En “Los Gauchos Judíos”, Alberto Gerchunoff escribió en “Buenos Aires, año del primer Centenario Argentino” a sus “hermanos de las colonias y de las ciudades”:
“ ….. Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas, cautivos redimidos, arrodillémonos, y bajo sus pliegues enormes (de la bandera), junto con los coros enjoyados de luz, digamos el cántico de los cánticos, que comienza así: Oíd mortales…”
Y, más adelante, reflexiona:
“Yo quiero creer… que… los hijos de mis hijos podrán oír en el segundo centenario de la República, el elogio de próceres hebreos, hecho después del católico Tedeum, bajo las bóvedas santas de la catedral…”
Desde entonces hasta su muerte en 1950, año del Libertador General San Martín, cuatro décadas habían pasado, el período más nefasto de la Historia del Pueblo de Israel castigado por el nazismo en Europa y que Gerchunoff pudo vivenciar en los esbirros locales de esa delirante irracionalidad, que desgarró con viejas y nuevas torturas a un tercio del pueblo judío, finalmente derrotada por las fuerzas del bien y con el revivir soberano del pueblo judío en su tierra ancestral.
En la Catedral, en el Bicentenario Argentino y bajo sus bóvedas santas, no hubo elogios de próceres hebreos después del Tedeum, aunque existe, en un muro lateral, un pequeño recordatorio en homenaje a las victimas del Shoah, imposible de ser siquiera imaginado en 1910.
Y así llegamos al segundo centenario de la República y “el mundo sigue andando” como diría Israel Zeitlin (César Tiempo) otro grande de la literatura judeoargentina.
Confíemos que el “shir hashirim” (cánticos de los cánticos) y el “ani maamin” (yo creo) de Don Alberto Guerchunoff sean realidades antes del Tricentenario Argentino.
Mario Czemerinski
Cap. Fed.
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