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Periódico Judío Independiente
El deseo de eternizarse en el poder
Por Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
“Sed precavidos con los poderosos, porque no suelen acercar a sí, al hombre, a no ser por su propia necesidad. Se muestran como amigos en el momento de su provecho, pero no están con uno en la hora del apuro”. Talmud

Para el psicoanálisis, los lazos sociales y la incidencia de los avatares políticos en la vida de las personas, son sumamente importantes y, su hallazgo, es abordar esos lazos sociales sin reducirlos a las necesidades materiales para la supervivencia. Lo que sostiene los lazos de los seres hablantes entre sí es lo simbólico, es la palabra.
Fidel Castro, histórico líder de la revolución que impuso el comunismo en Cuba en 1959, un líder en el manejo de la palabra, falleció el viernes pasado, a los 90 años, luego de haber gobernado la isla por casi sesenta años. Nacido el 13 de agosto de 1926, Castro y su hermano Raúl, encabezaron el movimiento guerrillero y revolucionario que, junto al Che Guevara, lograron, el 1 de enero de 1959, derrocar al dictador Fulgencio Batista, presidente de la isla caribeña.
Fue en la década del '60, cuando Fidel entabló relaciones con la entonces Unión Soviética e impuso un régimen comunista en Cuba. A partir de ese momento, se produjo una fuerte tensión con el gobierno de Estados Unidos, encabezado por John F. Kennedy. La mencionada tensión, se acrecentó por causa de la invasión a Bahía de Cochinos y la llamada crisis de los misiles.
El 19 de febrero de 2008, a raíz de sus problemas de salud, Castro anunció su dimisión a la presidencia de Cuba en una carta al periódico oficialista Granma, momento en que es reemplazado por su hermano Raúl.
Quiero destacar que, pese a la fascinación de los judíos de izquierda, por la revolución cubana, Fidel no sólo no simpatizó con ellos, sino que siempre se manifestó a favor de la causa palestina.
Todos sabemos que, aunque la verdad sea no sólo deseable sino exigible, ésta sólo puede medio decirse porque la palabra no alcanza y puede significar otra cosa que lo que pretende decir. Justamente, un ejemplo interesante nos lo plantea la palabra revolución.
Cuando escribí la palabra revolución, término que unió y entusiasmó a varias generaciones, busqué su significado en el diccionario etimológico de Joan Corominas.
Desde el punto de vista jurídico designa los actos destinados a resistir y cambiar un orden vigente, pero, para la astronomía, la revolución no es ni más ni menos que retornar al punto de partida.
Etimológicamente deriva de "volver" y, a su vez, del latín revolutio, regreso. Entonces, podemos formularnos la siguiente pregunta: ¿Hacia dónde "regresan" las revoluciones?
Sigmund Freud, en El Malestar en la Cultura, analiza la cuestión del comunismo según el cual el motivo de la corrupción de la naturaleza humana radica en la propiedad privada, por lo tanto, si desaparecieran las desigualdades económicas, la bondad, inherente a su naturaleza, le sería restituida.
Suponer que las mejoras económicas conllevarían un cambio en la naturaleza de los seres hablantes, fue la ilusión positivista del marxismo. Las tendencias agresivas son parte de la naturaleza humana y, por lo tanto, existen antes que la propiedad privada. Por otra parte, el hombre siempre se resistió a renunciar a la satisfacción de las mismas. Es por esto que no es factible que un cambio económico, por sí solo, pueda traer aparejado otros cambios en los lazos sociales.
Es necesario recordar que cuando se creó la ex URSS, sus dirigentes, en nombre de nobles ideales revolucionarios, sometieron a la oposición a una represión tan feroz como la que habían sufrido ellos mismos, argumentando que era necesaria para poner en marcha una nueva sociedad. Muchos de los judíos que adhirieron al régimen “socialista”, fueron asesinados el 12 de Agosto de 1952. Ese nefasto día, fueron ejecutados trece judíos en la prisión soviética de Lubyanka en Moscú. Las detenciones se habían hecho anteriormente, en septiembre de 1948 y junio de 1949. Todos los acusados fueron falsamente acusados de espionaje y traición a la patria. Al ser detenidos, fueron torturados, golpeados y aislados, antes de ser formalmente acusados.
