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Periódico Judío Independiente
Los rabinos de malvinas
Un mosaico de hechos y opiniones son desarrollados en este ensayo, meramente anecdótico.
Es innegable que Argentina, como todo el resto de América Latina, es de raigambre y cultura católica, religión mayoritaria sostenida por el Estado. En este marco se desarrolló la comunidad judía en el país, con todo lo negativo que implicó e implica ser minoría, en medios donde no siempre se respeta el disenso y se tolera al distinto. Los prejuicios antisemitas acompañaron la evolución social argentina en forma declinante, a medida que el nivel cultural de la población general crecía y en la imaginería popular el nacimiento y consolidación del Estado de Israel generaba una distinta óptica valorativa. Hoy no hay ningún quehacer en el país, (salvo la actividad militar profesional que se comenta en la pág. 72 y siguientes del libro) donde los judíos no se manifiesten. Desde los inmigrantes judíos de fines del siglo XIX a nuestros tiempos, la evolución del judaísmo fue abismal, en todos los aspectos: religioso, lingüístico, cultural, político, artístico y social.
Ni Argentina, ni sus FFAA, ni la ciudadanía ni la comunidad judía estaban preparadas para la contienda. En forma irresponsable los altos mandos militares, que usurpaban el poder político, se lanzaron a una aventura alocada. La orquestación de “capellanes judíos” fue un tanteo más en el cúmulo de improvisaciones y que corroboran los dichos de los soldados al autor.
He tenido oportunidad de tratar con hombres de las fuerzas armadas argentinas en diversas circunstancias. Primero en el servicio militar, en 1955, año difícil cuando derrocaron a Perón. El sargento Kovalski, católico de origen polaco, trató de hacerme la vida imposible, aunque otros suboficiales y todos los oficiales me trataron con respeto. El dilema que se le planteaba a los hombres de armas de entonces era: si hay una guerra entre Argentina e Israel, ¿a favor de qué bando pelearíamos los judíos? Esta hipotética ambivalencia es un falso silogismo. Creo que los prejuicios antisemitas atávicos comentados en el capítulo 7 no deben generalizarse y están en retroceso.
Me causa vergüenza ajena que la DAIA haya consultado al Board of Deputies of British Jewish los términos de una declaración del máximo organismo político de la judería argentina en relación con la reivindicación de las Islas Malvinas, como se pone en boca de Edgardo Gorenberg en la página 117. Creo infantil que en aquella oportunidad se haya efectuado esa declaración referida elípticamente a Israel con aquello de que “todo país tiene derecho a disponer de su suelo”.
Me causa vergüenza ajena las descripciones de las páginas 285 en adelante acerca del humillante silencio al regreso de los derrotados. Vergüenza comunitaria, por la insensibilidad de los dirigentes frente a la tragedia sufrida por jóvenes judíos que hacen con mayúscula la continuidad gregaria. Vergüenza como argentino porque el país ignoró y no homenajeó a quienes dieron todo y nada recibieron a su regreso. En épocas de la democracia restaurada, cuando mi hermano Bebe Kamin filmó “Los Chicos de la Guerra” de Daniel Kon, que se menciona en la pág. 18 del libro, y en la que estuve involucrado, pese a las recomendaciones de los organismos civiles, no se pudo lograr ninguna colaboración de las fuerzas armadas, como si hubiese sido perturbador asumir los hechos. Por casualidad se pudo filmar un avión militar en los cielos del país, para poder incorporar esa toma en la película.
En diversas oportunidades he estado en las oficinas de compras que la FAA tenía en Tel Aviv, no lejos de Kikar Dizengoff. Todos los oficiales muy correctos y profesionales sin que su trato haya sido, jamás, antisemita, sino todo lo contrario.
La misma percepción la tuve cuando traté con oficiales del Ejército durante mi estadía en Comodoro Rivadavia, en la época de la guerra (no estuve varias veces como se menciona en la página 230). Ninguna connotación antisemita, sino todo lo contrario. Admiración por los logros militares en las guerras de Israel y reconocimiento por la provisión a las FFAA de armas de todo tipo y pertrechos.
Otro desliz en el libro es que la iniciativa de dialogar en hebreo con mi hijo (pág. 66) fue mía y no de él. Desde ese mismo momento lamenté las consecuencias que dicho proceder imprudente podría ocasionar, lo que sucedió.
Los relatos de los soldados judíos movilizados no difieren de los padecidos por los reclutas no judíos, y el ensañamiento de algunos superiores, siempre fueron acompañados de epítetos despectivos: judío de m…., gordo p…., tartamudo come m…, etc. etc. Es la primitiva forma de hacer valer el mando de aquellos sádicos que obtienen placer en martirizar a los subalternos, sean judíos o no. Con esto quiero decir que la humillación a la tropa no fue exclusivamente destinada a los soldados judíos, sino general. Motivos de encono pudieron haber ocasionado al resto de los efectivos (oficinales, suboficiales y tropa) los privilegios de licencias y salidas de los soldados judíos con motivo de la visita de los rabinos, de las que los demás carecieron.
Es notable lo que relata Marcelo Eddi (pág. 179) acerca del teniente que lo marginó diciendo que iba a llevar (a las islas) todos soldados criollos, no un judío”, pese a lo cual desplazó a otro que no deseaba ir ocupando su lugar. Ello contrasta con los dichos de Sergio Dembovsky (pag. 235 y siguientes): “Mi función fue bajar a los pibes de los aviones……”
En síntesis, la conducta humana, en situaciones extremas, es imprevisible. Da lugar a los más sublimes actos de heroísmo y a los de mayor aberración y bajeza. Los judíos somos parte integrante de este mosaico poblacional que constituye la Nación Argentina, con las virtudes y los defectos del resto de nuestros conciudadanos.
Mario Czemerinski
Cap. Fed,


Número 521
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