Comunidades


Periódico Judío Independiente
El miedo a amar
La resistencia al matrimonio

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
“Temer es no sembrar a causa de los pájaros” (Dicho chino)

Hace unos días, justamente en un casamiento, un amigo me preguntó acerca de la resistencia tanto de hombres como de mujeres, para contraer matrimonio. Me quedé pensando y le contesté que es extraño que, si bien las parejas, hoy en día, pueden elegir el modo de convivir, compartir cuestiones respecto del manejo del dinero, incluso lograr una mayor libertad sexual, el miedo al matrimonio se ha intensificado.
Un rato después, volvió a acercarse para preguntarme acerca de qué es lo que produce tanto sufrimiento si hay una mayor libertad, y le dije que algunas cosas se habían modificado y que, acompañando a las mismas, las fuentes de
sufrimiento también. Mientras íbamos hacia la mesa para sentarnos a cenar,
pensé en los malentendidos que el mismo lenguaje suele producir.
En realidad, pese a que los vínculos amorosos han mejorado la manera
de entenderse, que el divorcio facilita terminar con vínculos enfermos, que ellugar de la mujer es de mayor reconocimiento y libertad, la pareja sigue siendo una fuente importante de sufrimiento en la existencia humana.
El sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Amor líquido, nos habla de la fragilidad de los vínculos humanos, a causa de que el consumo sin freno y
sin límites éticos, ha marcado el modo de amar de los seres humanos, de un modo tal que los miembros de la pareja pueden ser considerados, por ambos, casi al unísono, como descartables. Es que los vínculos duraderos despiertan el temor de una dependencia paralizante, al tiempo que, según Bauman, tampoco parecen rentables desde “la lógica comercial”, que, según mi parecer, poco tienen que ver con el amor. Lo que sucede es que al independizarse la sexualidad cada vez más del amor, el mismo puede asemejarse a una transacción circunstancial y los vínculos amorosos quedan expuestos a disolverse con gran facilidad.

Debemos tener en cuenta que el enamoramiento, siempre presente en la vida de hombres y mujeres, lo va a ser en la medida en que se encuentran en otro, rasgos particulares que recuerdan a las experiencias de amor de la vida infantil (Freud). Esta característica del enamoramiento posiblemente constituya
una de las razones de la presencia de la pareja con proyectos duraderos en las
diferentes culturas. La necesidad de reencontrar y estabilizar en la adultez algo de la potencia amorosa de la vida infantil tiene relación con el deseo de formar una familia, como señala E. Roudinesco, tendencia que no solo no se extingue sino que se redobla en nuestros días.
En mi nota “Las vueltas del amor” Comunidades Nº 517 (19/02/2012), elegí
como acápite la siguiente poesía de Antoine Tudol: Entre el hombre y la mujer,
está el amor./ Entre el hombre y el amor, hay un mundo. / Entre el hombre y el
mundo, hay un muro.
Estos versos además de dar cuenta del malentendido que se produce
por el hecho mismo de hablar, muestran que la incomunicación es inherente al orden de lo humano. ¿Por qué? Por que entre dos, dos personas o una persona y el mundo, hay un muro y ese muro es el lenguaje.
Como ustedes saben, la palabra es no-toda, quiero decir que ninguna
palabra encierra una verdad o un significado absoluto sino que el sentido surge
al poner a cada palabra en relación con otra. Entonces, si el lenguaje arma
el muro, la comunicación es difícil de lograr desde el momento en que cada
palabra puede tener diversos sentidos y depende de la interpretación que cada
uno haga de la misma. La torre de Babel es una metáfora de la comunicación
entre personas que hablan, se mal entienden y desentienden en el mismo idioma.
Decir “aún ahora” no es lo mismo que decir “a una hora” y, “todavía”, no es
igual a “toda vía” aunque tengan las mismas letras. Frases y oraciones pueden
ser semejantes pero estar sujetas a una diferente interpretación.
En el Talmud, desde el momento en que para el pensamiento judío no hay
verdades absolutas, podemos descubrir cómo los mismos exégetas bíblicos
no se ponen de acuerdo en diversos puntos que hacen a la vida misma. Esta
cuestión, se torna más evidente en lo que hace a la vida de una pareja.

