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Periódico Judío Independiente
Martín Buber y el jasidismo
Por Moshé Korin
Eran los tiempos en que los judíos de Polonia pasaron al sometimiento de la hegemonía de Rusia. Se produjo entonces un importante movimiento religioso, el jasidismo. Este nuevo movimiento rápidamente ganó muchísimos adeptos, debido a muchas causas, entre ellas le sencillez y cercanía con la que se presentaba la religión a las masas más populares.
El Rabí Baal Shem Tov
Su creador fue un modesto judío de Polonia, el Rabí Israel Shem Tov.
Nació en Polonia alrededor del año 1700, en el seno de una humilde familia, quedando huérfano a temprana edad. Cuenta la historia que el pequeño Israel huía con frecuencia de la escuela y se internaba en el bosque, absorto en sus pensamientos. Poco después de cumplidos sus 13 años, se hizo cuidador de la sinagoga. De día dormía, o más bien se hacía el dormido y por las noches rezaba con ferviente ardor o estudiaba.
Estudió con suma profundidad el Zohar y la Cábala. Luego de su casamiento vivió en los Cárpatos y luego en el pueblito galitziano de Tlust. A la edad de 36 años comenzó a revelarse abiertamente como “Baal Shem” (comúnmente traducido como “El rabí de la buena fama” o “El poseedor del nombre divino”). Comenzó entonces, a recorrer Podolia y Wolinia predicando, hasta finalmente radicarse en el pueblito de Mezbiesz (Podolia), donde acudían centenares a escuchar sus palabras.
Entre las muchas nociones que predicó su jasidismo se halla la de alabar a Dios desde la más sencilla fe, aquella que reza con amorosa devoción anhelando la proximidad con Dios como el objetivo más sublime.
Más importante que los ritos en sí o las formas de la plegaria, para el Baal Shem es el sentimiento íntimo que se manifiesta en ellas, un sentimiento que debe ser cálido y entusiasta, alcanzando el estado de éxtasis. Para arribar a este estado de comunión con Dios pueden, entonces, emplearse diversos medios: danzar, contorsionarse, rezar en alta voz, no importa si éstos están o no contemplados dentro de “los cánones establecidos”, su meta los fundamenta.
Por otro lado, para la doctrina del Baal Shem Tov, Dios no nos requiere sufrientes y mortificados, sino que Dios ama al hombre de ánimo bondadoso y alegre. Bondad y alegría son los atributos divinos requeridos al hombre. Cualidades éstas que deben ser llevadas diariamente a la práctica cotidiana; el piadoso o “jasid” debe servir a Dios, no sólo a través de cumplir con los preceptos establecidos, sino también y por sobre todo en cada gesto, acción y pensamiento diario.
Tanto los demás seres, como el mundo de los objetos, son puestos a nuestro alcance con el fin de que al rozarnos con ellos, entremos en contacto con las chispas de divinidad que encierran. Éste es el último sentido de la existencia humana, el poder entrar en comunión con los datos de la sensibilidad divina en cada cosa y en cada ser.
Es en este sentido, que el jasidismo interpreta el mensaje bíblico “santificaos, pues yo soy santo”, no en tanto que el hombre deba apartarse de las cosas o los demás para elevarse hacia Dios, sino a la inversa, es en lo concreto del contacto cotidiano del hombre con la percepción de lo divino, que se halla en los demás y en el mundo que el hombre se santifica.
De este modo, el mensaje jasídico se torna superador –y por ello mismo revolucionario- de la oposición entre el vivir en Dios y el vivir en el mundo, ya que ambas se hallan en la más absoluta indisolubilidad.
Tal como alguna vez afirmó el Baal Shem:
“Dios es visible en todas las cosas y alcanzable por toda acción pura.”
Otro de los elementos que tornan revolucionaria y potente a esta doctrina es el nivel de responsabilidad subjetiva, ya que afirma que toda la humanidad está provista del mismo poder mesiánico, toda época es propicia para la redención y toda actividad bien intencionada –por más pequeña que parezca- es actividad redentora, sobre todo si ella encierra el cuidado y la responsabilidad para con el sufrimiento de los otros.
La doctrina jasídica no admite que un hombre, una época o una acción particular se distingan por sobre las demás como portando la redención, ésta es responsabilidad de todos en cada momento y en cada lugar.
