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Periódico Judío Independiente
Maternidad sin un padre
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora.
“Como una gran tormenta/ sacudimos nosotros/ el árbol de la vida/ hasta las más ocultas/ fibras de las raíces/ y apareces ahora/ cantando en el follaje, /en la más alta rama/ que contigo alcanzamos”. El Hijo. Pablo Neruda

Tomé los mismos versos de Neruda que fueron el acápite de mi nota: ”Maternidad tardía”, tan sólo para subrayar que un hijo se anhela, se lo concibe y se lo educa, de a dos: un hombre y una mujer, un padre y una madre. Siempre es así, salvo que una guerra, un accidente, una enfermedad o una muerte, hagan obstáculo para que esta conjunción pueda realizarse.
No son pocas las dificultades que al rozar lo ético, concretamente el rechazo por el otro, se me plantean al abordar este tema, porque el deseo de tener un hijo, no sólo lo incluye sino que da cuenta de un deseo compartido.
La panelista de un programa de TV que va a ser madre, argumenta que su deseo de ser madre era tan grande que apeló a la inseminación artificial. En otras palabras, optó por el esperma de un donante anónimo antes del de una pareja, un hombre a quien amar. La misma persona, afirma que es una madre soltera pero, en verdad, no lo es. Se trata de una mujer joven que, al rechazar, de alguna manera al hombre y, de alguna manera, la posibilidad de amar a otro absolutamente diferente de ella, acude al médico para que deposite en el óvulo el líquido seminal necesario para procrear.
Considero que ciertos médicos, juristas y científicos en general, terminan siendo cómplices del rechazo a la diferencia sexual. Minoritarios en la comunidad científica, parecen realizar el sueño de un poder sin límites, un deseo que no parece otro que el de ser Dios.
Suelo decir que parir puede parir cualquiera pero, ser madre, es una elección, trasciende lo biológico y el padre debe tener su lugar en ese acto de amor.
Cuando una pareja, insisto: una pareja, decide tener un hijo, decisión independiente de toda cronología, tanto el hombre como la mujer desean advenir como padres. Se adviene porque no se nace padre sino que se crea, se construye, se diseña.
El deseo del científico

Pocos serían capaces hoy en día de sostener la idea de la asepsia en la ciencia. Nadie que sepa lo que dice, es decir, que se escuche. Sin embargo, todavía hay algunos pocos que necesitan sostener tanto esa idea como la de la neutralidad de la ciencia. Ergo, no saben lo que dicen pero, en sus palabras dan cuenta de un saber no sabido, un saber inconsciente, un saber que revelaría su deseo.
Puede resultar complicado y a veces imposible de aceptar que el científico y, en este caso un médico, es un sujeto y que su deseo lo mueve respecto del objeto a investigar. Sin embargo, cuando se rechaza la idea de que el científico está guiado por su deseo, deseo inconsciente, que perfectamente puede ser el del exterminio de la humanidad, este rechazo retorna en lo real. Tras las banderas del progreso de la ciencia se ocultan las lamentables consecuencias de este rechazo. El paradigma de esto es la bomba atómica, invención que sólo pudo ponerse a prueba cuando fue arrojado sobre cientos de miles de personas. Sin desconocer los usos pacíficos de la energía nuclear, lo cierto es que ésta pesa sobre nosotros, cual espada de Damocles, pues aún no se sabe qué hacer con los desechos radiactivos. Podemos hablar también de las guerras y de los investigadores que dedican sus vidas a hacemos "avanzar" en la carrera hacia la muerte. Esto también es progreso. Progreso hacia la muerte.

