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Periódico Judío Independiente
Entre el dolor, la tristeza y el deseo de vivir
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Ponerle palabras al duelo es como intentar darle un sentido al sinsentido de un repentino e inhóspito agujero en el tiempo. Teniendo en cuenta lo dicho, decidí comenzar mi trabajo buscando en el diccionario la palabra duelo, a qué remite y con cuáles significantes se articula o entrelaza.
Duelo, etimológicamente, significa desafío, combate. Concretamente, del latín, duellum, es guerra. Sólo al final indica: ver dolor. Busco el significado de dolor, pero relacionado con la palabra dolor, aparece con todas las letras: duelo. Lo acepto pero ¿de qué guerra se trata? ¿Entre lo que uno fue y lo que es hoy o entre las células sanas y las que no lo son o dejaron de serlo?
Entonces, el término duelo se origina en dos raíces latinas: una es dolos, dolor, y la otra duellum, guerra, también desafío. Conocemos la frase "retar a duelo", ese desafío es el que va a posibilitar la recomposición significante, necesaria para disponer de la falta constitutiva que remite a que no somos perfectos, siempre algo falta. ¿Por qué es importante este razonamiento? Porque sólo a partir de aceptar esta carencia constitutiva del sujeto, va a ser posible inventarse o recrearse de nuevo pese un extremo malestar.
En Duelo y melancolía, encontramos el interrogante freudiano que se podría formular del siguiente modo: ¿Por qué a raíz de idénticas influencias, ligadas a la pérdida de un objeto de amor, en muchos sujetos se observa en lugar de duelo, melancolía? Freud responde que se trata de una disposición enfermiza, disposición que da cuenta de la falta de recursos para recurrir a la falta constitutiva del sujeto (nadie es completo), recorrerla, y re-enunciarla de nuevo para desplegarla.
Si el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada lo es también por una abstracción que haga sus veces, la patria, la libertad, un ideal. Como vimos, ese agujero en lo real que moviliza todo el orden simbólico, produce un cimbronazo en la estructura.
Es importante considerar lo que mueve en una persona haber perdido la ilusión de que nunca nada iba a afectar su integridad, su salud. Esa pérdida descubre que no sólo se pierde a la persona que creía ser, sino la posibilidad de confiar en la capacidad propia para sobreponerse a cualquier problema.
¿Qué quiero decir con esto? Simplemente que la enfermedad, cualquier enfermedad, es un atentado contra el narcisismo y esto que llamo atentado es el angostamiento del yo producido por la enfermedad, estrechamiento que aleja de la posibilidad, incluso, de lograr otros propósitos y otros intereses.
Similar al duelo por la pérdida de ser querido por el que ya no está, es el duelo por la pérdida de ser querido por uno mismo. Este duelo es como un agujero en lo real que moviliza todo el orden simbólico.

En la clínica, suelen presentarse situaciones desestructurantes tales como fenómenos psicosomáticos, anorexia, depresión, fenómenos que se producen cuando la persona afectada por esta herida en su narcisismo, rechaza o incluso se niega a moverse en pos de lograr una mejoría.
Si bien, es posible que sea muy grande la pérdida, vivir la enfermedad como la pérdida de un paraíso perdido, es una exageración. Sin embargo, no se lo puede vivir de otra manera, no es un capricho y no se lo puede pensar sin la pregunta que hace tanto obstáculo: ¿por qué a mí?
En realidad, sin llegar a la situación de la muerte, hay realidades que son vividas como si anunciaran su cercanía pese a que ningún destino remite al mejor de los mundos posibles, porque el paraíso terrenal, donde se satisfacen todos los deseos, donde la completud es tangible, es una ilusión.

Narcisismo primario
Según Sigmund Freud, el narcisismo primario es constitutivo del sujeto. Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, dice Freud, habremos de discernirla como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, supuestamente superado y que se manifiesta en la sobrestimación, la compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus defectos. Que el niño pueda tener mejor suerte que sus padres, es el deseo de los padres, aclara Freud, además de que no debería estar sometido a las necesidades objetivas que imperan en la vida: enfermedades, muerte, restricción de la voluntad propia, sobre todo porque él es el centro y el núcleo de la creación: His Majesty the Baby.
Para expresarlo de un modo más sencillo, el cachorrito humano es el más dependiente en la escala animal dado que necesita de otro que le provea, durante años, de todo lo necesario para vivir. A partir de esto, es necesario reforzar el narcisismo del pequeño para que pueda construir su autoestima de la mejor manera posible.
Por otra parte, si ahondamos en el conmovedor amor parental, podemos descubrir que, en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo propio de los padres.

El deseo de vivir
Si tomamos lo dicho por Sigmund Freud respecto de que el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada, en el caso de una enfermedad importante y no necesariamente terminal, a partir de no tenerse a sí mismo como pudo tenerse hasta ese momento, al perder esa certeza, el sujeto pierde interés por el mundo exterior además de distanciarse de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con lo que fue.
Como ustedes saben, el mito de Narciso, nos habla de ese joven, discapacitado para amar a alguien que no fuera él mismo, al descubrir su propia imagen en el agua, se enamora en el acto de sí y muere al intentar abrazar (se) a su propia imagen. Cautivado por la imagen que está viendo, cree que es un cuerpo lo que es en realidad agua. Y, esto es lo que puede suceder cuando no hay valores, o los afectos son como el agua.

Se habrán dado cuenta de que subrayo, esencialmente, el exceso de narcisismo, porque también es importante preservar una cierta cantidad de narcisismo para reforzar la autoestima ya sea en el orden de lo laboral, en el terreno intelectual, en la vida amorosa y en los lazos familiares.
Quiero destacar que, siendo el lenguaje el espejo en el que nos miramos y nos reconocemos, la vía del humor es la mejor manera para tomar distancia de lo que nos aqueja. Por ejemplo, siempre recuerdo lo que me dijo mi bisabuela, musa inspiradora de mi cuento “Verdades mentirosas”, cuando yo me quejaba por haberme roto una pierna: “Agradécele a D’’os que tenés dos”.
Para concluir, los acerco a la entrevista que George Sylvester Viereck le hizo a Sigmund Freud en 1926, en la casa que él tenía en los Alpes austriacos.
“Setenta Años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad”, dijo el profesor Freud, que tenía un ligero impedimento en el habla a causa de un tumor maligno en el maxilar superior por el que tuvo que ser operado.
Más adelante en la entrevista, Freud dijo: “Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Prefiero la existencia a la extinción”. Y, agregó: “La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo suficiente para comer. Aprecié muchas cosas - en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?”
Quiero concluir con esta reflexión: más allá del sufrimiento, del dolor, la vida misma es un siempre volver a empezar.



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