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Periódico Judío Independiente
La ansiedad: ¿cuáles son los límites entre lo normal y lo exagerado?
“Ansiedad, de tenerte en mis brazos musitando, palabras de amor. Quizás esté llorando al recordarte y hasta tu oído llegue la melodía salvaje y el eco de la pena de estar sin ti.”

Muchos sonreirán al leer la letra de la canción que elegí como acápite y, hasta recuerden a Nat King Kole, pianista y cantante estadounidense de jazz y pop, arrancando suspiros tanto de hombres como de mujeres, compenetrados por una letra que podían sentirla propia.

Sigmund Freud hace una detallada caracterización de los trastornos de ansiedad que, a mi parecer, dan cuenta de la neurosis de angustia. El mismo término “ansiedad”, proviene de la palabra “ansia”, cuya raíz proviene a su vez del latín anxĭus, que significa “angustiado” y de angor, que significa angustia y que se refiere a la estrechez respiratoria, que se produce durante algunos ataques de angustia.
También, hay que tener en cuenta que la ansiedad se caracteriza por ser un estado de agitación o, incluso, de zozobra. Es como una congoja o fatiga que puede causar una gran inquietud o hasta un temblor en el cuerpo, acompañado de angustia o de una penosa aflicción.
La crisis de ansiedad se manifiesta por un aumento de la excitabilidad en general y por perturbaciones de la actividad cardiaca como palpitaciones, arritmias breves, taquicardia, además de una respiración agitada, sudoración y convulsiones. Incluso, puede manifestarse un agudo pavor nocturno y hasta cierto tipo de fobias. Es que, como dice el refrán andaluz: “tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”, y una crisis de ansiedad, deviene en un problema que compromete al cuerpo, independientemente del motivo que la desencadenó, porque la persona afectada por la neurosis de angustia, no tolera nada que pueda alterarle la vida y, por pequeño que sea el inconveniente, debe ser de inmediato. No hay tiempo de espera, como me gusta llamar a esa pausa o paréntesis necesario para vivir mejor. En estas circunstancias el psicoanálisis está especialmente indicado, pues posibilita que el sujeto pueda ponerle palabras a lo que siente y no comprometa su cuerpo.
Aunque el sujeto que padece neurosis de angustia, por lo general no tiene lesiones orgánicas “serias”, el no saber cómo proceder ni cómo pensar ciertas cuestiones de otra manera, puede llevarlo hacia estructuras más graves, como las enfermedades psicosomáticas. En estos casos, es muy importante buscar la atención de un especialista que sepa escucharlo.
Ganarle al desánimo
Cierto día en que una paciente manifestaba el desánimo que le ocasionaba su incontenible ansiedad, le señalé que una salida posible era ganarle al desánimo y agregué, un dicho idish, que dice que un ánimo quebrado es difícil de soldar.
Como dije en una nota anterior, la persona excedida por las obligaciones, sobre todo de índole laboral, suele ser capturada por la ansiedad. Vulnerable, acude a la ciencia médica en procura de algún medicamento que, magia mediante, lo ayude a vivir mejor. Pero no hay recetas mágicas, porque lo esencial es poder mirar adentro de sí mismo para entender y poder modificar eso que lo lleva a aceptar cualquier imperativo del otro.
Las crisis de ansiedad suelen manifestarse de un modo muy exagerado: los pacientes se quejan por no poder respirar o sienten que están a punto de desmayarse, síntomas acompañados por sudor e, incluso, temblores. Para el psicoanálisis la ansiedad es, sencillamente, el conjunto de síntomas que dan cuenta de una acuciante angustia. Esta angustia es siempre un signo de algo que no funciona. Los términos de estrés y ansiedad en realidad designan lo mismo. El psicoanálisis va más allá del síntoma, se ocupa del sujeto, y es por eso que quien inicia un psicoanálisis está dispuesto a ponerse a hablar, para buscar otra cosa que no solo sea la simple eliminación de los síntomas.
Dentro de lo que hoy día se tipifica como ansiedad puede encontrarse todo un catálogo de síntomas. Estos van desde una sensación subjetiva en la que el propio cuerpo se subleva sin motivo aparente y produce una sensación de extrañeza, hasta una incapacidad para el desempeño de las labores cotidianas o laborales. El miedo a salir a la calle o a acudir a encuentros sociales, además de la pérdida del sueño y el exceso de preocupación por cosas, en apariencia, poco importantes, suelen afectar profundamente al sujeto implicado.
Respecto de la ansiedad motivada por un desorden laboral, me parece interesante para pensar la opinión del sociólogo Zigmunt Barman, “Es evidente que las clases medias se están empobreciendo. Podemos hablar más que de proletariado de precariado”. “O sea viven en una situación cada vez más precaria. Lo importante es que grandes sectores de las clases medias pertenecen ahora al proletariado, que se ha ampliado. Aunque hoy tengan trabajo ha desaparecido la certeza de que puedan tenerlo mañana. Viven en un estado de constante ansiedad”.