El amor en los tiempos en los que la velocidad es un ideal

El amor en los tiempos del consumo, de la rapidez, de la superficialidad
en las relaciones amorosas, alejan a los integrantes de una pareja de un
compromiso afectivo real. Las parejas que se disuelven al poco tiempo de
convivencia, lo hacen porque sienten que la “costumbre” había sido el peor
atentado contra el enamoramiento, la pasión y el deseo. Por otra parte, llama la atención la dificultad de los miembros de las parejas para compartir, inmersos en el afán de competir que se observa en las relaciones humanas en general.
Una vía para empezar a entender la cuestión, es poder pensar cuánto influye el ideal del amor que tiene cada uno de los miembros de la pareja desde antes de conocerse, qué lugar les daban a la historia de los propios padres, también a la de sus abuelos, e incluso a personajes del cine o tomados de los libros.

Por otra parte, a mí parecer, habría que poder hacer propias las palabras de Julia Kristeva: “el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas; es literatura”.
En mi nota sobre “Familias ensambladas”, Comunidades Nº 498 (30/03/2011), sostuve que el matrimonio por amor es un logro de la libertad. En “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud señaló que el ser humano “toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado”. El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.
”Seamos agradecidos de nuestros padres, porque si ellos no se hubieran tentado, nosotros no estaríamos aquí” (Talmud).

Para el judaísmo, como para casi todas las religiones, la pareja y, su
consecuencia, la familia, son el núcleo básico para garantizar la identidad
de un sujeto y para transmitir sus valores. Pero hay otra cuestión propia del
pensamiento judío y es la de darle su lugar a la posibilidad de que el amor
se termine y, por eso el divorcio. El amor, la seducción, el deseo de salir al
encuentro del otro aún cuando todo parece haber sido perdido, es decir, a los
encuentros y desencuentros propios de la vida de una pareja, también hace
referencia el Talmud.

George Bataille, sostiene que lo más grave que viene sucediendo con las
parejas es que, consideran al hábito en el matrimonio como lo que apaga la
intensidad de la pasión y, que al erotismo repetido se le atribuía la ausencia
de placer. Sin embargo, considero que sin una secreta comprensión de los cuerpos, que sólo a la larga se establece, la unión es pasajera y muy superficial. “El hábito tiene el poder de profundizar lo que la impaciencia no
reconoce” (Bataille)

Cuando Zigmund Bauman insiste en que en la “sociedad líquida” el viento se lleva las palabras, yo considero que “palabra y piedra lanzadas no retroceden”. El descuido por el otro al proferirlas, puede dañar profundamente a los miembros de la pareja. Por eso, la elección de la palabra “boludo”, por parte del poeta Juan Gelman, a raíz de una pregunta formulada por el diario “El país” (España), como la que mejor representa a los argentinos, es para mí un desacierto. Un “te quiero, boluda” o “gracias por el regalo, boludo” no sólo puede fastidiar sino desarticular cualquier pareja. Viene al caso el siguiente dicho idish: “Los humanos aprenden a hablar muy temprano y aprenden a
callarse demasiado tarde”.

De todas maneras, es necesario poder ponerle palabras a los sentimientos
amorosos, salir del encierro que conlleva la mudez porque decir es decir a
tiempo y los destiempos desalientan los buenos encuentros. Por otra parte, si
el lenguaje es el espejo en el que nos miramos, las palabras de reconocimiento
producen una satisfacción que va más allá de cualquier regalo, porque es por
la vía de la palabra y no la de los objetos que es posible, para la pareja, un
encuentro mejor. Por eso, es esencial dar lugar a la palabra de un modo tal
que sea posible confiar uno en el otro, ahuyentar temores y, recrear en cada
instante, un campo amoroso que posibilite proyectarse en el futuro.

Quiero concluir con este pensamiento del Talmud:

“El que honra a su esposa como a sí mismo y la honra más que a sí mismo, enseña a sus hijos caminos de perfección” Talmud

Número 558
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