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Periódico Judío Independiente
Los devaneos sin sentido de la política exterior norteamericana
Obama en el País de las Maravillas

Por Alejandro Wenger, especial para Comunidades
En los últimos años, las publicaciones especializadas (tales como la prestigiosa "Foreign Affairs") se han explayado sin descanso acerca de la "decadencia" de los EE.UU. como potencia hegemónica mundial.
Incontables ensayos, artículos y notas de reconocidos politólogos, historiadores e intelectuales han sido escritos acerca de este tema. Ciertos ex funcionarios de la administración norteamericana han coincidido en ello. Por ejemplo, Robert Gates, que fue Secretario de Defensa de George Bush y de Barack Obama, en su primera presidencia, renunció a su cargo tras reconocer que, habiendo siendo servidor público de los EE.UU. durante gran parte de su vida, en la cual su país había sido potencia global, no soportaba la carga moral de ser el Secretario de Defensa de un EE.UU. que iba en camino a dejar de serlo
Obama parece haberse creído el cuento. Todas las acciones de su política exterior parecen responder a la de una nación en retirada, renunciando incluso a los principios que han guiado a su país a lo largo de su historia.
¿Realmente la administración actúa en beneficio de los intereses nacionales? En su segundo mandato, nadie sabe con qué criterio se toman las decisiones en la Casa Blanca, o si acaso existe criterio alguno.

El discípulo de Jimmy Carter.
Obama ha reconocido abiertamente su admiración y respeto por el ex presidente Jimmy Carter y su gestión de gobierno. Mal presagio: la presidencia de Carter (1977-1981) fue de las peores que tuvo el país en el Siglo XX. Gran parte de los problemas que hoy afronta el mundo occidental - y los EE.UU. en particular- tienen su origen en los errores cometidos por Jimmy Carter en sus años al frente de la Casa Blanca. Desde la desafiante expansión china hasta el surgimiento del integrismo islámico, pasando por el declive de la influencia en América Latina, tienen sus raíces en la débil, titubeante y negligente Administración Carter.
Obama sigue el ejemplo de su mentor. Así como Carter arrojó a los lobos al Shah de Irán -dando por resultado el surgimiento de la primera Revolución Islámica, en 1979-, Obama hizo lo propio con su fiel aliado, Mubarak, en el Egipto de 2011. De no haber sido por la rápida respuesta de los príncipes sauditas, Egipto se habría convertido en poco tiempo en un gigantesco bastión de Al Qaeda. En respuesta, un fastidiado gobierno egipcio decidió reabrir su nexos con Moscú (e inclusive sus puertos a la marina de guerra rusa), echando por el retrete más de cuatro décadas de paciente diplomacia norteamericana iniciadas en los lejanos días de Kissinger. Del mismo modo, Obama ha logrado deteriorar las relaciones con la mayoría de los aliados europeos -algo por lo que criticó a su predecesor Geroge Bush hasta el hartazgo-.
Las cosas no van mejor en Asia: en un intento de por contrarrestar la influencia china en la Cuenca del Pacífico (y por alejarse de la imagen militarista de Bush), Washington intentó, a partir de 2011, crear una zona de libre comercio con una docena de países asiáticos. Pero la iniciativa terminó durmiendo en los cajones del Congreso... bloqueada por los propios legisladores demócratas. Tampoco pudo la Casa Blanca hacer nada para recomponer la alicaída imagen norteamericana en Japón, Taiwán y Corea del Sur, amenazados por las continuas provocaciones militares tanto por parte de China como de su aliado encubierto: Corea del Norte.
¿Y qué hay de nuevo en Medio Oriente?. No hay nada nuevo, sino más de lo viejo. Incomprensiblemente, el Secretario de Estado, John Kerry se embarcó en una iniciativa mediadora entre israelíes y palestinos, en un momento en que nadie se lo pedía. La iniciativa apelaba a la vieja fórmula de las concesiones israelíes a cambio de nada, que viene fracasando de manera reiterada y sostenida en los últimos 20 años. Sólo que esta vez no despertó entusiasmo en nadie sino más bien bostezos. Tampoco nadie, en el Departamento de Estado, reparó en el hecho de que el Medio Oriente había cambiado desde los Acuerdos de Oslo de 1993. ¿Acaso el gobierno norteamericano vive en el limbo? El establishment de Washington en relaciones exteriores parece tener la respuesta.

