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Periódico Judío Independiente
Los trastornos de la bulimia y anorexia
Llenos de nada

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Estamos atravesando una época en la que la anorexia, la bulimia, la adicción a las drogas, los ataques de pánico (fobias exacerbadas), sumados a los dolores en todo el cuerpo (fibromialgias), más las depresiones severas y problemas de pareja (amores líquidos según Bauman), han pasado a ser los síntomas más frecuentes del siglo XXI. Estos síntomas, generan conflictos que alejan a la gente de la posibilidad de un mejor estar.
Con respecto al tema que nos preocupa, la anorexia y su contrapartida, la bulimia, es notable cómo algunos autores tratan esta cuestión desconociendo lo que, para el psicoanálisis, fue desde el comienzo, un tema primordial. ¿Por qué primordial? Porque la gente, en las postrimerías del siglo XIX, mujeres en la mayor parte, se negaban a alimentarse, y se entregaban en los brazos de la muerte, algunas veces, por amor; otras, por el dolor de existir.
A fines de 1800, la muerte por amor agrandaba la figura del que prefería desaparecer antes que sobrellevar el fracaso. El ideal romántico del suicidio era la concepción de la época: el joven Werther (Goethe), el suicidio de Madame Bovary por desamor (Flaubert). Imposible olvidar la novela de Alejandro Dumas (hijo), “La dama de las camelias” trasladada a la ópera “La Traviata”, el la que la protagonista, enferma de tuberculosis, huye de su enamorado para no dañarlo por la vida disipada que ella había llevado, para morir, finalmente, en los brazos de él. Tampoco podríamos olvidar la película, basada en la misma novela, y el rostro de Greta Garbo, desfalleciendo en los brazos de su amor, Robert Taylor.
Pero hoy, en los tiempos del amor líquido, tiempos en los que el romanticismo ha perdido su lugar, en los que nadie muere, afortunadamente, por amor, muchas mujeres, también algunos hombres, bordean la muerte tan sólo para alcanzar un lugar de prestigio y figuración.

El extraño goce de comer nada
En primer lugar, deberíamos intentar situar de qué hablamos cuando se trata de la anorexia. Es necesario aclarar que en la anorexia no se trata de no comer nada, sino, por lo contrario de comer nada. Y, por comer nada, los afectados por la anorexia están absolutamente satisfechos: llenos de nada.
Para el psicoanálisis, la anorexia y la bulimia son desviaciones respecto a una normalidad que hay que reconducir. Se trata de síntomas que permiten a sujetos frágiles, encontrar un punto de identificación en una coyuntura difícil de la vida, en la mayoría de los casos, durante la adolescencia. También, podemos considerar que son respuestas a la dificultad del sujeto respecto de su propio cuerpo, que se manifiestan, aunque no siempre, en el momento de tener que acceder a su identidad sexual y a la orientación de su existencia.
La anorexia y la bulimia, pueden empezar a una edad muy temprana y están en relación con la madre, como todo lo que tiene que ver con la alimentación. Tal vez, no les resulte difícil de entender y piensen, por un momento, en una madre que le demanda al hijo pequeño que se tome “toda” la sopa y los efectos que pueden traerle aparejados al niño. Pensemos en tres posibles alternativas: la primera, la obediencia, que consiste en tomar toda la sopa; la segunda, dejar siempre un poquito y, la tercera, conformada por los que o no van a tomar nada o los que la vomitan inmediatamente después. Quiero decir que hay niños que deciden comer NADA, y aquí tenemos la anorexia mientras que, en la bulimia hay una orden, un imperativo categórico que se impone, una voz interna que ordena: COME, y el niño, que no puede sustraerse a esa orden, cae en lo que comúnmente se llama “la comilona”, y se provoca el vómito inmediatamente después.

