Comunidades


Periódico Judío Independiente
Judíos laicos y religiosos en el siglo XXI
¿ Es posible la convivencia ?

Por Rabino Yerajmiel Barylka, Israel
Cada tanto somos testigos de actos que presentan una exacerbación en las ya tensas relaciones en los distintos grupos que forman el mosaico judío de nuestros tiempos. Ello se vuelve más visible cuando se trata de dos conjuntos de personas que a efectos de estos apuntes llamaremos "los seculares" y "los religiosos", cuando ninguna de las dos determinaciones sirve para definir con exactitud a sus integrantes. Ambos grupos comparten demasiados valores: en sentido estricto, los seculares no lo son totalmente, y tampoco son cabalmente religiosos los otros. La gran mayoría de esas personas comparte más conductas, valores y visiones que las que los dividen. Por lo general no son conscientes de ello.
Sin embargo, participan de un discurso excluyente del otro, que absorbe cualquier plataforma y obstruye la posibilidad de compartir en el quehacer social y comunitario. En muchos casos, la efervescencia y el apasionamiento llevan a un nivel de agresión que se vuelve insostenible. Los tonos suben rápidamente y cada grupo trata de descalificar al otro sin ahorrar los epítetos más pertinaces, que llegan muchas veces a la ofensa personal. Como si se tratara de enemigos recalcitrantes que se enfrentan por cuestiones de vida o muerte. Unos olvidaron el versículo "gratas son tus sendas, y todos tus derroteros paz" y otros, los principios de tolerancia hacia el distinto, que son las características del verdadero liberalismo.

Pese al establecimiento del Estado de Israel ya hace más de seis décadas, alrededor de la mitad de quienes se autoidentifican como judíos, continúa residiendo en los países de la dispersión. De entre ellos, la mayoría no considera la posibilidad de unirse a sus hermanos israelíes. Están aquellos que dicen ser sionistas, dándole un nuevo significado a ese término, ya que hablan de Israel como si fueran parte de él, lo elogian, critican, participan en manifestaciones a favor o en contra del gobierno de turno, cediendo a los israelíes la defensa del país en una nueva división de tareas. Están imbuidos en el judaísmo, en el hebreo, la historia, y las fuentes. Estas personas, seculares, actúan prácticamente de la misma manera que los observantes de las normas religiosas. Pero, a diferencia de estos últimos, su interacción con las comunidades judías en sus poblaciones es considerablemente menor. No tienen el Bet Hakneset, esa casa de encuentro y de estudio y no le encontraron sustituto. Otros, quizás la mayoría, no cuentan con marcos de referencia ni de pertenencia a su judaísmo. Identificados por negación o por elección, no han logrado encontrar respuestas culturales e ideológicas a su identidad, pese a las propuestas de algunos brillantes intelectuales que lo intentan y desarrollan un nuevo modelo que no termina de plasmarse con coherencia. Aquellos que no tienen una base cultural judía, asumen su identidad, más como accidente del destino que como elección. Aún no pudieron estructurar una ideología secular organizada que no tome prestados elementos de la tradición. Entre ellos hay quienes estudian las fuentes –los menos- y encuentran en ellas elementos identificatorios esterilizándolos de todo contenido teológico.
Están quienes intentan guardar las prácticas de observancia ritual prescritas por los códigos que se basan en las Escrituras y el Talmud. Asumen posiciones referidas a Israel, y coinciden en delegar a otros la residencia en Israel y la defensa de sus habitantes. Sus respuestas culturales e ideológicas a su identidad son las mismas que las de sus padres y abuelos que inmigraron al territorio latinoamericano antes del establecimiento del Estado de Israel. No han logrado aportar creativamente más allá de lo que recibieron de fuentes ancestrales. Su mérito, así como lo perciben ellos mismos, consiste en ser impermeables a los movimientos externos y a otras fuentes creativas relacionadas con la realidad israelí y al entorno global. Otros retoman la idea sionista como elemento raigal de identificación. Unos menos siguen identificándose con la cultura judía, orgullosos de sus logros de antaño. Por cierto en estos grupos hay muchos matices, al igual que en todos los otros, pero esos tonos diferentes no son suficientes para crear categorías independientes.

Los unos y los otros, no tan diferentes

Paradójicamente ambas categorías tienen más coincidencias que las que pueden admitir. La coexistencia les resulta difícil. Es bastante común ver como el "distinto" les provoca rechazo. Particularmente si las ropas y los códigos de comportamiento son diferentes. Al grado que muchas veces no cuentan con espacio común como para conocerse. Pero seculares y religiosos tienen códigos, amigos y enemigos comunes. Incluso si los intentamos ver a partir de la observación de preceptos, ambos cumplen poco más o menos con los mismos principios establecidos para ejecutarse entre el ser y su prójimo. Éstos piensan que el premio será en el mundo venidero, los otros que sus acciones les conquistarán un lugar en su propio modelo de paraíso idealizado. Pero la conducta hacia el otro es similar. Incluso en lo ritual, casi todos circuncidan a sus hijos, buscan ser sepultados en cementerios consagrados, se casan bajo palios nupciales. La cultura del lugar de residencia influye sobre sus modismos idiomáticos y su manera de pensar más que sus características judías. Aman las mismas comidas, unos cuidando las normas rituales y los otros sin prestarles atención. Se ríen de los mismos chistes, y mucho más si se cuentan sobre el otro.