El ideal del amor y el amor ideal.
Estar enamorado es una de las sensaciones más placenteras del ser humano: sentir una leve ansiedad cuando llega la hora de encontrarse con la persona amada, tener cosquilleos al acercarse, ruborizarse ante un beso y luego pensar todo el tiempo en el próximo encuentro. Pero en el amor no todo es color de rosa. ¿Qué ocurre cuando esa sensación deja de ser placentera para pasar a una crisis de ansiedad, cuando el temor a perder a esa persona invade y muchas veces sin justificativo, o peor, cuando se trata de un amor que no es correspondido? ¿Se puede enfermar por amor?
El enamoramiento es un estado de ansiedad natural, con síntomas físicos y mentales normales en las personas. Pero las que tienen predisposición a sufrir una crisis de ansiedad (cada día son más por el ritmo de vida que se lleva), suelen confundir, erróneamente, los signos de enamoramiento con los de un trastorno de ansiedad.
Para empezar a entender la cuestión, es importante pensar cuánto influye el ideal del amor que tiene cada uno de los miembros de la pareja desde antes de conocerse, y qué lugar les daban a la historia de los propios padres, a la de sus abuelos, y, también, a otros personajes, incluso tomados del cine o de los libros.
Cuando pueden ser escuchados, en estas historias, hay más posibilidades de que la pareja pueda sobrevivir porque el amor es una historia cuyos autores no son escritores como Flaubert, Dumas o Marguerite Duras, sino nosotros mismos. De todas maneras, Julia Kristeva dijo: “el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas; es literatura”.
En mi nota sobre “Familias ensambladas” (Comunidades Nº 498 / 30-03-2011), sostuve que el matrimonio por amor es un logro de la libertad. En El malestar en la cultura, Sigmund Freud señaló que el ser humano “toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado”. El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.
Para el judaísmo, como para casi todas las religiones, la pareja y, su consecuencia, la familia, son el núcleo básico para garantizar la identidad de un sujeto y para transmitir sus valores. Pero hay otra cuestión propia del pensamiento judío y es la de darle su lugar a la posibilidad de que el amor se termine y, por eso el divorcio. Al amor, la seducción, el deseo de salir al encuentro con el otro aún cuando todo parece haber sido perdido, es decir, a los encuentros y desencuentros propios de la vida de una pareja, también hace referencia el Talmud.
George Bataille, sostiene que lo más grave que viene sucediendo con las parejas es que, consideran al hábito en el matrimonio como lo que apaga la intensidad de la pasión y, que al erotismo repetido se le atribuye la ausencia de placer. Sin embargo, coincido con él en que sin una secreta comprensión de los cuerpos, que sólo a la larga se establece, la unión es pasajera y muy superficial. Justamente, por lo dicho anteriormente, quiero concluir con esta frase de George Bataille:
“El hábito tiene el poder de profundizar lo que la impaciencia no reconoce”


Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora


Número 587
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