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Periódico Judío Independiente
Padres violentos con sus propios hijos.
De tal palo, tal astilla
"...nadie es propiamente hijo de quién lo engendró, cosa muy fácil y sin mérito alguno, sino lo es de quién lo crió, lo formó y lo educó, poniéndolo en el lugar que le corresponde". Miguel de Unamuno

El refrán “de tal palo, tal astilla”, hace referencia a la identificación del hijo con ciertos gestos, con el modo de caminar o el tono de voz de alguno de sus padres. También, con rasgos de la personalidad tanto del padre como de la madre.
En otro orden de cuestiones, como la que nos preocupa hoy, el adulto que fue objeto de maltrato por parte de sus padres o por alguno de ellos, se identifica con el agresor y repite con sus propios hijos lo que desde su infancia, fue marcándolo.
Los sujetos que sufrieron actos de violencia, por parte de los padres, suelen armar, en el sentido de narrar, una historia específica en pos de justificar a los mismos perpetradores. El trabajo psicoanalítico intenta, entre otras cuestiones, corregir esa narrativa que exime de culpa a quienes lo malhirieron.
Así como el niño, se identifica sexualmente conforme al ideal sexual de su propio sexo: al padre, si es varón y a la madre, si se trata de una niña, del mismo modo se identificará con el más fuerte que, generalmente, resulta ser el agresor. Por otra parte, conforme va creciendo, reflejará en los demás todo aquello que ha vivido y, el haber sido un niño maltratado, puede conducirlo a ser un adulto maltratador. Un niño expuesto a castigos severos, va a potenciar que, cuando madure, repita con sus hijos lo sufrido por causa de sus padres.
Es cierto que, muchas veces, hay niños que desafían con brutalidad a sus propios padres, inspirados en escenas de violencia entre padres e hijos vistas en alguna de las series de la televisión. También, por haber sido testigos de actos violentos en casas de amigos y compañeros de escuela. Sin embargo, los padres deben abstenerse de responder con violencia a esa violencia. “Si le pegas a un niño, que sea sólo con el cordón de un zapato” leemos en el Talmud.
De todos modos, siempre hay excepciones. Algunos sujetos que fueron hostigados en la infancia, luchan por no repetir su historia con los hijos propios y, de ninguna manera quieren que sus hijos pasen por todo lo que ellos han padecido.
Los padres que gritan, insultan o golpean al hijo, suelen estimulan una actitud violenta y desafiante por parte del mismo. Al descalificarlo constantemente (sos un tonto, un inútil, nunca vas a lograr nada en su vida), lo empujan a desquitarse y a repetir con su propio hijo, el modo que lo va a incapacitar para poder vivir. Encima, con el corolario moral de “¡Lo estoy haciendo por tu propio bien!”
“Las palabras son como una medicina: mídelas con cuidado. Una dosis excesiva puede hacer mucho daño” (dicho Idish).
La película “La cinta blanca”, nominada al Oscar como mejor película extranjera, muestra los inexplicables acontecimientos que perturbaron la tranquila vida de un pueblo protestante en el norte de Alemania en 1913, justo antes de la Primera Guerra Mundial. Un cable que le provoca una terrible caída al médico del pueblo, un granero que se quema, alguien que aparece salvajemente torturado, nos lleva a los chicos que provocaron los accidentes, a lo que puede conducir al autoritarismo, la crueldad y el sadismo de un padre despótico con quienes se identificaron, en una historia que reflexiona sobre los orígenes del fascismo.
Quizás les parezca un tanto exagerada la comparación pero la realidad, si no se produce un cambio sustancial, está llegando a límites tan incomprensibles como los que esa película supo desarrollar.