Ya S. Freud, en "Una concepción del universo", había escrito que no le parecía factible que con represión y desatando una brutal censura, se pudieran llevar adelante los ideales marxistas.
La revolución no podía más que volver al punto de partida por no haber sabido dar lugar, o por haber rechazado, la posibilidad de poner en juego las diferencias.
El narcisismo de los políticos
Como expresé en otras oportunidades, estamos viviendo un momento de apogeo del narcisismo. El individualismo, el exitismo social, la prevalencia de la imagen y las ansias de poder, forman lo que podríamos llamar la cultura narcisista y se da independientemente de la ideología política. El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por la imagen distorsionada de sí mismo, el exhibicionismo y la falta de empatía. Pero, ¿qué es lo que sucede, cuando son los mismos gobernantes los que sostienen y cultivan esta posición?
Si el narcisismo puede ser definido como la conducta motivada por el placer de ser admirado, el exhibicionismo narcisista es la expresión clínica de la necesidad infantil de ser admirado, que se traduciría en el excesivo deseo o necesidad de atención y en una tendencia a presentarse como único y exclusivo. Según Sigmund Freud, que el niño pueda tener mejor suerte que sus padres, es el deseo de los padres, además de que no debería estar sometido a las necesidades objetivas que imperan en la vida: enfermedades, muerte, restricción de la voluntad propia, sobre todo porque él es el centro y el núcleo de la creación: His Majesty, the Baby.
Sin embargo, cuando el narcisismo se sostiene a través de los años, el sujeto aumenta en sus exigencias de seguir siendo su majestad. Esto se observa sobre todo en los políticos, especialmente en los gobernantes, los que, como si fueran reyes o, más aún, dioses, harán todo lo posible como para eternizarse en el poder. Fidel Castro fue uno de ellos.
Preparados para recibir aplausos
La persona narcisista se considera por encima de cualquier otro y, como tiene una enorme necesidad de aprobación, exige que los demás le corroboren cuán grande es. A su vez, la incapacidad para comprender al otro, lo torna un sujeto insensible y desconfiado. Intolerante con las críticas, reacciona de mala manera cuando alguien se atreve a corregirle algo. Manipula a la gente y genera las condiciones para que ningún otro pueda superarlo.
S. Freud, expresa que es notable cómo, teniendo tan escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como una lamentable opresión, los sacrificios que la cultura impone, para posibilitar la convivencia. Es desconcertante que la misma cultura deba ser protegida contra los individuos, y que sus normas e instituciones deban cumplir esa tarea para no sólo apuntar a una mejor distribución de los bienes, sino poder conservarlos.
Los totalitarismos, decididamente, rechazan la alteridad. No sin los intereses económicos que los sostienen, apuntan a la eliminación de cualquier otro que, por ser distinto, pueda hacer tambalear sus “verdades supremas”. Además, como sus seguidores se mueven en bloque, terminan conformando un solo cuerpo (el corpus de la masa), con una sola cabeza, la del jefe que piensa por ellos. Esto sume a esa mayoría, en el anonimato: dejan de ser sujetos para ser una masa aglutinada, consecuencia por demás buscada por la gratificación que implica.
En Latinoamérica, el caudillismo, el liderazgo extremo, la concentración del poder, unidos al culto a la personalidad, son efectos de la misma cuestión: el narcisismo de los gobernantes y la necesidad, por parte de la masa, de un líder del que aceptan, con naturalidad, que una vez que llegan al poder, decidan no rendirle cuentas a nadie más que a sí mismos.
Quiero concluir con este pensamiento de Milán Kundera:
“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”


Número 615
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