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Periódico Judío Independiente
Rebelión en los feudos de Kaddafy
El sindrome de Libia

Por Alejandro Wenger / Comunidades
El coronel Kaddafy tomó el poder en 1969 con el fin de imponer una dictadura comunista en Libia, antigua colonia italiana, mediante un golpe de estado que depuso al rey Idris I, que fuera entronizado a poco de concluida la II Guerra Mundial.
En rigor, Libia es un país inventado: hasta el año 1912 estaba apenas habitado por algunas tribus beduinas que ni siquiera tenían un gobierno en común; más tarde, y hasta los años ’50 inclusive, la población italiana era más numerosa que la autóctona. Sin embargo, Kaddafy se las arregló para mantener un rígido control sobre todo su feudo desde el momento mismo de tomar el poder.
En tanto duró la Guerra Fría, Kaddafy mantuvo una férrea lealtad a la URSS. Libia fue un gran campo de entrenamiento para guerrilleros y terroristas marxistas que provenían de todas partes del mundo; además financió actividades terroristas en Europa y Medio Oriente, apoyó políticamente cuanta iniciativa se formulara en contra de los EE.UU., Israel y diversas naciones occidentales, e incluso permitió el establecimiento permanente de bases militares soviéticas, justamente en el flanco sur de la OTAN. En 1986, una seguidilla de atentados en contra de ciudadanos norteamericanos en Europa precipitó una acción militar punitiva en contra de Libia, por parte de los EE.UU. bajo el gobierno de Reagan. La acción militar, curiosamente, no recibió apoyo europeo, y mereció en cambio la crítica despiadada de parte de varios gobiernos –entre ellos el argentino- que salieron así a respaldar a la dictadura kaddafista de un modo descarado. Sin embargo, el operativo norteamericano fue exitoso: los libios dejaron de atacar objetivos norteamericanos, y Kaddafy pasó a ser una estrella muerta en la gran constelación de dirigentes árabes.

Egipto y Libia.

No fue este el único fracaso de Kaddafy. En los años ’80 intervino con tropas y armamento en apoyo de la facción prosoviética que luchaba por el poder en el Chad; la facción triunfadora fue la contraria. Pero tal vez episodio menos recordado sea aquel en el que intentó desatar una rebelión en Egipto en contra de su entonces presidente, Anwar Sadat.
A comienzos de 1977, Kadaffy, con ayuda de Moscú, instaló en su territorio grandes bases de entrenamiento para la que sería una organización guerrillera que lucharía para derribar al gobierno egipcio. Pocos años antes Sadat se había alejado del gobierno ruso, y Moscú no perdonaba las deserciones. El plan llegó a ser conocido por Israel, a través de sus servicios de inteligencia, dando lugar a una de las jugadas más audaces de su historia. Menajem Beguin, entonces primer ministro de Israel, envió a su canciller Moshé Dayan a contactarse con sus pares en Egipto, país con el que estaba técnicamente en guerra. Sadat creyó en la información israelí, y en julio de 1977 inició una campaña militar, breve pero intensa, que tuvo como objetivo a aquellos campos de entrenamiento en Libia. Los campos fueron destruidos, los “rebeldes” aniquilados, y a partir de allí el presidente Sadat tomó confianza en Israel y realizó, 4 meses más tarde, el histórico viaje a Jerusalem que abrió las puertas al tratado de paz de 1979.
Tras la caída de la URSS, Libia quedó sin patrocinador extranjero, quedando como uno de los pocos estados comunistas remanentes, junto con Cuba y Corea del Norte. A partir de entonces, Kaddafy intentó tibios acercamientos a Occidente; para ello, se valió de las exportaciones petroleras a Europa, y de sus importantes negocios en el Viejo Continente. El intento funcionó a medias, ya que Kaddafy nunca terminó de convencer a Washington.
De cualquier manera, Libia nunca se desvinculó de sus socios más extremistas, tales como Siria e Irán, aunque mantuvo distancia con la red Al Qaeda.

El reguero de pólvora.

