueno hombre... tú siempre tan puntual”. Además de la desconsideración, estas actitudes revelan un tremendo egoísmo porque considerándose por encima del otro, esta gente termina robándole
el tiempo a los demás. Pero, si bien el egoísmo es para muchos el gran mal de estos días, tampoco hay que olvidar que el egoísmo racional está en la base de la ética clásica. Aristóteles habla de la filautía, que es el amor a sí mismo.
Se trata de un amor a uno mismo, bien informado. Esto quiere decir que hay que saber muy bien qué es lo que le conviene a uno. Y esto no es tan fácil, porque solemos tener imágenes de nosotros o de nuestros deseos que pueden estar suscitadas por la presión del medio, por la fascinación, por la influencia de los demagogos, etcétera. Por lo tanto, no creo que exista ninguna contraposición entre el egoísmo y las actitudes
éticas, porque lo único que ambas reclaman es que realice una verdadera reflexión sobre lo que realmente nos conviene. Pero también es real que aquello que realmente conviene a nuestra alma, no tiene por qué necesariamente debe ser informado. Y en definitiva ese es el esfuerzo que hay que hacer: informarse.
Marzo de 2010 / Nisan del 5770  Año 9 Nº 33

Revista de historia y cultura judía. Publicada por A.I.S.A. Asociación Israelita Sefaradí Argentina

Director Responsable: Dr. Elías Hamui Director Editorial: Lic. Ernesto E. Antebi
Consejo Editorial Sr. Rodolfo Tobal Sr. Elias Mizrahi Corrección General PalomaSneh Diseño: Lic. Ernesto E. Antebi

Registro Nacional de propiedad en trámite
Las opiniones de las notas aquí vertidas son de exclusiva responsabilidad de los firmantes