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Periódico Judío Independiente
Abuelos: Por los caminos de la vida
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
“Los imagino llegando, / cobijados por sus sueños, / arropados por palabras / de amor, / Veo los barcos / agitados por la música / de sus voces. / Los escucho tejiendo / miedos e ilusiones. / Errante, siempre, / me sumo a ellos.”
(Los Bordes del Tiempo. Susana Grimberg.)

Nieta de inmigrantes, decidí empezar esta nota con una poesía de mi autoría, dedicada a mis abuelos y, por qué no, a todos los abuelos que vinieron a nuestra tierra y a otras, huyendo del hambre y de las persecuciones.
He tenido la bendición de recibir las enseñanzas de mis abuelos para luchar por una vida mejor.
He tenido muy cerca de mí a mi Bobe Aída, con eterna alma de poeta, pese a la miseria, el hambre y la necesidad de aprender un nuevo idioma, pero, por sobre todo, agradecida de respirar un nuevo aire, un aire en el que el futuro iba a tener un lugar privilegiado. Y, cuando se privilegia el futuro, los frutos, también. Las letras son las mismas y en esas letras caben los sueños y toda la esperanza. Mis otros abuelos no eran poetas, pero sí músicos e hicieron que la música fuese para mí y mis hijos, un alimento primordial. Hablo en primera persona, pero esto no hubiera sido posible sin que nuestras historias, la mía y la de mi marido, confluyeran a través de nuestros hijos.
Hace unos días, vino a mi consultorio, una señora con una noticia que, según sus palabras, la había quebrado: iba a ser abuela. Me quedé en silencio porque no lograba entender el porqué de tanta angustia. Por supuesto, habló de su historia y de cuánto esta palabra la acercaba a una muerte segura.
No es novedad, le dije, que todos vamos a envejecer, morir y lo que, sabemos, arrastra esa palabra, pero no todos, tenemos la posibilidad de festejar el hecho de poder ser abuelos. Me parece que no me entiende, dijo perturbada. ¿No entiende que, de golpe, me volví vieja?, dijo, subiendo el tono de voz. Es horrible. ¡Hasta la misma palabra: “abuela”, es horrible! ¿No se da cuenta? Bajando el tono, le respondí que quizás ella no sabe de la alegría que se siente al ser abuela, alegría que ella se estaba privando de disfrutar.
En cuanto concluyó la sesión, busqué, en el diccionario la palabra “abuelo”: viejo, anciano, antiguo, venerable. Pensé que el castellano no ofrecía la mejor opción porque ligaba la palabra abuelo al tiempo cronológico y no contemplaba que alguien podía ser abuelo, siendo joven aún. En inglés, se dice grand mother o grand father y, en francés, grand mère o grand pére, idiomas en los que el superlativo está señalado de entrada, la función de ser los padres de los nuevos padres.
Es notable cómo la gente se equivoca al llamar abuelo a un anciano. Cuando alguien dice: venga, abuelo, que lo ayudo a cruzar la calle, puede no sólo no ser abuelo sino, ni siquiera haber tenido hijos.
Mis abuelos
La abuela Aída siempre me recordaba a la ópera Aída, no por quien la interpretara sino por la propia fuerza y grandeza que la llevaba a superar la fuerza de las notas imaginadas por Verdi.
Poco contaba ella de su primera infancia. Su hija, mi madre, era la que más contaba sobre el matrimonio, concertado por los padres de los futuros cónyuges. También, de la rebeldía del hombre quien exigió verla aunque sea a través de una ventana, para poder dar el sí. Y así fue, él la miró desde lejos para poder dar su consentimiento y tenerla cerca.
Se casaron, tuvieron dos hijos: la abuela Aída y el tío Moisés, que no fue el sacado de las aguas sino el que más se moría de hambre en la Europa fría y sin pan. La Europa inhóspita, empujó al bisabuelo hacia la Argentina, lugar donde no iba a hacerse la América pero sí sabía que los pequeños iban a poder comer. Partió primero, para poder echar las bases de un futuro mejor. Lo siguieron, años después.
Como esta historia, hay muchas, pero lo cierto es que, si bien, unos son muy estrictos, otros muy consentidores, algunos son viejos y otros más jóvenes, todos, abuelos y abuelas, son fundamentales en el crecimiento emocional e intelectual de los hijos. No son sustitutos de los padres porque nadie lo es, pero son los que más se acercan al amor por los hijos. La protección, el cariño que demuestran y el amor incondicional de los abuelos, es incomparable. La transmisión de sus vivencias y conocimientos les dan a las generaciones más jóvenes un sentido de identidad.
Para un niño pequeño y, también para el adolescente, sus abuelos constituyen la base de su historia personal.
Cada sujeto tiene la curiosidad de conocer sus raíces, su historia, de dónde viene, y los abuelos representan ese pasado que forma parte de su vida. Por otra parte, no hay como los abuelos para ayudar a cuidar a los hijos. Los abuelos son magníficos compañeros de juego. Los niños a través del juego, aprenden a relacionarse, a convivir, a pensar, a compartir y, todo esto, también gracias a los abuelos.
Los niños encuentran en los abuelos los compañeros ideales por el tiempo que pueden dedicarle, la paciencia y sabiduría para enseñar.

Paternidad con experiencia
Los abuelos aventajan a los padres por su sabiduría, por eso hay que saber aprovecharla. También, son los mejores confidentes y consejeros. Los niños ven en ellos las personas con las que pueden hablar de esos temas que, según los niños, los padres no entenderían. Gracias a los años que han vivido y a la experiencia con sus propios hijos, saben explicarles distintos temas de forma sencilla y entretenida. Con los adolescentes, pueden conversar sobre temas que con sus padres no se animarían a tratar.
Por otra parte, hay que destacar, que son excelentes intermediarios entre padre e hijo en caso de conflictos. No sólo se benefician los nietos en la relación con sus abuelos, por lo que significan para la continuidad de la familia, sino los propios abuelos, porque les trae la posibilidad de revivir la época cuando ellos eran padres, obviamente sin el trabajo que conllevan, lo que permite que sea más fácil disfrutarlos.
Los abuelos fomentan el sentido de identidad que toda persona en su infancia necesita para sentirse seguro en la vida. Esta identidad se refiere a saber quién soy,a quién me parezco y el lugar que ocupo en mi familia. Pero sobre todo, nos dan un sentido de pertenencia, pues saber que uno es parte de algo, ayuda a hacer sentir qué tan importante se es para los demás.
El hecho de que los abuelos crean en sus nietos, les da a ellos un sentido de seguridad que los va a ayudar a desempeñarse mejor en el mundo.
Quiero ir concluyendo con esta reflexión del Talmud:

“No encontré el mundo desierto cuando vine a él: mis padres plantaron para mí antes de que yo naciera. Yo plantaré para los que vengan detrás de mí”.


Número 569
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