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Periódico Judío Independiente
Enfrentemos la confusión a través de la educación judía
Por Yerahmiel Barylka ,desde Jerusalem
La globalización y, con ella, la "democratización" de la información, además de no garantizar el acceso a ella por todos, ricos y pobres por igual, tampoco garantiza la calidad de la educación que recibiremos nosotros y nuestros hijos. Sobre todo si apuntamos a una educación trascendente, una educación judía, que nos haga seguir siendo parte de una cadena milenaria. Una cadena que no se corte en el próximo sitio de Internet.

"Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblarán, no temas, que no te avergonzarás, ni te sonrojes, que no quedarás confundida..." Isaías 54:2

Probablemente, en pocos años, el mundo globalizado, se hará menor aún. Los modelos de transmisión de información y de conocimiento seguirán desarrollándose sin que nadie pueda prever la dirección de la vorágine que ha demostrado no tener límites en su corriente. Tampoco hoy podemos saber si el proceso de mundialización, llegará a ser reversible, tal como opina más de un pensador europeo, y si ello sucediere, cuál será la dirección de esa reversión en el proceso de integración cosmopolita.

Quienes utópicamente supusieron que tener al alcance del ratón del ordenador todos los datos, serviría para lograr mejores ciudadanos, o personas más informadas, más cultas, más universales, se equivocaron.

La destreza y la velocidad para acceder a los depósitos del conocimiento tampoco logran mejores profesionales, ni siquiera logran que sus salarios sean considerablemente mejores.

No mucho mayor fue el error de esos profetas que el de quienes supusieron que los valores que no se dan en el hogar serán recibidos en la calle. O el de quienes imaginaron sinceramente, que con la sola transmisión de mensajes deshilachados y desestructurados en el seno del espacio del 'abuelo' o en la gastronomía de la cocinera de la 'abuela', se lograría la anhelada continuidad.

La condición esencial para una apertura a un mundo ilimitado se encuentra en la profundidad y en la fortaleza de las propias convicciones. También si se es judío. Esencialmente si se es judío.

Un edificio de débiles paredes caerá en el primer temblor aun cuando sea de la mínima escala de Richter, se desarmará con pocos centímetros de agua en día de lluvia, volará por los aires al son el viento que se filtre por sus rendijas.


DE CAMPAMENTO
Quien acampa al aire libre, sabe que si se anuncia tormenta debe extender las lonas de la tienda de campaña, clavar muy fuertemente las estacas y asegurar los "vientos". Y esa carpa, resistirá. Y saldrá el sol después de la tempestad y seguirá disponible para gozar de la vida.

Pero, salir al campo sin las habilidades y armar el espacio sin proyecto, destruye las mejores intenciones.

Además, acampar con ventiladores o aire acondicionado conectados a las baterías del auto, para estar igual que si estuvieran en sus ciudades, en sus fortalezas, tampoco tiene demasiada gracia.

En los pasillos de la nada, no hay ollas que cocinen los viejos manjares si uno no pone los ingredientes, ni quien toque la música si uno no pinta las notas en el pentagrama y sus claves, ni quien recite las poesías en el idioma que desconoce.

No hay ilusiones. Nadie debe intentar ilusionarse sobre el milagro que los niños y los jóvenes reciban por ósmosis de la nada, lo que no se les provee. No se alimentan con comida virtual, ni pueden llenar sus pulmones con oxígeno sobreentendido. Sus células judías podrán crecer y reproducirse si se les nutre con la savia del conocimiento judío totalizador. Sólo así. Y necesitarán de muchos esfuerzos en su confrontación con los vientos de afuera, de muchos refuerzos que si no se comienzan a establecer en los primeros pasos, los de los cimientos de la personalidad, de la vida, después se verán en muchos casos como soportes antiestéticos, y en otros, como remiendos para evitar las goteras que terminarán filtrándose.

Ya vimos, y vemos los resultados de la desidia. Ya pagamos un precio demasiado alto y las cuotas siguen fijas, y los intereses crecen. Pero, no tenemos con qué pagar. Estamos literalmente en la quiebra. En la fractura de valores.

El pueblo judío se reduce corroído por la asimilación a la entelequia, por el socavamiento de su propia esencia. Por una mala lectura de líderes miopes, por resbalosos intentos de ignaros por extender y reproducir su propio oscurantismo. Por el temor de asumir actitudes consecuentes con sus raíces prefiriendo cambiar la vida por la vivencia superficial, la esencia por la frivolidad, la educación verdadera por el parloteo.

En los países de la dispersión, la calle no es judía, ni la radio, ni la TV, ni los feriados, ni el idioma, ni las bendiciones, ni las maldiciones, ni los carteles. No lo son los olores ni los sabores. Los nombres de las calles no recuerdan y no representan la historia personal. Los conflictos no son ni pueden ser totalizadores. La prensa y los medios ven al judío a partir de prismas ajenos. Ni buenos ni malos, simplemente imposibles de ser totalizadores. A veces gentiles, muchas más, agresivamente, acomodando y justificando el ser distintos, renunciando al derecho a ser uno, para a partir de sí, tener los mismos derechos.


