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Periódico Judío Independiente
Sálvese quien pueda
La cultura del egoísmo

Por Susana Grimberg, psicoanalista y escritora
El egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desordenada por uno mismo. ( Aristóteles )

Quiero empezar mi nota, partiendo de un texto esencial de S. Freud, “Los que fracasan cuando triunfan”, en el que formula la siguiente pregunta: ¿Cómo es imaginado, en verdad, el proceso por el cual un individuo humano alcanza un nivel superior de eticidad? La respuesta más simple que elige Freud, esbozada por la mayoría de la gente, es que el hombre es bueno desde su nacimiento, y que es la sociedad la que lo corrompe.
Sin embargo, en su escrito, Freud asevera que hay una segunda respuesta y es la de que “las malas inclinaciones” del hombre le son desarraigadas y, que bajo la influencia de la educación y del medio cultural, son sustituidas por inclinaciones a hacer el bien.
De ser así, agrega Freud, nos sorprendemos con que se pueda añorar el mal, con tanta violencia. Lo que sucede es que no hay «desarraigo» alguno de la maldad. La investigación psicoanalítica, muestra más bien que la esencia más profunda del hombre consiste en mociones pulsionales que no son ni buenas ni malas. Quiero aclarar que la pulsión es el correlato mental del instinto. De todas maneras, debemos conceder que lo que la sociedad proscribe por ser malos, son los impulsos egoístas y los crueles. Los mismos, se cuentan entre los más primitivos, y tienen que andar un largo camino y ser inhibidos, es decir, conducidos hacia otras metas, de modo tal que el egoísmo pueda transmutarse en altruismo, y la crueldad, en compasión.
En mi opinión, la sociedad no es un ente abstracto sino una creación del hombre en la que, a mí parecer, debería armar los lazos entre sus miembros para lograr una convivencia mejor. Poder con-vivir con el otro es también darle al otro su lugar.
Es por la vía de la educación y del ambiente que rodea al niño, que una transformación del egoísmo en altruismo pueden ser posibles. No hay que olvidar que la educación tiene premios de amor para ofrecer, es decir, recompensas pero, también, castigos. Esto posibilitaría una trasposición de inclinaciones egoístas a inclinaciones sociales.
Debemos tener en cuenta que “el niño se ama primero a sí mismo y sólo después aprende a amar a otros, a sacrificar a otro algo de su yo”. Aún a las personas a quienes parece amar desde el principio, las ama ante todo porque le hacen falta, por motivos egoístas. Sólo más tarde la necesidad de amor o, en otros términos, la moción de amor, se hace independiente del egoísmo. De hecho, podríamos decir que el niño ha aprendido a amar en, o desde, el egoísmo.
Quiero agregar, también una cuestión referida a los principios éticos. Si algo, en la cúspide del mandamiento ético, nos enseña J. Lacan, termina articulándose bajo la forma del "Amarás a tu prójimo", es un tanto riesgoso, porque podría ser que el sujeto se haga él mismo, su propio prójimo. Es decir, para un egoísta, nadie es más próximo que él mismo.

