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Periódico Judío Independiente
A 70 años de la invasión alemana a la URSS
Operación Barbarossa: El gran cambio

Por Abraham Zylberman / Comunidades
El 22 de junio de 1941, comenzó lo que fuera, hasta ese momento, la mayor acción militar de la Segunda Guerra mundial: la Operación Barbarossa, un operativo militar emprendido por el ejército alemán contra la Unión Soviética con más de cuatro millones de soldados que invadieron el país a lo largo de un frente de 3.000 kilómetros. La destrucción de la Unión Soviética, eliminando lo que era percibido como la amenaza comunista no solo contra Alemania sino contra el mundo y la apropiación de las tierras dentro de las fronteras soviéticas, había sido una política central desde la década de 1920 en el movimiento nazi. Los territorios del Este eran considerados parte del “espacio vital” que Alemania necesitaba para volver a ser la potencia que había sido antes de la Primera Guerra. Estos territorios le proveerían de alimentos, materias primas y mano de obra esclava, dado que su población era definida como racialmente inferior.
Hitler siempre había considerado, a la luz de los hechos, que el pacto de no agresión firmado el 23 de agosto de 1939 (Von Ribbentrop-Molotov), era una maniobra temporal e integraba una táctica más amplia. Después del frustrado intento en la batalla de Inglaterra a lo largo de 1940, Hitler firmó la Directiva 21, llamada en código Operación Barbarossa, la primera orden operativa para invadir la URSS.
Desde que se inició la planificación operativa, el ejército y las autoridades de seguridad habían recibido instrucciones de aniquilar a los comisarios políticos (“orden de los comisarios”), miembros del Partido Comunista cuya tarea era motivar al pueblo, insuflarle patriotismo y fe en el comunismo. Entre los comisarios había muchos de origen judío. Los judíos por otra parte, también eran considerados como la base racial del Estado soviético, además de sus creadores y sostenedores. Antes de la invasión, los oficiales del Alto Comando del Ejército acordaron con la Oficina Central de Seguridad del Reich la creación de unidades especiales de la Policía de Seguridad y el Servicio de Seguridad (Einsatzgruppen), que tendrían a su cargo la aniquilación física de judíos, comunistas y todos aquellos considerados peligrosos para la conquista y ocupación alemana del territorio soviético.
Desde fines de julio de 1941, con la llegada de representantes de Himmler y el apoyo de auxiliares locales reclutados o incorporados voluntariamente, comenzaron el proceso de aniquilación. A lo largo del frente, que se extendía desde el Báltico al mar Negro, los comandos peinaban la región en busca de sus víctimas. Aldeas, pueblos, ciudades, fueron vaciadas en especial de judíos, quienes eran conducidos a los bosques cercanos y a los cañadones, donde eran fusilados y enterrados en fosas comunes previamente excavadas, muchas veces, por los propios judíos. Sus bienes eran frecuentemente repartidos entre los antiguos vecinos de los judíos quienes muchas veces asistían a las ejecuciones, hasta que fue prohibida su presencia y las pertenencias entonces, fueron enviadas a Alemania.
El éxito obtenido en el frente militar hasta entonces y la política de exterminio de los judíos soviéticos, contribuyó a que Hitler decidiera deportar a los judíos alemanes al Este, a partir del 15 de octubre de 1941, a los ghettos que funcionaban desde el inicio de la guerra.
De esta manera comenzó el proceso de la Solución Final de la Cuestión Judía”. A pesar que estas “matanzas caóticas”, según las definió el historiador León Poliakov, fueron efectivas, los jerarcas nazis se dieron cuenta que las tropas participantes en estas aniquilaciones se veían afectadas física y psíquicamente (jalar del gatillo durante horas provocaba intenso dolor en los dedos, ingerir bebidas alcohólicas para tener el coraje de matar difundió el alcoholismo, mirar a las víctimas a los ojos o asesinar a los bebés y niños, afectaba a muchos alemanes). Pocos meses después, en enero de 1942, se resolvió aplicar otra metodología para el exterminio: las cámaras de gas, cuya incipiente aplicación había comenzado en Polonia simultáneamente con los fusilamientos en la Unión Soviética.
A pesar de las grandes pérdidas de las primeras seis semanas de la guerra, la Unión Soviética no colapsó como habían anticipado los líderes nazis y los comandantes del ejército alemán. A mediados de agosto de 1941, la resistencia soviética se endureció y sacó a los alemanes de su triunfalismo. Después de meses de campaña, el ejército alemán estaba exhausto. Los estrategas alemanes, que habían confiado en un colapso soviético rápido, no habían equipado a sus tropas para la lucha en invierno. Y como esperaban que el personal militar viviera de lo que producía la tierra de una Unión Soviética conquistada a costa de la población local, que según los cálculos alemanes moriría de hambre por millones, los estrategas alemanes no proporcionaron los alimentos y medicamentos suficientes. Peor aún fue que las tropas alemanas avanzaban tan rápidamente que superaban a sus líneas de suministro, y dejaban así flancos apenas defendidos vulnerables al contraataque soviético. El 6 de diciembre de 1941, la Unión Soviética lanzó un gran contraataque contra el centro del frente y expulsó a los alemanes de Moscú en medio del caos. Luego seguirían Stalingrado y Leningrado, y se consolidaría el avance hacia el oeste.
Millares de osarios quedaron esparcidos a través del territorio, cubiertos de tierra superficialmente. Paul Blobel, un arquitecto en su vida civil, fue designado para borrar las huellas criminales. Para ello creó una unidad especial, el Comando 1005, que se encargaría dele trabajo y respondía directamente a Adolf Eichmann. Blobel se convirtió en un especialista en esta tarea, pero su labor quedó inconclusa. El frente se desplazaba rápidamente hacia el oeste y serían los soldados alemanes prisioneros quienes exhumarían la mayoría de las tumbas colectivas a medida que los territorios fueron liberados.
Durante los procesos de los principales miembros de los Einsatzgruppen que se realizaron años más tarde en Nuremberg, se puso de relieve que, entre los 22 acusados, se encontraban un profesor universitario, ocho abogados, un cirujano, un dentista, un arquitecto, un perito de arte y hasta un teólogo, ex pastor. Todos alegaron no ser culpables y ninguno expresó arrepentimiento o remordimiento por lo hecho. Se amparaban en las órdenes recibidas y las necesidades de la guerra. Sus testigos y defensores pregonaban su honestidad, sus virtudes familiares, sus sentimientos cristianos y, quizá irónicamente, la dulzura de sus caracteres…


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