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Reflexiones acerca del duelo
Entre el dolor y el deseo de vivir

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y Escritora
Ponerle palabras al duelo es como intentar llenar un agujero en el tiempo. Teniendo en cuenta esto, podemos empezar por buscar en el diccionario. Duelo, etimológicamente, significa desafío, combate. Concretamente, del latín, duellum, es guerra. Sólo al final indica: ver dolor.
Busco el significado de dolor, quizás para no sentir dolor, para tomar distancia del dolor, pero lo cierto es que en relación a la palabra dolor, aparece con todas las letras: duelo.
En la Síntesis del Shuljan Aruj, Quinta Parte, donde se refiere a “Nuestros deberes frente a la familia”, encontramos una explicación acerca del duelo y de la actitud a asumir, según los preceptos judíos, en esa situación de pérdida de un ser querido. A mi parecer, los rabinos y estudiosos de la ley, son los autorizados para desarrollarlo.
Es importante considerar lo que pone en juego, lo que mueve en una persona, la pérdida de un ser querido. Esa pérdida descubre que no sólo se pierde a alguien valioso para nuestros afectos sino que descubre que se trata, también, de la pérdida de ser querido, acariciado, cuidado, por esa persona.
Sigmund Freud dice que el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada y, que a partir de no tenerla, manifiesta la pérdida del interés por el mundo exterior - en todo lo que no recuerde al muerto -, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor - en reemplazo, se diría, del llorado -, el distanciamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto. Esta inhibición, este angostamiento del yo, expresan una entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses.
El duelo es como un agujero en lo real que moviliza todo el orden simbólico.
En la clínica, suelen presentarse situaciones desestructurantes tales como fenómenos psicosomáticos, anorexia, depresión, fenómenos que se producen cuando la persona afectada por esta pérdida, la rechaza o incluso la niega.
Para poder estar de duelo, es necesario aceptar que algo importante se ha perdido; nunca renegar de ello.
Los ritos funerarios, la importancia de la sepultura, en todas las civilizaciones, son una de las maneras que tienen los deudos para aceptar la muerte.

No se trata únicamente de saber a quién se perdió sino lo que se perdió.

Sin llegar a la situación de la muerte, hay otras realidades que son vividas como si lo fueran.
Adriana Serebrenik, en sus notas para Comunidades, supo desarrollar en profundidad, innumerables situaciones que pueden desencadenar reacciones similares a las del duelo por la muerte de un ser querido pero que no alcanzan esa magnitud. Están marcadas por el temor por lo que va a suceder, por lo incognoscible del destino.
A veces surge este sentimiento penoso, cuando, por ejemplo, un hijo parte hacia otro lugar para iniciar una vida que, se supone, va a ser mejor. Adriana Serebrenik nos muestra que los padres que sienten esta mezcla de emociones frente a las despedidas, no son los únicos profundamente angustiados, los hijos también lo están.
La culpa por dejar a quienes más aman en el momento que comenzarán a vivir con mayor endeblez, el dolor de las distancias. Saber que si alguno de los padres se enferma, no va a ser sencillo ir a cuidarlos, les muerde la espalda.
”Despedirse de paraísos privados que se pierden, decir adiós a paraísos perdidos que se añoran. Ningún destino remite el mejor de los mundos posibles, porque el paraíso terrenal, donde se satisfacen todos los deseos, donde la completud es tangible, es una ilusión” Son las justas palabras de Serebrenik.
Hay dolor por la separación pero al reconocer que es una apuesta a un futuro mejor, el dolor se atenúa.
En el Génesis, después de haber probado, “sabido” del fruto del árbol prohibido, D’’s condena a Eva con la sentencia: “con dolor parirás a tus hijos”. Sin embargo, Rachi, (1040-1105), exégeta bíblico y comentarista del Talmud, aclara que la traducción correcta de ese versículo es “parirás con pena”, la pena de la separación.
La pena por la separación de los hijos no es el único motivo para que surja ese vacío al que me referí con anterioridad. Hay otros acontecimientos que tienen que ver con la vida pero que conllevan la misma sensación de duelo, como por ejemplo la menopausia en las mujeres.
Es decir, si bien en el duelo hay pesar, hay aflicción, es al mismo tiempo un desafío y una apuesta a la vida.
En Deuteronomio 30, en Palabras, en el versículo 19, está escrito: "...La vida y la muerte puse ante vosotros, la bendición y la maldición. Tú escogerás la vida, para que vivas tú y tú simiente...".
Y son los padres los que transmiten el deseo vivir, única vía de asegurar la perdurabilidad de su obra.
Quiero concluir con esta frase del Talmud: “No encontré el mundo desierto cuando vine a él: mis padres plantaron para mí antes que yo naciera. Yo plantaré para los que vengan detrás de mí”.


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