Aún si su cuerpo dejó esta tierra en el año 1760 en Miezbiesz, su doctrina religiosa halló innumerables discípulos a través de estas centurias. Hoy quisiera detenerme en uno de ellos, seguramente el más importante de nuestra época contemporánea: Martín Buber.

Martín Buber y su labor de reverdecimiento del jasidismo
Martín Buber, nieto del gran midrashista Salomón Buber de Lemberg, nació en Viena en el año 1878. Luego de haber estudiado filosofía y arte en distintas universidades europeas, a los 26 años se retiró de la política dentro del movimiento sionista, para dedicarse enteramente a los estudios jasídicos y a sus trabajos literarios en hebreo. Desde 1923 hasta 1933 ocupó la cátedra de Religión y Ética de la Universidad de Francfort.
Es indiscutible el título que se le ha otorgado como redescubridor del jasidismo, habiendo, entre otras labores, recopilado cuentos jasídicos, adaptando su lenguaje al cotidiano, para así tornarlo más accesible a la mayor cantidad de personas, fiel al espíritu jasídico de pregonar la sencillez y simpleza del mensaje religioso por sobre las formas más crípticas dedicadas a unos pocos.
Buber mismo cuenta en su libro “Mi camino al jasidismo” cómo ya siendo niño se sintió atraído por los jasidim de Galitzia donde por primera vez oyó el nombre “Besht” palabra compuesta por las iniciales de “Baal Shem Tov”.
Buber recopiló cuidadosamente por largo tiempo, escritos y antiguos cuentos judíos, leyendas, dichos y sagas atribuidas al Baal Shem y a sus sucesores. Entre sus publicaciones más célebres se hallan sus recopilaciones bajo el nombre de “Cuentos de Rabí Najman”, “La leyenda del Baal Shem”, “El gran Maguid y sus discípulos” y “La luz escondida”, para citar algunos.
La inmanencia como poderoso anclaje del sentimiento religioso y de la responsabilidad ética para con el otro, opuesto a la trascendencia y la búsqueda de un tiempo o sitio ulterior, es uno de los pilares de la filosofía buberiana.
“Realicémonos. Alcemos nuestra vida dentro de nuestras manos del mismo modo como se alza el agua del pozo; recojámosla en nuestras manos como se recogen los granos dispersos. Debemos llegar a una decisión sobre nosotros mismos; debemos equilibrar las fuerzas que actúan dentro de nuestro espíritu.” (Martin Buber, “El judaísmo y los judíos”).
El pensamiento filosófico de Buber posee muchas de las concepciones relacionadas con la doctrina jasídica. Podríamos decir que esa singular filosofía buberiana, lejana de lo sistemático de la academia y cercana a la experiencia del día a día del hombre, es heredera de algún modo de la doctrina jasídica.
Buber abrazó ese misticismo concreto que santifica la cotidianidad del jasidismo. Para él la revelación es un acontecimiento actual; la revelación es concebida como un encuentro actual. La cercanía y encuentro divino se da en el aquí y ahora, en el encuentro con el otro, con el “tú” presente, no en el más allá.
“La idea de la responsabilidad es ser traído de regreso de la provincia de la ética especializada, de un ´deber´ que se balancea libre por el aire, a una vida vivida. La responsabilidad genuina existe sólo cuando hay verdadera respuesta. ¿Respuesta a qué? Respuesta a los sucesos de la vida cotidiana.”
La suprema importancia ética del pensamiento propio y la acción hacia el otro sufriente, es claramente enarbolada por Buber por sobre todo. En su recopilación de “Cuentos jasídicos”, su pluma escribe:
“Si alguien se dirige hacia ti pidiéndote ayuda, no debes auyentarlo con palabras piadosas, diciéndole: ´¡Ten fe y llévale tus problemas a Dios!´. Debes actuar como si no hubiese Dios, como si en el mundo existiese una sola persona capaz de ayudar a ese hombre: solamente tú.”
Buber ha hallado innumerables motivos para reverdecer al jasidismo, una doctrina religiosa dentro del judaísmo que posee un riquísimo abanico de nociones y sentires de la más elevada cualidad. El jasidismo es una doctrina llena de enseñanzas tanto religiosas como éticas.
Su valor, más allá de la creencia religiosa, es inestimable, es por ello que si su contenido quedara en un mero acontecimiento histórico pasado, sería una injusticia para con este manantial subjetivo, poseedor de la transmisión de las más sublimes virtudes.


Número 502
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