Ambos grupos incorporan, conscientemente o no, elementos que van más allá de lo religioso y de lo nacional. Tienen la misma memoria histórica. Su integración a las sociedades de residencia es mucha mayor que la conexión que tienen con los otros judíos, y ambos son aceptados o rechazados por las mayorías nacionales sin ser discriminados entre sí.

El post modernismo permite una identidad colectiva sin fronteras definidas. No incita necesariamente a la creación de nuevas representaciones para definir la subsistencia grupal. Ambos grupos han superado los dilemas de los siglos anteriores en cuanto militar en movimientos universales y emancipatorios, o formar parte de pensamientos culturales nacionalistas y excluyentes. Cuando pasan de un grupo a otro, particularmente en lugares donde reside una masa crítica suficiente, llegan a formar nuevos grupos que no responden a las características conocidas. Son los "jozrei bitshuvá" –quienes comienzan a cuidar los preceptos-, y los "jozrei bisheelá" –quienes los abandonan. Consiguen perturbar a su grupo de pertenencia anterior y alegrar al nuevo. Cada segmento social se enorgullece o lamenta con esa circulación. Ese tráfico individual acrecienta a los grupos y les obliga a una nueva manera de dialogar. Sin duda buscan activamente respuestas a sus necesidades espirituales y crean una mixtura enriquecedora. No nos referimos a quienes llevan a cabo los cambios de manera instantánea y casi mágica estimulados por circunstancias ocasionales, o que cambian de actitudes estimulados por conflictos psicológicos, sino a las personas que estudian, meditan y analizan y después de muchas dudas deciden. Ellos pueden servir de puente. En la actitud individual, espiritual, consciente, crean una nueva fe. Una relación diferente con el prójimo al llevar mensajes y conocimientos de los seculares a los observantes y de estos al mundo general.

Hay un relato talmúdico en Baba Kama 94 b, que cuenta que "Una persona quería arrepentirse de sus malas acciones, y su esposa le dijo, -eh, atolondrado, si enmiendas tu camino, ni siquiera podrás llevar el avnet –cinto- que acarreas (que era robado), y él decidió no cambiar su accionar". El relato se interpreta como que no podía salir a la calle con los pantalones caídos porque le daba vergüenza. Prefirió quedarse como estaba antes. Pero, la palabra avnet también puede interpretarse como su estatus, su fuerza, su honor y leerse "si deseas regresar renuncia a tu posición y a tu rango, preséntate desnudo, inicia de cero".

La unidad de los “opuestos”

Para lograr una integración más sana de los supuestos opuestos es necesario despojarse -así sea como un ejercicio intelectual- de los temores, dejar de aferrarse a lo conocido como si fuera de él no hubiera seguridad. Extender una mano y buscar el establecimiento de nuevos códigos. No se puede -como podrían opinar algunos- seguir con los prejuicios y las obcecaciones, los caprichos y los antojos del pasado si se desea iniciar un camino nuevo.

El diálogo entre seculares y observantes, también lejos de Israel, es posible si todos nos despojáramos de la gruesa telaraña de ignorancia, del temor de relacionarnos maduramente con el Estado de Israel sin culpa, si superáramos el sentimiento de vergüenza frente al ajeno.

En Israel se han comenzado a dar los primeros pasos en ese sentido. El camino es difícil y largo, pero, se puede ver una luz al final. El sistema que se usa es encontrar el momento, por lo general cercano a las festividades o al aniversario del asesinato de Itzjak Rabin, para abrir mesas comunes de estudio de los temas clásicos del judaísmo, pudiendo ser leídos por cada uno a partir de su propio prisma.

Ese diálogo, como todo aquel que se lleva con madurez y respeto, da luz y con ese sistema probablemente se podrán iluminar también los hermanos que siguen dispersos y no sólo geográficamente. Conocer los textos del otro, y la persona del similar frente a un texto, tiene la fuerza de romper con los pre-conceptos y los estereotipos, y descubrir al ser creado a Imagen. A partir de allí, las diferencias podrán compartirse y elevarse por sobre ellas, para formar un nuevo modelo integrativo de identidad judía con respeto y amor. Seculares y religiosos aprenderán a vivir bajo un mismo techo y compartir en él, los sabores, los olores, la música, la plástica y la vida. Se respetarán más y quizás algún día llegarán a apreciarse por encima de las diferencias.


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