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Periódico Judío Independiente
No se trata de tener razón, se trata de vivir usando la razón
Por Rabino Itzjak Sacca, La Voz Sefaradí
La mayoría de los cristianos son hijos de cristianos; la mayoría de los budistas son hijos de budistas; la mayoría de los musulmanes son hijos de musulmanes; la mayoría de los judíos son hijos de judíos y así sucede con todos.

En general, todas las personas con creencias espirituales las transmiten a sus hijos. Quizás, estos últimos no sean tan aficionados a la observancia de las tradiciones, sacramentos o mandamientos, pero suelen adherirse a la fé de sus padres. Esta cuestión nos conduce a formularnos las siguientes preguntas:
¿Son las creencias espirituales analizadas y cotejadas con razonamiento o no? Si fueran evaluadas analítica y objetivamente ¿Cómo es posible que los hijos de los de una creencias eligen la de sus padres y no la de otros?
¿Las analizaron? ¿Las compararon? Obviamente no las compararon, ni las analizaron. Siguieron por tradición la creencias de sus padres y no necesitaron ir a buscar otras para cotejar si estaban en lo correcto o no.
Pero, tratándose de algo tan importante – si hablamos de personas que creen en lo espiritual y le dan importancia- ¿cómo es posible que no analicen el tema con la seriedad que merece? No se trata de comprar un auto o alquilar un departamento, se trata de la eternidad, del alma, de Dios. Y si efectivamente están errados, ¿no les importa? Podemos deducir entonces que, para la gran mayoría, el tema religioso o la creencia espiritual es un asunto secundario en la vida o de uso muy esporádico, como cuando se encuentra con la muerte, la enfermedad o ante la desesperación y la felicidad auténtica. Por eso no se le presta atención, no se le da la importancia que se supone debería tener un asunto relacionado con la verdad o la mentira y la eternidad.
Lo que ya creen les sirve para enfrentar esas situaciones que requieren de una creencia espiritual. No es que creen porque revelaron una verdad, no están interesados en descubrirla, sino en usar la religión como un elemento de apoyo emocional y, si les funciona o piensan que les va a funcionar, no tienen la necesidad de indagar si es verdadera o no.

Es un tema de comodidad y practicidad.

Pero a algunos sí les importa mucho y es la creencia el principal valor de sus vidas. Sin embargo, ellos tampoco no hicieron un análisis, sino que se fortalecieron en las creencias de sus ancestros y se adhirieron aún más a ellas con fervor y devoción. Esto se debe a varios motivos, entre los principales se encuentran la suposición – inconsciente – que sus padres o tutores quieren su verdadero bienestar y seguramente le inculcaron la verdad en la fé correcta, y que los errados son los otros. En este caso, la razón es desplazada por los sentimientos de afiliación y apego a una cultura que supera el ansia por descubrir la verdad.

Es un tema sentimental.

Existe un tercer tipo de persona que no analiza las creencias y se aferra a las suyas, no por comodidad ni por sentimiento.

Es un tema de arrogancia y baja autoestima.

Estos no profundizan en el estudio de las creencias, se enquistan en las suyas sin ningún tipo de argumentacion, simplemente por el hecho de que sos “sus” creencias y las convierten en fundamentales verdades incuestionables porque son de “ellos” y se espantan ante la posibilidad de que otro piense distinto. Pero el problema verdadero es que, enardecidos por la arrogancia y la soberbia, se niegan a aceptar que existan otras personas, que por un motivo u otro tienen otras creencias. No lo pueden tolerar, se radicalizan contra ello, sienten amenazada su propia ideología, se espantan de que hay otro que piensa distinto, y es allí cuando surge el fundamentalismo radical si la arrogancia se combina con la falta de autoestima, proveniente del desconocimiento y la habilidad intelectual e histórica para convencerse a uno mismo de que sus creencias son las correctas y verdaderas por más que haya otro que piense distinto.
Esto se torna cada vez peor porque incluso, en un mismo grupo, con el tiempo, las ideas homogéneas al principio suelen sectorizar y diferenciarse, y la soberbia, la arrogancia y la pereza intelectual que generan baja autoestima, nuevamente vuelven a atacar a los herejes, y así sucesivamente hasta destruir por completo a la humanidad. Los fundamentalismos representan un peligro, que si no se logran erradicar, llevarán a la destrucción de la humanidad, porque siempre habrá distintas creencias hasta que Dios lo disponga, y hasta entonces hay que bregar porque no haya conflictos.
La mayor parte de las personas no creen en una fé porque analizaron todas y llegaron a la verdad a través de la razón, sino por tradición o comodidad. Pero poseen la capacidad humana para entender que hay otros que tienen ideas diferentes y que uno no es quién para juzgarlos ni tiene derecho a entrometerse en sus vidas y mucho menos a agredirlos por ello. Incluso comprenden y fomentan el compañerismo y la amistad entre los distintos, sin perder la propia identidad y tradición.
El judaísmo prohíbe el proselitismo por esta razón; cada uno debe reflexionar cuando quiera, si lo quiere. La imposición de las ideas a otros es fundamentalismo; si el otro quiere pensar contigo para llegar a una conclusión y tu quieres también, pueden dialogar como hacía Abraham el Patriarca. De lo contrario, si no quieren dialogar, deben continuar en armonía, cada uno con sus ideas, no por pensar diferente será tu enemigo. Debemos hoy más que nunca aprender a vivir en tolerancia de ideas, porque la intolerancia es mortal. La tecnología y el desarrollo industrial están en manos de todos, y si la intolerancia se traslada del cerebro a las manos como ocurre en tantos lugares y sociedades actualmente, puede llegar a aniquilar la humanidad.

Número 624
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