Señor co-director, Lic. Natalio Steiner:
Aunque en general comparto el sentimiento reflejado en "Judíos en
Palacios Extraños" ("Comunidades" nº 510 del 12 de octubre) y adhiero
a las enseñanzas que de él se extraen, no puedo menos que hallar un
dejo de confusión -por no decir, de injusticia- en englobar a Walter
Rathenau con las personas de otros judíos como
Kaganovich, Kissinger o Kreisky, que, a diferencia de aquél, fueron
contemporáneos del nazismo y de la guerra fría.
Walter Rathenau no fue simpatizante del sionismo, pero nada hay en
ello que necesariamente lo descalificara: desde que se estableciera la
"Confederación Germánica" (1815), se aplacaron legalmente las
milenarias discriminaciones antijudías en los 39 estados de habla
alemana que la formaron, y que, a su vez, continuaba en ese sentido a
la "Confederación del Rin" napoleónica (1806).
En ese contexto, súbitamente, los judíos de habla alemana ingresaron a
las universidades y a las actividades civiles, políticas y
administrativas, contribuyendo enormemente a enriquecer la cultura, la
ciencia y el arte.
Rathenau fue un prominente empresario industrial y político liberal
alemán, que consagró sus últimos años a solucionar los enormes
problemas de su país natal, recién vencido en la 1ª Guerra Mundial
(1914-1918), del que fue Ministro de Relaciones Exteriores, en cuyo
breve desempeño -trochado por su asesinato a manos de sicarios de
extrema derecha luego de su firma del Tratado de Rapallo (que permitió
la instalación en la URSS de industrias alemanas -para soslayar los
castigos y prohibiciones del Tratado de Versailles-). Él creía en la
integración plena de los judíos en Alemania, y él mismo era una
aparente prueba de la viabilidad de tal proceso.
Su asesinato fue una de las primeras emanaciones del "huevo de la
serpiente" (título del filme de Ingmar Bergman sobre la etilogía del
nazismo), pero de su conciencia espiritual judía hay un testimonio
irrecusable, el de Albert Einstein. Se comenta que, en su función
protocolar como Ministro, Rathenau habría debido alguna vez integrar
una "partida de cacería". Y recordaba Einstein que los mandamientos
que rigen la santificación del Shabat incluyen expresamente a los
animales, y dijo "Cuán viva está entre los judíos la sacralización de
la vida se expresa en lo que me dijo un día Walter Rathenau: *Cuando
un judío dice que va de caza por placer, miente*" (EINSTEIN, Albert,
"Mi visión del Mundo", Buenos Aires 1985, ed. HYSPAMÉRICA, pág. 127).
Con todos los aciertos y errores (más aciertos que errores) que
pudieran históricamente endosarse a Rathenau, él no tuvo ni pudo tener
conciencia de la necesidad del sionismo, lo que lo diferencia de otros
como los nombrados Kaganovich, Kreisky, Kissinger (y algún otro, cuyo
nombre prefiero omitir, por redundante).
Daniel Malamud
Cap. Fed.
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