La sociedad
El sociólogo y filósofo polaco, Zigmut Bauman, autor al que suelo consultar, sostiene que nuestras ciudades, amuralladas en el origen, son metrópolis del miedo a lo que agrego, son el símbolo de la constitución egoísta del hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Sabemos que las ciudades cerradas surgieron como defensa contra los peligros provenientes del exterior. Sin embargo, encerradas en sí mismas, las ciudades no pueden proteger contra los peligros del interior de un sujeto que sólo sabe mirarse a sí mismo. Es decir, un sujeto que tiene una mirada alejada del otro, del sentir del otro, que sólo vive para él, es un claro integrante de una sociedad que ha perdido modelos, en la que no hay transmisión de valores sólidos sino que predominan los volubles, los que no perduran lo necesario como para arraigarse.
El mito de Narciso revela el peligro que para el hombre como para la sociedad, conlleva el egoísmo. La leyenda cuenta que el joven, incapacitado para amar a alguien que no fuera él mismo, al inclinarse sobre un manantial para refrescarse y ver su propia imagen en el agua, se enamora en el acto de sí. Insensible al resto del mundo, muere al intentar abrazar a su propia imagen.
En “Cuerpo y Tiempo”, José Jiménez dice: "si peligroso es mirar de frente a la divinidad, no menos nocivo puede resultar fijar nuestra mirada en el espejo incierto del agua". Mientras Narciso bebe, al ser cautivado por la imagen que está viendo, cree que es un cuerpo lo que es en realidad agua. Y eso es lo que puede suceder cuando no hay valores o los afectos son como el agua.
Tomo este mito como paradigma del egoísmo porque la sociedad actual, marcada por el individualismo y por el sálvese quien pueda, corre el peligro de confundirse y terminar exterminándose a sí misma.
Además, en medio de tantas transformaciones y pérdidas, cabe destacar que se ha ido renunciado al pensamiento y a la memoria, dado que el olvido se presenta como condición del éxito. En nuestro tiempo, el afán por lograr el éxito de cualquier manera, sin importar de veras, lo que pueda acontecerle al otro, termina siendo una de las causas de los problemas sociales y, también, personales.
Daños colaterales
Bauman considera que el incremento de la desigualdad, cada vez más visible donde quiera que se mire, no es sólo un problema económico sino una amenaza para la ley y con ella, al orden.
Pensar en términos de daños "colaterales" en una sociedad como la actual, movida solo por el más egoísta y desmedido afán de lucro, y en medio de una globalización que escapa a todo control es, aceptar como un hecho, la ya existente desigualdad de derechos y oportunidades y pensar que esos daños no son lo suficientemente importantes como para justificar los gastos de prevenirlos ni tenerlos en cuenta a la hora de planificar.
La vida cotidiana se ve salpicada por conductas egoístas que van desde no ceder el lugar ya sea en el colectivo, subte, tren, paseo de compras, a mujeres embarazadas, personas con bebés en los brazos, gente mayor. La gente queda como atornillada a la silla o al asiento del cual alcanzó a apoderarse. Muchas veces, está el que simula estar durmiendo o el indiferente, que gira la cabeza hacia el lado opuesto de la persona que necesita un lugar para sentarse. La falta de cortesía es la regla que impera, sobre todo en la capital y en otras grandes ciudades. La gente, carente de amabilidad, se priva del placer de poder complacer a otro, de recibir la sonrisa de agradecimiento que ilumina al que da una mano.
“Si alguien te pide ayuda, no lo despedirás diciendo “Ten fe, y cuenta tus penas a D’’os. Actúa como si no hubiera D’’os, como si hubiera sólo una persona que puede ayudar a ese hombre: tú mismo”. (cuento jasídico)
La sabiduría de la vida aconseja no esperar toda satisfacción de una aspiración única. El éxito nunca es seguro y depende, sobre todo, de la capacidad para adecuarse al medio circundante y poder disfrutar de la vida de la mejor manera posible, sin perjudicar a los demás que, como dije en otra nota, nunca están de más.
La cultura del egoísmo es propia de una sociedad que rechaza las diferencias, corrompe los lazos sociales, despoja de valores y nos arrebata el porvenir.
Para concluir, en estos días impregnados por el clima de las Grandes Solemnidades (Shuljan Aruj): Rosh Hashaná y Iom Kipur, quiero enfatizar que la caridad, lo opuesto al egoísmo, es la virtud más exaltada para el judaísmo.
“Había un lugar secreto en la sinagoga de Jerusalem donde la gente justa dejaba el dinero. La gente pobre iba a ese lugar y tomaba el dinero: nadie sabía quien daba ni quién recibía”. Talmud


Número 509
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