¿Instinto maternal?
No voy a referirme al caso, por conocido, del pequeño asesinado por la madre con el propósito de vengarse del padre. Sólo quiero decir que, para esta mujer, que no es una madre, el niño nunca hubiera podido vivir independientemente de ella porque, para ella, era un objeto más con el que podía hacer de él lo que quisiera, es decir, manipularlo a su antojo.
El cachorrito humano, como dije en otras oportunidades, es el más indefenso de la escala animal. Los animales, apenas nacen, instintivamente encuentran la manera de proveerse el alimento. Mientras que, la necesidad en la cría humana es interpretada por el Otro, siendo la madre la que se ubica en un primer momento en ese lugar tan necesario para la supervivencia.
En el ser humano no podemos hablar de instinto porque el instinto supone un saber innato del cual el niño carece. Nace prematuramente, sin disponer de lo necesario para una supervivencia autónoma. Prematuro, indefenso, depende del sentido que el Otro le otorgue, por ejemplo, a su llanto. En el lugar de ese Otro con mayúsculas, de ese Otro Primordial, está la madre.
A causa de los casos de Hospitalismo, estudiados por el psiquiatra y psicoanalista Dr. René Spitz, publicados en 1946, en los que el bebé, separado de su madres, era víctima primero de la depresión anaclítica (pocas reacciones, llanto quejumbroso, constante, hasta que se va apagando y se vuelve una suerte de quejido) y luego del marasmo (desnutrición infantil grave) hasta que se producía la muerte del mismo, se dispuso que las enfermeras tuvieran que tener en sus brazos al bebé cada vez que le daban la mamadera. Gracias al calor humano y a la ternura de esas mujeres, muchos bebés pudieron sobrevivir.
Relacionado con lo que acabo de enunciar, podemos decir que no existe el instinto maternal. Lo que sí existe, es el deseo de tener un hijo pero no como alguien de su propiedad, sino como el que va a ser un sujeto, una persona independiente de ella.
Según Rashí, (1040-1105) ineludible exégeta bíblico, el versículo del génesis que habla del parirás con dolor adolece de un error en la traducción puesto que, la traducción correcta sería parirás con pena, la pena de la separación. Del mismo modo en que D’’os ve y aprueba que su obra se separe de él, los hijos se separarán de los padres, porque crecer es independizarse. Así como el artista, una vez que la obra sale a la luz, tampoco es dueño de su obra pues pasa a ser propiedad de los que la poseen y disfrutan, se trate de un libro, un cuadro o, una obra musical.

Elegirás la vida
Muchos pensaron que la maternidad era el logro máximo de la femineidad lo cual es un error, esencialmente porque no hay coincidencia entre la femineidad y la maternidad. Hay mujeres que alcanzan una femineidad plena y no tienen hijos, por los motivos que fueran, y hay madres que están muy lejos de realizarse como mujeres, pero que se sienten realizadas gracias a una muy lograda maternidad.
De todas maneras, pese al conocido mito de Medea, sigue sorprendiendo que haya madres capaces de asesinar al propio hijo así como otras que lo absorben de tal manera que no lo dejan crecer. En estos casos, podemos decir que para esa madre no hubo nunca, ni hay, un padre.
El mandamiento elegirás la vida, da cuenta de la puesta en juego de la Ley paterna. ¿Qué es un padre? Aquél que, en la historia de la cultura, cumple una función: la de posibilitar que el hijo sea un sujeto deseante, abierto al conocimiento, al gusto por el trabajo y, también, al amor, con todos los sabores y sin sabores, con el malestar y el bienestar con los que se va a encontrar durante toda la vida.
Para concluir, escogí esta historia que pertenece a la literatura oral de Túnez y que da cuenta, en este caso, de cómo un hijo puede enseñarle al padre cuál es el camino correcto.
Un ladrón entró a robar con su hijita, pidiéndole que avisara si alguien lo veía. Pero, cada vez que el hombre estaba a punto de robar algo, la niña gritaba:
_ ¡Papá, alguien te está mirando!
Hasta que el padre se hartó.
_ ¿Cómo puede ser, hija, si yo he mirado para todos lados y no he visto a nadie?
_ Papá: es que Alguien, te está mirando desde arriba.


Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora.


Número 521
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