Comunidades


Periódico Judío Independiente
A casi una década de la debacle económica de 2001
La comunidad judía después de la crisis

Por Giselle Odiz / Comunidades
¿Cómo viven las familias afectadas por la crisis, casi diez años después? ¿Cómo quedó trazado el panorama de la pobreza dentro de la comunidad judía? La pobreza, ¿genera exclusión de las actividades comunitarias? Las principales entidades de ayuda social comparten su panorama.

Una luz de optimismo
La crisis social y económica que estalló en diciembre de 2001 funcionó como una bisagra en la sociedad argentina. Fue de las depresiones económicas que más afectaron a la comunidad judía, generando situaciones de nueva pobreza en numerosas familias.
Sin embargo, más allá de la sensación general, que presume que la pobreza se ha ido profundizando, en los últimos años, se vivió un período de reinserción y de recuperación, en gran parte, alimentado por el trabajo de las instituciones, que han tenido una incesante actividad desde la crisis de 2001-2002.
“Últimamente, la pobreza es menor que en el pico de la crisis. En la década del 90’, 2001 y en 2002, se vivió un pico de exclusión nacional, del cual la comunidad judía no estuvo al margen. Consideremos que gran parte de ella son pequeños comerciantes o profesionales, a quienes la crisis impactó fuertemente. Entre aquellos que perdieron su trabajo, muchos lograron subirse nuevamente al camino”, explica Ruth Kamenszain, Directora de Programas Sociales de Fundación Tzedaká.
Del mismo modo observa la situación Fabián Triskier, Director Asociado para Latinoamérica del Joint Distribution Comitee, ex Director de Programas Sociales de la misma institución. Para él, “correlativamente con la situación del país, en la última década, la situación de algunas familias ha mejorado, así como el contexto nacional ha mejorado.”
Asimismo, Triskier considera que esta crisis vigorizó a las instituciones de ayuda social: “hoy tenemos una comunidad mejor preparada para dar una respuesta integral a las problemáticas sociales, más fortalecida, con una complejidad que antes de 2002 no tenía.”
En el trabajo cotidiano de las entidades, la cantidad de beneficiarios suele ser un parámetro sobre la situación. Triskier da cuenta de que “en 2001/2002, años de pico de la crisis, las instituciones de ayuda social tenían 36mil beneficiados, hoy son 11mil.” El Joint, ante este cambio, ha dejado la ayuda social en manos de las instituciones locales, para concentrarse en otras necesidades comunitarias.
Para Marcela Schilman, Directora de La Fundación de Jabad, la sensación es similar: “la realidad es que la gente está mejor, tenemos muchas menos familias beneficiarias y, prácticamente, no tenemos admisiones nuevas. En la época de mayor complicación, teníamos alrededor de 20 admisiones por mes en todos los centros y ahora tenemos una o dos.”, relata
Mayores y niños, prioridad de las instituciones
A pesar de esta recuperación general, no todos los judíos que sufrieron el impacto de la crisis pudieron reinsertarse. La mayoría de ellos son personas a quienes la crisis “impactó en un momento de su vida de difícil ‘reciclaje’, entre los 40 y los 50 años, una edad a la que no se es grande, pero para el mercado laboral sí, y es difícil volver a conseguir empleo”, explica Ruth Kamenszain.
Marcela Schilman añade que también existen casos de gente que “estaba en el borde, consiguió un trabajo, mejoró un poco, pero ahora, por la inflación o por otros temas coyunturales, está otra vez necesitando un apoyo económico”.
Las instituciones, entonces, apuntan a los hijos de estas familias. Fabián Triskier expone que la población más vulnerable son “los adultos mayores y a las familias con niños pequeños, en especial, aquellas familias monoparentales, sostenidas por madres solas que, en general, tienen trabajos informales”.
Respecto a este tema, el Joint editó en 2008 un informe titulado “Infancias vulnerables: aportes para un debate comunitario”, de Gabriel Kessler. En este documento, se establece que el 30% de los hogares judíos que son beneficiarios de ayuda social son monoparentales.
Es a estos niños a quienes las entidades apuntan: las oportunidades de progreso surgirán en las nuevas generaciones. “El acompañamiento, en este caso, es más largo –explica Triskier- hay que garantizar a los hijos de estas familias la continuidad educativa hasta el nivel terciario o universitario, es la única forma de poder romper el círculo de la pobreza.”
Kamenszain señala que en Tzedaká los chicos también son prioridad: “apostamos fuertemente a sus hijos, porque van a ser ellos, a futuro, quienes, a lo mejor, van a tener que sostener a estos padres”. Aclara, además, que la ayuda a niños y a adolescentes no se centra sólo en una inserción educativa, sino también social: “hay todo un trabajo, desde insertarlos en colonias de vacaciones, kínders, en clubes de la comunidad, que no tiene sólo que ver con que un chico que no pueda irse de vacaciones disfrute de una colonia, sino que se inserte en un marco que le permita vincularse, socializarse, no perder sus raíces.”
En cuanto a los adultos mayores, Schilman explica que “tanto en Jabad como en otras redes, la clave es generar actividades que contrarresten la exclusión. Hace muchos años que tenemos un área de actividades para la tercera edad. Durante 2011, deseamos terminar de poner en marcha un proyecto de acompañantes voluntarios a domicilio, para llegar a un montón de gente que no puede participar de las actividades por problemas de salud.”

