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Trabajar, ¿una maldición o una bendición?
Por Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Trabajar, ¿una maldición o una bendición?
“Con el sudor de tu rostro comerás pan hasta tu retorno a la tierra; pues de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y al polvo volverás.”
“Genesís 3 Vs 19”
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Si tomamos distancia de todo lo que se ha malentendido este versículo, podemos inferir que no se trata de una maldición sino, más bien, lo contrario: una bendición. A muchos alegra alcanzar, no sin esfuerzo, el fruto del propio trabajo y, si para lograrlo, hay que transpirar en el empeño, la alegría por el logro alcanzado, es mayor.
La maldición que pesó sobre Eva, también fue un malentendido a causa de un equívoco en la traducción pues, según el exegeta bíblico Rashi (1040-1105), el parirás con dolor, en verdad, es parirás con pena, la pena de la separación. El versículo alude al necesario alejamiento de los hijos, pues crecer es independizarse y también, a la pérdida del Paraíso y de la pérdida del bienestar otorgado por D’os para hacer un camino propio.
Por otra parte Eva, al haber malentendido el mandamiento divino, mandamiento que no le fue dado directamente a ella pues las palabras le fueron dichas a Adán, guiada por su curiosidad, fue la primera que abrió el camino al conocimiento, es decir, la mujer fue la iniciadora del discurso inaugural de la ciencia.
Retomando el tema que nos propusimos abordar, la importancia del trabajo, en la etimología de la palabra trabajar, encontramos “sufrir”, “esforzarse”, “procurar por” y, más tarde, “laborar” ,“obrar”, al no hacer referencia al goce, al gusto por trabajar, no lo excluye. Es más, una cierta dosis de sufrimiento, tampoco excluye la alegría por el logro obtenido y no hablo de masoquismo sino de que el “trabajo”, cualquiera sea, no es sin esfuerzo.
El pensamiento judío, específicamente la religión judía, fue el primero en imponer un tiempo de descanso: el sábado, Shabat, pues en seis días fue creado el universo y en el séptimo día, D’os descansó. En cumplimiento por lo acontecido en la creación, el sábado iba a ser respetado por todo el pueblo, incluso la servidumbre.
Desde entonces, celebrar el Sábado, festejarlo, era una alegría y una bendición. También lo era y lo es, trabajar. “El hombre muere cuando deja de trabajar”, leemos en el Talmud, obra máxima de la jurisprudencia hebrea.
Así como el padre, debe enseñarle la Ley a su hijo, también, es importante que lo ayude a tener un oficio. Puede ser decoroso y sencillo pero es preferible dejarle al Señor la posibilidad de enriquecerlo porque en todos los oficios hay pobreza y riqueza, sólo depende del mérito y de las circunstancias de cada uno. Elegir la vida, es elegir un oficio, dicen los estudiosos de la Ley.
Dijo Sigmund Freud, adicto al trabajo como pocos, que una vez que el primer hombre descubrió la posibilidad de mejorar su destino en la tierra, estuvo en sus manos, mediante el trabajo, que otro lo acompañara en esa tarea. “El otro hombre adquirió para él, el valor de un compañero de trabajo con quien le iba a resultar útil convivir". En otro orden de cosas, Freud dijo: “He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil.”

No anhelamos que las cosas sean fáciles de alcanzar, sino que, aunque sean difíciles, el placer está en poder disfrutar del proceso necesario para lograrlas. Para alcanzar la meta propuesta hay un arduo camino para recorrer. Al finalizarlo el placer es aún mayor.

DE SUBSIDIOS Y SUICIDIOS

Tiempo atrás, cuando se establecieron los subsidios por desempleo, una empleada me dijo que a ella no le interesaban los suicidios (subsidios), porque prefería tener un trabajo que le proveyera del dinero necesario para vivir, darle comida y educación a sus hijos en libertad. “¿La libertad de elegir?” Pregunté. “Sí”, respondió con contundencia.

Cuando intenté corregir el error: suicidios por subsidios, me di cuenta de que esa equivocación revelaba una gran verdad: la gente que se resigna a vivir con un subsidio, se suicida. Drogarse, sobre todo con el paco, al no alcanzarle el subsidio para vivir con integridad, es una de las formas más efectivas para suicidarse.

El subsidio no deja de ser importante en situaciones extremas, sin embargo, las autoridades deberían favorecer el acceso de la población a fuentes genuinas de trabajo para evitar el desamparo y sometimiento del trabajador.

Tengo entre mis manos una poesía de Jesús López Pacheco (1930-1997), novelista, dramaturgo, poeta y ensayista español, perteneciente a la llamada generación del 50.

“Canción de los que viven por sus manos”

“No pido lo de nadie / Sólo pido mi pan / y mi aire. / Sólo pido la flor / Y el fruto de lo que mis manos hacen”.


Cada maestro, cada obrero, cada artista, cada oficinista como cada médico, abogado, arquitecto o ingeniero, es decir, cada trabajador contribuye a sostener toda la estructura de nuestra civilización. No son simplemente los engranajes sino la máquina en sí. Por eso la importancia de que cada cual pueda acceder a un trabajo y no a un subsidio que lo lleva a depender de la dádiva del poder de turno.

Consecuencias del desempleo
Las consecuencias generadas por el hecho de estar desempleado son múltiples: depresión, estrés, ansiedad, hipertensión, diabetes, letargo hasta generar situaciones de violencia e incitar al consumo abusivo del alcohol.
El hecho de no tener trabajo, y tener sólo changas, conduce a que no se pueda pensar en otra cosa que en la falta de dinero, en lo imperioso de buscar una salida y en la necesidad de tener que cumplir con las obligaciones: pagar la renta, los estudios de sus hijos y acceder a las necesidades básicas tales como la salud y la alimentación.
Como dije anteriormente, esto genera desesperación, angustia y ansiedad, muchas veces canalizada en un mayor consumo de sustancias o bien la ingesta desmedida de alimentos para saciar la tristeza. En muchos casos, puede bloquear a la persona y sembrar la desesperanza. Además, la falta de trabajo, a nivel familiar genera discusiones y peleas que pueden llevar hasta el divorcio.
La alegría que cada trabajador siente por haber logrado realizar correctamente su tarea, es incomparable con cualquier dádiva que venga de arriba que, en última instancia, genera una sensación de inutilidad e impotencia como ser humano.

Quiero concluir con esta reflexión:
“El que no le enseña a su hijo un oficio, le enseña el de ladrón”. Talmud

Número 586
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