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Periódico Judío Independiente
La televisión: exhibicionismo - voyerismo.
Ultraje al pudor

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Vivimos en un mundo donde la imagen prima por sobre todas las cosas. La televisión es el medio donde lo podemos comprobar con más claridad aunque no sea la única vía porque también está el cine, aunque su propuesta es diferente desde el momento en que abre un espacio especial, tanto para la creación como para el pensamiento.
Antes de abocarme a la televisión que no es buena ni mala en sí misma porque de lo que se trata es del contenido, quiero destacar la cuestión generacional porque hay una generación de la escucha y otra de la imagen. Por ejemplo: en la Segunda Guerra Mundial, el llamado para alistarse en el ejército, la propaganda, se hizo mayormente por la radio. No debemos olvidar que hubo una generación completa que se manejó, durante años, con ese medio, que entendía el mensaje, que estaba preparada para escuchar.
En los últimos tiempos, la gente ha sido preparada más para ver y no para escuchar.
En la Argentina, como en otros países, un número importante de televidentes, enciende su ojo hacia aquellos programas que proponen el exhibicionismo de unos pocos y el voyerismo de la mayoría, sin pretensiones de ver nada que los mejore como personas, menos aún que los enriquezca culturalmente. Es que hasta podríamos decir que se trata de rechazar toda cultura, palabra que proviene de culto, tomada del latín “cultivar, cuidar, practicar, honrar”. Por otra parte, en estos días en los que parece no haber otra cosa que lo actual, y que la televisión se encarga de enfatizarlo, se hace difícil ahondar en la reflexión. Además, la imagen, por su poder cautivante, produce una cierta parálisis como la que sufre un hipnotizado pero, al mismo tiempo, le da la posibilidad de intervenir espiando y lo que se espía es lo sexual.
S Freud, nos enseña al estudiar las perversiones, que el instinto sexual tiene que luchar contra determinados poderes psíquicos que se le oponen en calidad de resistencia: el pudor y la repugnancia. Aparece, pues, justificada la sospecha de que estos poderes participan en la labor de mantener el instinto dentro de los límites de lo considerado como normal. Freud destaca la importancia de ciertos diques anímicos contra las extralimitaciones sexuales, que son, como mencioné anteriormente: el pudor, la repugnancia más la compasión y el respeto por el otro, la moral y el respeto por la autoridad. Todas estas barreras son tiradas abajo por los conductores de algunos programas de más rating, programas que cuentan con la complicidad de la gente incapaz de decir No, de decir “basta”.
Es interesante señalar que antes había un límite para ver televisión desde el punto blanco que aparecía luego de la señal de ajuste, un instante después del mensaje del cura. ¿Quién no se quedó alguna vez a escuchar el sermón del cura y cuántas veces nos sorprendimos, con agrado, al escuchar el mensaje del rabino? Sin embargo, para finalizar, venía el punto blanco, de fondo negro, que decía "todo terminó", “hasta mañana”. Era el momento de concluir, el momento de corte que habría a la posibilidad de volver a empezar al otro día. Hoy esto ya no ocurre. La televisión es eterna, continua, siempre está. Ni hablar de los niños que tenían su horario para ver la televisión porque estaban los dibujitos. A las madres, que antes les resultaba difícil negarse a que los chicos vieran los dibujitos en el tiempo asignado para ellos, hoy eso sería más difícil porque los dibujitos, también son eternos.
¿Cómo proceder? ¿Hay alguna salida?
Todo esto dependerá de la situación del sujeto con el mundo simbólico y este mundo no es otro que el de la palabra. Siempre que sigamos hablando de estos y otros temas, siempre que la palabra circule, habrá una salida.
En los tiempos actuales, en que el pensamiento parece verse cada vez más arrinconado desde todos los flancos, cobra sentido la importancia de la palabra, El ataque al pensamiento, que se observa en la televisión, se comprueba día a día en la exaltación de lo grotesco, lo superficial, incluso el engaño, como una característica que merece tener reconocimiento social y que se propone como un modelo posible de relación social. Eso lo vemos también en la permanente agresión verbal entre los participantes, insultos, burlas y comentarios de pésimo gusto, que distan mucho de ser una propuesta enriquecedora en algún sentido.
Pero lo cierto es que este tipo de programas se venden y, parece ser, es lo único que importa. Generan enormes ingresos económicos a un reducido grupo, en sociedades que, como la nuestra, se debate entre la violencia, la miseria y la falta de educación. En busca de soluciones fáciles y poco exigentes, no se hace más que recrear aquella antigua imagen de la serpiente que se muerde la cola, construyendo sociedades en las que cada vez es más lejana la recreación creativa de la existencia y más fuerte el influjo de las pasiones destructivas que se pretenden ocultar bajo el manto de la euforia permanente. Lo podemos comprobar, si se lo soporta, en “Bailando por un sueño” y en los programas que repiten sus excesos como “Animales sueltos”, “RSM”, “Infama”, “Viviana Canosa” y otros.
Hay un dicho sefaradí que dice “Donde hay demasiado, algo falta”. Y en este caso, lo que falta son principios, el respeto por la mujer, constantemente denigrada, la valoración y respeto por la sexualidad tanto del hombre como de la mujer y, en definitiva, el amor por la vida.
El embotamiento del pensamiento que este tipo de programas y gran parte de la estructura de los medios de comunicación genera en la gente, la ubica cada vez más ajena a la posibilidad de pensar y del análisis del propio entorno. Estos programas, producen además, una fuga de ideas a causa del flujo ininterrumpido de un lenguaje acelerado, con cambios bruscos de un tema a otro. Cuando la fuga de ideas es grave, hasta el lenguaje puede volverse desorganizado e incoherente.
Lo que sucede es que la imagen, tiene el poder de fascinar. Cautivos de la misma, paraliza y dificulta que uno se pueda apartar de lo que ofrece.
Sin duda, lo que se nos muestra es algo que atrapa nuestra mirada, y eso lo logran estos programas en donde se exhiben, casi sin velos, las más variadas formas de lo obsceno. El éxito de esta oferta mediática pasa por haber violado el pudor de quienes la miran. Pero, no es sólo la desnudez, sino la violación de la intimidad, de quedar el sujeto a merced del otro.
La escena muestra, en su exhibicionismo, cómo se puede ser capturado por la voluntad del otro. Despojado de la propia subjetividad, el sujeto queda a merced de otro que lo deja indefenso.
Los últimos días, pude ver no sólo bailarinas que lucen su desnudez como si no tuvieran nada que mostrar sino que escuché tal cantidad de peleas, discusiones cargadas de violencia y palabras denigratorias del otro, que recordé esta enseñanza del Talmud: “Al principio nuestras pasiones son como viajeros que hacen una breve estadía; después se convierten en invitados que nos visitan con frecuencia. Después se convierten en tiranos que nos mantienen en su poder”.
Para concluir, les cito una frase referida a la violencia verbal, que nunca deberíamos olvidar, sobre todo por aquellos que merecen y necesitan de nuestro afecto: “Palabra y piedras lanzadas, no retroceden”.


Número 495
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