La crisis que se extiende por el mundo árabe no dejó a Libia afuera. Se inició con una serie de manifestaciones callejeras en Trípoli y otras ciudades importantes, que desencadenaron la represión por parte de las fuerzas de Kaddafy y la utilización de la fuerza aérea para trasladar importantes contingentes tribales leales al gobierno desde las dunas desérticas del sur de Libia hasta las calles de la capital. Los rebeldes se hicieron rápidamente fuertes en la región oriental del país, igualmente por razones étnicas, y unidades enteras del ejército desertaron y se pusieron del lado de la rebelión.
Las apreciaciones de la prensa occidental acerca de un “rápido triunfo” de la rebelión contra Kaddafy han sido exageradas. Kaddafy, a diferencia de lo ocurrido con Mubarak en Egipto, cuenta con una base de poder tribal irreductible, a la que sólo se podrá doblegar por la fuerza. Controla, en general, a la fuerza aérea y vastos sectores del ejército y fuerzas de seguridad, aunque su número amengua a medida que se extiende la rebelión. Las versiones acerca de la presencia de mercenarios extranjeros a las órdenes de Kaddafy son algo dudosas, aunque se dice que fueron encontrados aviadores sirios tripulando helicópteros de guerra kaddafistas. Sí, en cambio, se sabe que los rebeldes carecen –por ahora- de un comando unificado; se trata de grupos informales, a menudo descoordinados, formados por soldados desertores, civiles armados y voluntarios beduinos (aunque cuenten con equipo pesado, sustraído de los propios arsenales del ejército). También se desconoce su filiación política; aunque la afirmación de Kaddafy de que se trataría de “simpatizantes drogadictos de Al Qaeda”, resulte extravagante, existen informes que señalarían la presencia de seguidores de Bin Laden entre los rebeldes.
La afluencia de beduinos étnicamente afines, provenientes del oeste de Egipto, para reforzar a los rebeldes, fomenta la creencia -ya extendida en los círculos de poder mundiales- de que la rebelión derivará en una prolongada guerra civil, y la posible división de Libia en dos partes: la occidental (Tripolitania), mayormente leal a Kaddafy, y la oriental (Cirenaica), hostil al dictador. La fórmula de la división de una nación poscolonial inventada podría repetirse, eventualmente, en países tales como Irak o Afganistán.
Libia es un gran productor petrolero, y la amenaza que representa una guerra civil para su producción ha hecho subir el precio del barril de crudo. El petróleo, más que cualquier otro factor, es el que puede precipitar alguna clase de intervención extranjera. Los norteamericanos trasladaron barcos de guerra desde el Mar Rojo al Mediterráneo, aunque no se sabe bien con qué propósito: el secretario de defensa Robert Gates ha dejado en claro que no desea un tercer frente en el mundo árabe-islámico. Sí se sabe, en cambio, que fuerzas especiales occidentales están operando en el este de Libia, por lo menos desde el 27 -02, a fin de coordinar a las tropas rebeldes, entrenarlas en el uso del material capturado, y obtener información acerca de lo ocurre sobre el terreno. Por ejemplo, se sabe que en la citada fecha, un barco de guerra británico recaló en el puerto rebelde de Benghazi.
Aunque los norteamericanos sean reluctantes a intervenir, y los europeos no tengan medios para hacerlo, Kaddafy se toma muy en serio dicha posibilidad: al momento de escribirse estas líneas, los militares libios han dispuesto trasladar el grueso de su fuerza aérea a bases situadas lejos de la costa, lo que sugiere que Kaddafy teme que una incursión extranjera inutilice pistas y deje a su aviación varada –o destruida- en tierra. Por otra parte, la táctica empleada por las tropas del gobierno de entrar y salir de las ciudades tomadas por los rebeldes –una medida urgida por la insuficiente cantidad de efectivos- permite a estos últimos declamar que “controlan” dichos enclaves, pero les impide ejecutar tácticas de guerrilla potencialmente eficaces.


Conclusiones.

Una intervención extranjera que tan sólo se limite a lograr coordinación entre los rebeldes, proveerles de combustible y municiones, y que pudiera anular, o cuanto menos limitar, la superioridad aérea del régimen de Kaddafy, tendría en sus manos la llave de la victoria. Pero entre tanto esto no ocurra, el equilibrio de fuerzas llevará inevitablemente a un impasse.
De cualquier manera, el síndrome de Libia podrá parecer un mero fuego de artificio, si el reguero de pólvora de la rebelión árabe se extiende al Golfo Pérsico, sitio en donde se encuentran las mayores reservas petroleras mundiales. Una crisis que afecte al Golfo causaría una recesión mundial de la que no saldría indemne ni siquiera la sólida economía china. Un conato de rebelión ya se ha iniciado, al momento de escribirse estas líneas, en Bahrein, Omán y Yemen.
Si llegara a extenderse, en particular en Arabia Saudita, un nuevo capítulo en la Historia Mundial empezaría a escribirse.

Número 497
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