La bulimia y la anorexia pueden afectar a personas de cualquier sexo y edad. El desorden comienza por una exagerada preocupación por el peso que da lugar a furiosas dietas y ejercicios extenuantes. La consecuencia es que empiezan a aparecer arritmias, trastornos menstruales, renales, debilidad, desnutrición, aislamiento, y un comportamiento un tanto infantil. En las adolescentes, suele presentarse la anorexia como un síntoma que revela la desautorización materna de lo sexual, por ejemplo: la prohibición de un amor supuestamente indebido para la madre, con el consiguiente maltrato o persecución por parte de la misma.
Sigmund Freud relacionó la anorexia nerviosa de las niñas jóvenes, cuya sexualidad no ha sido desarrollada aún, con un mecanismo histérico.
¿En qué consistiría y cómo sería el mecanismo? La histeria es una forma de neurosis en la que una representación penosa es rechazada por el sujeto. La representación queda inhibida pero sale de otro modo que, en apariencia, nada tiene que ver con la representación rechazada. Siguiendo el ejemplo que cité, como consecuencia de una prohibición que no deja de ser traumática, la joven se aparta del muchacho, pero rechaza la posibilidad de comer.

Laberintos de espejos
Imaginémonos en un parque de diversiones en el cual nos dirigimos a vernos en los extraños espejos deformantes. Nos vemos y nos reímos. La realidad es que los espejos están devolviéndonos nuestra imagen de un modo que no queremos que nos sea devuelta. De manera similar, proceden las vendedoras en los negocios de ropa. Ellas tienen la costumbre de humillar a la mujer normal con el hecho de estar excedida de peso al no poder calzarse un pantalón “large” diseñado como para vestir a una nena de once años y no para un cuerpo real.
¿Qué ocurre con el imaginario de una chica con síntomas anoréxicos que, cuando se mira en cualquier espejo, se ve como si fuera otra, es decir, más gorda?
No se trata de acusar a nadie pero, en ese caso falla la relación con la madre, porque a causa de una posición un tanto autoritaria de ésta o, más bien, todopoderosa, ella termina fracasando en su poder y va a ser el niño o la niña los que van a ejercer el dominio: se van a alimentar de nada. En consecuencia, se erige como amo de la madre, poniéndola a las órdenes de su capricho.
Pero ¿qué sucede cuando la misma madre puede estar afectada, en este mundo donde lo superficial es ley, por el mismo deseo de comer nada y acceder al cuerpo delgadísimo, casi sin formas, que vende la publicidad?
Este es un problema que cada vez se agudiza más porque hay madres, que no se sostienen como madres sino que se equiparan con la hija como si fueran una hermana, una amiga o, incluso, una rival que entra a competir por cuál de las dos tiene el cuerpo codiciado.
Adriana Serebrenik desarrolló el tema del desorden alimentario equiparándolo a uno de los pecados capitales: la gula. Y estoy de acuerdo, porque en la anorexia y, de alguna manera en la bulimia, el sujeto se satisface llenándose con nada, disfruta del hecho de sentirse lleno de nada.
La delgadez, es un verdadero logro en estos tiempos en los que priman el éxito y la figuración, además de ser el mejor alimento para el narcisismo, incrementado por las cirugías plásticas y las dietas, prácticas que ponen en riesgo la salud de aquellas mujeres y hombres que intentan parecerse a las o los modelos de moda.
Para concluir, quiero enfatizar que en la anorexia hay una ausencia importante: la intervención del padre, que es el único que puede marcar un límite en la relación, por demás conflictiva, entre la madre y la hija o el hijo, afectado por este angustiante problema.

Vanidad de vanidades
Quiero volver a recordarles que para el judaísmo, el intelecto y los valores espirituales son tan importantes como las buenas acciones y que, en su esencia, rechaza todo exceso y toda carga de vanidad.
Para reflexionar, les dejo este comienzo del Eclesiastés: (2) “Vanidad de vanidades”, dice Cohelet. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Y dice más adelante: (14) “He visto todas la obras que se hacen bajo el sol, y he aquí que todo es vanidad y un (vano) correr tras el viento”.



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