¿Exclusión o inclusión?
La pobreza, evidentemente, genera siempre algún tipo de exclusión. La falta de trabajo, la imposibilidad de participar de actividades sociales que cuestan dinero, son algunos factores que hacen que el círculo social de quienes se encuentran en una situación económica desfavorable se vaya cerrando. ¿De qué forma se plasma esta situación en la participación en ámbitos judíos?
Para Schilman, este caso no necesariamente se ve en personas que hayan caído en la extrema pobreza, sino en muchas situaciones de descenso socioeconómico: “La comunidad judía es muy chica y todos nos conocemos. A las familias que hace diez años estaban un poco mejor, llevaban a sus hijos a un colegio privado, iban a un country, ahora les genera vergüenza volver a ver a esa gente con la que compartían la reunión de padres en el shule. Eso también hace que se aíslen de los ámbitos comunitarios.”
Triskier coincide en esta apreciación, señalando que “muchas familias que se fueron empobreciendo en los últimos quince años abandonaron la participación, por no poder afrontar los costos económicos que tiene pertenecer, así como por pensar que iban a ser rechazados.”
Su mirada, sin embargo, describe la faceta opuesta de la situación. Si bien muchas familias se vieron excluidas por motivos económicos, para otras, ser beneficiarios de programas sociales fue un factor que las acercó nuevamente a las instituciones judías.
“Por otro lado – observa - las instituciones han librado estrategias para acercar a la comunidad a estas familias. Los programas sociales fueron una vía para ellos. Hubo una exclusión de tener una vida judía integral, pero también es real que a través de los programas sociales se logró una inclusión que hasta hace una década no existía.”
El estudio sociodemográfico “La Población Judía de Buenos Aires”, publicado por AMIA( tuvo un rol destacado en la ayuda ) y por Joint en 2005, menciona este preconcepto al hablar sobre la disminución de la participación comunitaria: “Una presunción frecuente dentro de los formadores de opinión de la comunidad judía es que la principal razón por la cual las personas no asisten a las organizaciones se vincula con cuestiones económicas. Esta hipótesis queda parcialmente relativizada por el hecho de que el 66% de las personas que nunca asistieron a una organización judía poseen un nivel socioeconómico entre medio y alto.”, se desmitifica.
Tal como se puede apreciar en el gráfico incluido en dicho estudio, que acompaña a esta nota, los niveles de participación en actividades comunitarias son similares en los niveles bajo, medio y alto, a excepción de aquellas familias consideradas en situación “marginal”.
Por otra parte, en el estudio previamente mencionado, “Infancias vulnerables…”, se reflexiona también sobre la inserción comunitaria de los beneficiarios de programas sociales. “La medición de participación recogía la concurrencia a una amplia gama de actividades comunitarias; en muchos casos, organizadas o promovidas por los servicios sociales; por ejemplo, celebración de festividades judías o charlas de Baby Help (N de A: programa de asistencia a madres y niños menores de 3 años, promovido por el Joint) o de otros programas. Así, esta población tiene una significativa relación con las instituciones, pero muy diferente de la tradicional concurrencia a centros socio-deportivos. De hecho, sólo el 9% es socio de dichas instituciones socio-deportivas”.
De este modo, vemos que quienes reciben ayuda social son incluidos en las actividades comunitarias, pero desde otro lugar: desde el espacio de “beneficiarios” que, incluso, puede ser estigmatizante.
La acertada conclusión de este documento llama al debate: “Una vez más, se hace necesario repensar la forma de reinserción institucional de una parte de la población, excluida por motivos económicos”. Una tarea pendiente de la que toda la comunidad judía es responsable, no sólo las instituciones, sino los individuos.


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