El rechazo a la diferencia sexual

La cuestión que nos preocupa hoy, tiene que ver con el rechazo al hombre y la negación de la importancia de su presencia para ofrecerle a un hijo la posibilidad de ser incluido en una familia. El embarazo de la actriz que decidió ser madre sin dar lugar a un padre, da cuenta del rechazo a la diferencia sexual, tanto por parte ella misma como del médico cómplice de este rechazo. El rechazo al otro, es el paradigma de este proceder y las consideraciones éticas parecen no pesar.
Es importantísimo volver a leer el Génesis para establecer una diferencia esencial. Dios, cuyo nombre es impronunciable y sólo puede ser nombrado por sustitutos o metáforas como Hamakom (El Lugar), Hashem (El Nombre), es el Dios del decir, como lo llama Lacan. Elohím o Adonai (otros modos de nombrarlo) creó el mundo con palabras. Recordemos. Dijo Dios: Hagamos... y se hizo. De ese modo, con la palabra, separó las aguas de arriba de las aguas de abajo, el cielo y los mares, el día de la noche, las plantas, los animales según su especie hasta llegar al hombre. Lo interesante es que luego de cada día, al finalizar cada acto de creación, Dios decía que era bueno. Sin embargo, no hizo esta reflexión al crear al hombre y a la mujer. Es para pensar. Tal vez fue porque el ser humano no es bueno en sí mismo. Tal vez porque la bondad es algo a construir.
También es importante recordar que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por haber probado del fruto del árbol prohibido. En el paraíso había dos árboles: el de la vida del cual podían comer a voluntad y el del conocimiento del bien y del mal del cual tenían prohibido comer. Si comían del árbol de la vida serían inmortales, y si probaban del fruto del árbol del conocimiento, el árbol de la ciencia, serían como Él y fue, por probar de ese árbol, que fueron expulsados del paraíso. La desafortunada y generalizada creencia de que fueron expulsados por haber fornicado oculta esta verdad que está escrita con todas sus letras en el Génesis y disponible para todo aquél que quiera leerlo.
Adán (que quiere decir hombre) y Eva (madre de todos los vivientes) habían hecho el amor antes de ser expulsados. La vergüenza ante la desnudez surgió después de "saber" acerca de la desnudez. Después de haber "sabido", probado, mordido, del árbol del conocimiento. y supieron que eran diferentes y que con esa diferencia gozaban y que de esa diferencia nacerían los hijos.

El avance de la ciencia, no sin la ayuda de la tecnología, nos ha puesto ante el peligro de un mundo sin hombres, un mundo que rechaza la diferencia sexual, en pos de una vida lejos de la angustia, sin tener que luchar para ser amado por otro diferente y sin tener que pasar por el horror de la relación sexual.

En la historia de la humanidad, el pasaje de la endogamia a la exoga-mia y esta, a su vez, a la heterosexualidad, es el elemento inaugural de la civilización. Es por la prohibi¬ción del incesto, enunciada por el pueblo judío en la Torá, que se funda la histo¬ria de los hombres. En el Génesis 2 Vers. 24 se enuncia desde la creación misma de Adán: "Dejará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne".

Creced y multiplicaos

Como explicité anteriormente, Adán y Eva, que habían cumplido con la orden divina “creced y multiplicaos”, y que gozaban de una sexualidad en libertad y de lo eterno del paraíso, no fueron expulsados por haber sostenido, y disfrutado de las relaciones sexuales sino que fueron expulsados por haber transgredido una ley, la ley que prohibía probar, saber, del árbol del saber. La vergüenza ante la propia desnudez surgió luego de “saber” acerca de la desnudez, de haber probado, mordido, sabido, del fruto del árbol del conocimiento. Sin embargo, la partida no debe de haber sido tan descorazonadora pues además de saber que eran diferentes, supieron que con esa diferencia, gozaban.
En nuestro tiempo, es importante tener en cuenta el momento existencial de la pareja, un momento que posibilite emprender la aventura de tener un hijo, deseado tanto por el hombre como por la mujer, y no como un deseo exclusivamente femenino.
Hoy, más que nunca, tenemos un padre comprometido con la educación del hijo, que sabe contenerlo además de darle amor y seguridad, muy alejado de ser sólo un proveedor o un simple espectador.
Para concluir, elijo este pensamiento de Maimónides:
“Tres cosas hay que son la semejanza del cielo: el sol, el sábado y el acto sexual”


Número 602
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