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El atroz engaño de Hassan Rohani
Por Por Julián Schvindlerman / Analista político internacional
Todo el pueblo iraní debería sentir que hay justicia. Justicia significa igualdad de oportunidades. Todas las etnias, todas las religiones, incluso las minorías religiosas, deben sentir la justicia. ¡Larga vida a los derechos civiles!­ –Hassan Rohani, 11 de abril de 2013.
He intentado defender el derecho legítimo que toda persona en este mundo debería tener, que es el derecho a vivir libremente con derechos civiles completos. Con todas estas miserias y tragedias, nunca he usado un arma para luchar contra crímenes atroces excepto la pluma –Hashem Shaabani, 11 de junio de 2013.
Si el presidente de la República Islámica de Irán y el joven poeta defensor de los derechos humanos árabe-iraní arriba citados coincidían en lo relativo a la protección de los derechos civiles universales, entonces ¿por qué el primero firmó una orden de ejecución contra el segundo?
Esta es una pregunta que deberían hacerse el Presidente Barack Obama, la Canciller Angela Merkel, la Alta Representante para los Asuntos Exteriores de la Unión Europea Chaterine Ashton y los demás involucrados en el diálogo con Irán. No plantearla es dar un pase libre a las terribles violaciones a los derechos humanos que acontecen sin pausa en la nación persa.
Hashem Shaabani era un poeta de treinta y dos años, tenía una maestría en ciencia política, enseñaba literatura árabe en escuelas iraníes, organizaba “festivales de la paz”, publicaba sus poemas online y era fundador del Instituto del Diálogo con la finalidad de promover la cultura árabe en su país natal. Para el régimen iraní él esparcía la corrupción en la Tierra y luchaba contra Dios. Acusado de esos cargos bizarros fue condenado a muerte y ahorcado en una prisión el mes pasado. “Comencé mi travesía elevando mi pluma contra la tiranía que esclaviza y encarcela mentes y pensamientos, colonizando las mentes del pueblo antes de colonizar sus tierras y destruyendo los pensamientos del pueblo antes de destruir su región” escribió desde su celda, poco antes de que el régimen ayatollah terminara aniquilando su propia vida. “Es importante que las centrifugadoras giren, pero las vidas de las personas debieran andar también” exclamó Rohani, apenas cuatro días antes de que se hiciese pública la carta de Shaabani. La cita parece no haberlo incluido.
La situación de los derechos humanos en Irán ha sido legendariamente paupérrima, especialmente en los últimos treinta y cinco años de etapa posrevolucionaria. Irán secunda solamente a China en la cantidad de ejecuciones anuales que lleva a cabo, aunque tiene la más alta tasa mundial en términos per cápita. En los rankings de Freedom House -prestigiosa ONG de derechos humanos que monitorea el estatus de los mismos globalmente- Irán sistemáticamente califica en las peores posiciones: en el reporte sobre la calidad de libertad en los países del mundo, Irán está en el nivel 6 en una escala de 1-7, donde 7 es lo más deplorable; sobre 197 países escrutados en materia de libertad de prensa, Irán ocupa el puesto 191; y en lo referido a censura en la internet, Irán es evaluado como el más represor en una constelación de sesenta países que incluye a Cuba, Siria y Sudán. La catástrofe humanitaria en la Tierra de los Ayatollahs abarca la persecución a disidentes políticos, periodistas independientes, artistas y miembros de las minorías religiosas, étnicas y sexuales.
Poco ha mejorado, si algo, desde que Hassan Rohani fue electo y asumió el poder el año pasado.
En los últimos seis meses que él lleva gobernando, alrededor de trescientos iraníes fueron ejecutados, lo cual al ritmo actual preservará la cantidad de ajusticiamientos anuales del año anterior, que superó los seiscientos. En su campaña electoral, Rohani prometió liberar a todos los prisioneros políticos del país y al mes de asumir funciones puso en libertad a quince conocidos activistas encarcelados; pero cerca de ochocientos todavía permanecen tras las rejas. En campaña, Rohani prometió mejorar el estatus de la mujer y de las minorías étnicas y religiosas, sin embargo su gabinete excluyó a las mujeres en tanto que los Bahais, los sufistas y los cristianos siguen siendo acosados por el régimen. El flamante presidente ha efectivamente nombrado a figuras nominalmente moderadas a puestos ministeriales, pero al mismo tiempo ha elegido para el importante cargo de Ministro de Justicia a Mostafá Pourmohammadi, a quien Human Rights Watch apodó “Ministro de la Muerte” por su responsabilidad en ejecuciones masivas de prisioneros políticos en 1988 y en el asesinato de disidentes ideológicos, dentro y fuera del país, en los años noventa.
Con su sonrisa y sus palabras decorativas, Rohani se ha hecho una imagen de moderado en la corte de la opinión pública internacional. Con la vista puesta en las negociaciones nucleares, los líderes de la Unión Europea y los Estados Unidos -que conocen los hechos- deciden mirar para otro lado. Mientras que el destino de las tratativas diplomáticas seguirá siendo incierto, en materia de derechos humanos hay algo bastante claro: nada mejorará para los iraníes oprimidos si el mundo sigue callando.


Número 559
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