ABRIR PUERTAS, CERRAR GRIETAS
La renuncia a sí, no da derechos. Mutila. Castra. Transforma en cero a la personalidad. Deja en posición ridícula a quienes usan lejía para intentar cambiar el color de su piel.

No se pueden abrir las ventanas con la intención de ventilar la casa rompiendo sus bordes hasta corroer las paredes. Tampoco es inteligente abrirlas para permitir la entrada de los olores de la curtiembre de junto. El Talmud definía el concepto "puerta" diferenciándola de "grieta", por el tamaño, por la forma. La puerta indica posibilidad de apertura, la grieta anuncia el derrumbe. Para construir una puerta, se necesitan paredes. Las fisuras no se construyen, son fruto de errores de planeamiento o del uso de pésimos materiales en la construcción y de la falta de refuerzos.

Es necesario conocer los principios de la fe judía, de la vida normada por la tradición milenaria. La esencia del calostro no se mantiene con la leche artificial, ni se hereda en los genes. Hay que conocer la Torá escrita y la tradición oral y su exégesis. Se debe poder hablar hebreo y las lenguas judías, y comprender los fenómenos históricos, para lograr la identificación total con el renacimiento de la entidad surgida en la Tierra de Israel.

El derecho hebreo no está reñido con el napoleónico, tal como Iehuda Halevi u otro Iehuda, el recién fallecido Amijai, no excluyen la posibilidad de leer a Dante, ni a Amado Nervo. Tal como conocer a Maimónides no excluye a Kant, ni a Platón, ni los relatos jasídicos impiden la lectura de la poesía moderna. Ni tener modo de recorrer los vericuetos del Shulján Aruj, impiden saber el preámbulo de la Constitución.

Quien no conoce el Sidur, el devocionario de hojas arrugadas por lágrimas de siglos, y no puede seguir las plegarias comunales, se excluye de la posibilidad de integrarse a ese colectivo que tiene su sitio en los espacios de oración.

La sabiduría de un pueblo es fruto de procesos que se extienden a través de siglos y que sobreviven los intentos de los expertos para competir con ella y ganarle. El triunfo de los enemigos se logra con el aniquilamiento de esa sabiduría. Sólo los suicidas abaten en su patología el impulso de la vida.

Los mensajes de los profetas bíblicos no deben excluirse para entender a los revolucionarios del siglo pasado o del antepasado. Son, sin duda, más trascendentes que las frases de los pensadores palaciegos preferidos por la prensa y citados hasta el cansancio por los adolescentes de pensamiento. También para quienes no comparten la tradición y que hicieron de su lectura parte de su ritual vital. Ningún profeta bíblico sirvió a los centros del poder terrenal ni a los gobiernos de turno, ni se preocupó por lograr altos índices de audiencia bajando el nivel de sus reclamos.

Con la literatura y el pensamiento judíos se puede construir esa tienda de campaña, formada por innúmeros elementos. Minuciosos componentes. Resistentes al tiempo. Permeables y duraderos. Con la historia. Con las normas. Con la tradición y el folklore. Con la alegría colectiva y la responsabilidad. Una carpa que debe durar hasta el establecimiento del Hogar en su ubicación definitiva.

A falta de hogar judío y como complemento imprescindible de él, el niño debe desde su más temprana edad formarse en una escuela judía. Que sea integral. En el sentido que pueda integrar el conocimiento y la vida judía con lo moderno y con lo post-moderno. Que no se mutile en su programa de los verdaderos valores. Que tenga una programación curricular que conceda los elementos para seguir estudiando y profundizando. Que estimule el amor del estudio incluso por el estudio mismo. Que motive a tener una biblioteca judía en el hogar y convertir la residencia en casa de reunión de estudiosos. Que elija a sus docentes entre quienes con su conducta sean consecuentes con lo que enseñan. Que sea integrativa. Ejemplar. Paradigma y modelo. Sin falsificaciones, adulteraciones ni engaños. Sin desnaturalizaciones ni imitaciones. Auténtica. Sin renunciar al esfuerzo. Que contribuya al diálogo de la javruta. Que no tema exigir a los padres coordinación y complemento. Formación y estudio en paralelo. Que tenga claro cuál es el alumno que quiere salga de sus filas. Que lo imagine a 20 años después de su graduación. Cuando haya olvidado gran parte de lo aprendido y le quede la comprensión y el discernimiento entre lo santo y lo profano.

Capacitado para seguir las huellas del conocimiento. Transitando por la senda de sus padres, con botas nuevas, a su propio ritmo, mejor que el de sus padres, cuando arme su propia tienda de campaña o ya esté preparado para construir su hogar en suelo firme.

Con estacas fuertes, amarrado a sí mismo y a su propio destino.



¿Y ud. que opina ? Escribanos a periodicocomunidades@gmail.com



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