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La Envidia y el rencor: ¿socios para la autodestrucción?
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
El término envidia procede del latín invidia, derivado de invidere, que significa "mirar con malos ojos, con envidia" y éste, de videre, “ver”. (Diccionario etimológico de Joan Corominas). Quien está invadido por este sentimiento, mira con “malos ojos” las cualidades, éxitos o posesiones de los demás, lo cual le lleva a acumular rencor y una profunda insatisfacción. Por otra parte, muchas veces el afectado por la envidia oculta sus emociones y finge no importarle lo que sucede a su alrededor, pues se niega a aceptar el despecho que le produce que otro sea merecedor de algún reconocimiento.
Sabemos que, desde una edad muy temprana, son los padres los que enseñan a sus hijos a valorar lo propio y a luchar por alcanzar las metas que se proponen, lo cual se traduce en mantener alta la autoestima. De no suceder de este modo, el niño descalificado por sus padres, puede llegar a sentirse tan devaluado, que aspire a ser y a poseer lo que los otros tienen.
En este punto, viene bien recordar el décimo mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos.
Es cierto que alguna vez en la vida, se puede caer en las redes de la envidia, de desear lo que el otro tiene, pero es un sentimiento que suele ser pasajero y, que a muchos, les sirve de estímulo para superarse a sí mismos.
No puedo no tomar el tema trabajado en la nota anterior, porque en la misma podemos ver el sello de la envidia en las situaciones en las que los mismos padres compiten con los hijos. Envidia que lleva la marca de la autodestrucción. Sabemos que un padre se siente realizado con los logros de los hijos pero, si rivaliza con ellos ya sea por la edad o por el éxito en lo que emprenden, se autodestruye como padre porque a lo que él debería aspirar es a que el hijo lo supere, que tenga los elementos necesarios para ser, incluso, mejor que él.

En nombre de la igualdad
Si un rey o el príncipe provocan envidia no es sólo por sus privilegios, sino porque el que envidia, también querría ser rey pues, hay en la naturaleza humana una parte importante de maldad y egoísmo. Con respecto a esto, quiero recordarles el viejo dicho de Platón, que los buenos son los que se conforman con soñar aquello que los otros, los malos, hacen realmente.
S Freud, (Psicología de las masas y análisis del Yo) dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales no habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo. La justicia social quiere decir que uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas”.
Igual núcleo tiene la bella anécdota del fallo de Salomón. Si el hijo de una de las mujeres ha muerto, tampoco la otra ha de tenerlo vivo.
Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los estados totalitarios que no contemplan la igualdad de posibilidades sino que conducen a rechazar las diferencias intrínsecas a cada sujeto. No hay que obviar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, pero todos claman por un líder, el que los mantiene unidos.

La Envidia y el odio a sí mismo
Para acercarnos mejor al tema de la envidia, no podemos no contemplar la cuestión de la universalidad del mal de ojo. Además, llama la atención que en ninguna parte se hable de un buen ojo.
Los poderes que se le atribuyen, por ejemplo de secar la leche y de traer enfermedad y desdicha, es lo que la gente llama “estar ojeado” y es la mejor imagen de ese sentimiento que se llama envidia. Lo más ejemplar es que esa mirada amarga hacia el otro, atenta contra el mismo que la dirigió quien puede quedar descompuesto dejándolo bajo el efecto de su propia ponzoña.
El psicoanalista Jacques Lacan, en el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales” desarrolla el tema de la envidia y dice que al hablar del mal de ojo, hay que tener en cuenta que la mirada en sí, no sólo termina el movimiento, también lo fija. El mal de ojo es el fascinum, aquello cuyo efecto es detener el movimiento y, literalmente, matar a la vida. También, dice Lacan que había pensado que “en la Biblia tenía que haber pasajes en que el ojo diera buena suerte” pero, definitivamente, no. Lo referido al ojo, nunca es benéfico sino que, siempre, es maléfico. En la Biblia, no hay ojo bueno, pero malos, por doquier.
Es interesante pensar en que, cuando se hace referencia a la envidia, se puede asociar con el hecho de que se puede inocular o inyectar veneno a través de la mirada. Lo que no se espera es que el retorno de ese acto movido por la envidia pueda ser una vuelta contra sí mismo. Para representarlo, hay un dicho idish que dice: El que transporta manteca sobre la cabeza, no debe caminar al sol”.

Lo que encontramos en el pensamiento judío
Natalio Steiner, en su nota sobre “Satanismo y demonología en el judaísmo”, expresa que, efectivamente, lo referido al diablo se filtra en la religión judía y, que uno de los motivos por lo cuales se toca el Shofar en Rosh Hashana es "Learbev et a Satán ", esto es, confundir al diablo el que se manifiesta “como todo lo oculto y misterioso, despierta curiosidad y asombro y ha encontrado de parte del vulgo respuestas basadas en la superstición, la ignorancia, cuando no en cierta deformación idolátrica”.
El mal de ojo, también se relaciona con temas basados en la superstición y en la creencia de que por haber sido objeto de la envidia de otro, la mirada de ese otro pudo producirle síntomas como dolor de cabeza, nauseas y diversos malestares.
Quizás les sorprenda saber que la creencia en el "mal de ojo", también está dentro del marco del pensamiento judío y se lo conoce como ain hará, que incluso está tratado por la halajá, la normativa judía.
Las palabras que más pueden clarificar lo referido al ain hará son: los celos y la envidia por una parte, y la ostentación por la otra.
En el Talmud, Bereshit / Génesis 49:22, está escrito: "Soy de la simiente de Iosef, que no es afectado por el mal de ojo". Esto nos sirve para recordar el ejemplo de Iosef quien habiendo alcanzado la gloria, la fama y el poder en Egipto, optó por no vengarse de los que le habían dañado gravemente.
Hay amuletos, muy poco racionales, que últimamente, están muy en boga. 1) El jamsa, obra de orfebrería en forma de mano, que suele tener un ojo en su palma, amuleto de uso frecuente entre los judíos orientales. 2) Una cinta roja anudada en torno a la muñeca o alguna prenda de vestir de color rojo. 3) Decir bli ain hará o kein aine ore que en hebreo e iddish significan: sin mal de ojo.
¿Por qué la Torá prohibe maldecir y alienta desear bendiciones al otro? Porque palabra y piedras lanzadas pueden hacer mucho daño. Las palabras y los pensamientos nocivos lastiman de tal manera que terminan afectando a todo lo que nos rodea.
Para reflexionar, les propongo volver a leer el Capítulo I del Eclesiatés: (8) … El ojo no se satisface con ver, ni el oído se harta de oír (9) Lo que ha sido es lo que será, y lo que ha sido hecho, es lo que se hará. Y no hay nada nuevo bajo el sol.


Número 503
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