Nadie con quien hablar.
En general, los gobiernos mantienen entre sí varios canales de diálogo, más allá de los formales. Durante del primer gobierno de Obama , Israel mantenía canales de diálogo paralelos con el Secretario de Defensa, Robert Gates, con la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, con el Director de la CIA (Leon Panetta primero y David Petraeus después), y con el veterano diplomático Dennis Ross. Sin duda que debe haber más, pero permanecen en el anonimato.
De cualquier manera, ninguno de ellos permanecen en el gobierno, o bien son ignorados por la administración actual. El actual Secretario de Estado era un hombre sin experiencia alguna en relaciones exteriores cuando asumió el cargo en enero de 2013. El Secretario de Defensa, Chuck Hagel, fue cuestionado en el Congreso por varios motivos (uno de ellos, su animosidad hacia Israel). Por su parte, John Brennan, jefe de la CIA, es un hombre proveniente del riñón de la Agencia ; también fue cuestionado (se dijo, entre otras cosas, que se había convertido secretamente al Islam) aunque su pliego fue finalmente aceptado por el Congreso.
La embajadora de la ONU, Samantha Powers, es una reconocida militante antiisraelí (aunque a veces lo niega); ella, junto a la Consejera Nacional de Seguridad, Susan Rice -quien suele tener posiciones más moderadas- han modificado la manera de percibir la realidad en los despachos de la administración de Obama. Su larga disputa con el experimentado negociador Richard Holbrooke han llevado a que tanto este último, así como Dennis Ross y Martin Indyk (ex embajador norteamericano en Israel) queden virtualmente fuera del círculo decisorio del presidente Obama.
Israel no puede esperar grandes cosas de un Obama ávido por desmantelar el aparato militar y de seguridad, so pretexto de "ahorros presupuestarios"; Obama jamás va a ordenar un ataque militar contra Irán (a menos que ocurra un imprevisto gravísimo), y también se va a esforzar para que Israel tampoco ataque, por el sólo hecho de evitar una represalia iraní contra algún interés norteamericano en el Golfo Pérsico u otro sitio (de hecho, se dice que Israel estuvo a punto de hacerlo en el verano boreal de 2012, y que Obama en persona ejerció una enorme presión para frenar a Netanyahu).

Hartos de Obama.
Una tormenta diplomática se generó entre Israel y los EE.UU. luego que el general Moshé Yaalón, Ministro de Defensa, dijera, a fines de marzo, que "América exhibe debilidad" frente al mundo. No era la primera vez que el ministro se expresaba con dureza acerca del gobierno norteamericano (ya lo había hecho meses atrás con el Secretario de Estado Kerry). Yaalon, hombre de pocas palabras (y pocas pulgas), probablemente dijo en público lo que otros sólo dicen en privado. Esto se infiere del simple hecho de que Yaalón permanece en el gabinete, sin mayores cuestionamientos. La tibia disculpa ofrecida por el ministro, frente al enorme alboroto causado en Washington, no hace más que ratificar la noción.
Las expresiones de Yaalon han tenido su correlato en el mundo árabe. En Arabia Saudita, así como en Egipto, los comentarios acerca de Obama y su gobierno suelen más ásperos que en Israel, aunque trascienden menos. Básicamente, Obama tiene hartos a todos. En Egipto, el error de apoyar a los hermanos musulmanes en contra del fiel aliado Mubarak tiene proporciones épicas, en tanto que la renuencia a confrontar con Irán por su programa nuclear, sólo ha despertado impaciencia y malestar entre los jeques sauditas.
Tampoco el gobierno de Washington ha cosechado grandes amistades en Londres -donde las diferencias con el conservador David Cameron son notorias- ni en Berlín, salpicada la relación con la canciller Angela Merkel por los escándalos de espionaje.

Conclusión.
Obama ganó las elecciones de su segundo mandato por una modesta diferencia de votos. No ha sido demasiado brillante: no sólo por su política exterior, sino también por sus modestos progresos en la lucha por el desempleo y otras cuestiones. Puede decirse que la segunda presidencia de Obama es la presidencia de la izquierda radicalizada a la que perteneció en su juventud; este segmento político lo continúa apoyando sin cuestionamientos, lo cual sólo ha contribuido a polarizar a la opinión pública.
Obama abandonará su cargo indefectiblemente en enero de 2017. La más probable candidata presidencial por el Partido Demócrata es Hillary Clinton, ex Secretaria de Estado y esposa del elogiado ex presidente Bill Clinton. De hecho, según una encuesta de finales del 2013, Hillary Clinton hubiera sido electa presidente si las elecciones se hubieran celebrado en ese momento, superando a todos los posibles candidatos republicanos.
Sin embargo, deberá sortear algunos desafíos difíciles, empezando por las elecciones de medio término del próximo mes de noviembre, que podría dejar las dos cámaras del Congreso en manos opositoras. No sabemos con qué nivel de aprobación dejará Obama la presidencia, pero en febrero de 2014 había caído repentinamente a menos del 40%. Eran niveles parecidos a los que tenía Jimmy Carter hacia fines de 1979 (Carter perdió la reelección en 1980).
En 1979, la Revolución Islámica de Irán y el posterior secuestro de los funcionarios de la Embajada Norteamericana , así como la invasión soviética en Afganistán y los conflictos armados en Centroamérica, pusieron en evidencia las flaquezas de la Administración Carter hasta un punto intolerable para el pueblo norteamericano. Nada de esto era previsible apenas un año antes de que los hechos ocurrieran. Los sucesos de Crimea tampoco eran previsibles. ¿Qué pasaría si el ejército ruso decidiera invadir Ucrania? Si esto sucediera, no hay que esperar de Washington mucho más que medidas simbólicas y un alarde de impotencia. ¿El pueblo norteamericano podrá aceptar el ver a su país reducido a la irrelevancia...?


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