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La DAIA se acobarda, otra vez
Por Julián Schvindlerman/ Analista político internacional
La República Argentina acaba de cumplir doscientos años de vida nacional independiente y la comunidad judía se ausentó de los festejos. Fue la única entre ochenta colectividades invitadas a desfilar en tributo a la ocasión que eligió no participar. Esto ha marcado un precedente lamentable para la historia comunitaria nacional y para las relaciones de los judíos con el resto de sus compatriotas.

De lo que puede reconstruirse del registro de acusaciones de la calle judía, defensas dirigenciales, emails aclaratorios, diálogos personales y entrevistas publicadas, emerge en el mejor de los casos un escenario de confusión; en el peor, de cobardía. En respuesta a la pregunta de una pariente preocupada, una mujer relacionada a la dirigencia afirmó en un email que pidió sea enviado a todos los contactos de ésta, que fueron convocadas las colectividades extranjeras, no religiosas, y por ende no cabía participación alguna. A un colega periodista, dirigentes de la DAIA le aseguraron que ante la cantidad de escuelas que querían participar, optaron por descartar a todas para no dar preferencia a ninguna. En una entrevista con Radio Jai, el presidente de la DAIA, Aldo Donzis, dijo que la carta oficial de invitación arribó tardíamente, limitando así las posibilidades de organización. Abraham Schwartz, representante del Consejo de Colectividades, llamó a Radio Jai para desmentir a Donzis y afirmó que el DAC (ente responsable de la seguridad comunitaria, dependiente de la DAIA) envió cartas a la red escolar judía instando a la no-participación invocando cuestiones de seguridad. De modo similar, luego de escuchar las declaraciones del titular de la DAIA, el periodista de investigación Ariel Said dijo a Radio Jai “es mentira que no se avisó”.

Ante una dirigencia que se contradice a sí misma y que motiva reacciones indignadas de figuras involucradas, resulta claro que alguien no está siendo del todo franco. Si efectivamente la dirigencia política de la comunidad judeo-argentina decidió excluir a la judería de los festejos bicentenarios por razones de seguridad pública, entonces ello marcaría un grave desacierto por el que alguien debería responder. Ante el precedente de agresiones físicas contra judíos que celebraban un pasado aniversario del Estado de Israel en la vía pública, y ante la intimidación a la que fue sujeto un grupo de jóvenes judíos que intentó manifestarse pacíficamente frente a la embajada iraní, la preocupación no estaría fuera de lugar. Pero ¿es ceder el espacio público ante los fanáticos la respuesta correcta? ¿Es conceder la victoria a patoteros armados con palos y disfrazados de fedayin la actitud valiente? ¿Es sabio dar el mensaje a los antisemitas que están detrás de estas provocaciones que apenas unas docenas de matones pueden amedrentar a una colectividad de doscientas mil almas?

En rigor, a quienes amedrentan no es a los doscientos mil judíos que conforman esta vibrante comunidad, sino a la decena de lúcidos líderes comunitarios que deciden por todos los demás. A quienes atemorizan es a individuos que necesitan de asesores de imagen que les digan que deben ellos hacer como dirigentes políticos. A quienes acobardan es a personas escandalosamente inadecuadas para afrontar la misión a la que voluntariamente se ofertaron. Bajar la cabeza no es una respuesta digna, ni inteligente. Se debe exponer a los extremistas en lugar de ocultar a los judíos.

Pero esto es mucho pedir a una dirigencia que, cuando Israel estaba bajo el fuego del Hamas y sometida a un linchamiento mediático espectacular en enero de 2009, es decir, en tiempos en los que Israel más necesitaba del respaldo de la diáspora hebrea, decidió no salir a la calle a expresar su apoyo a la nación asediada, y la que, eligiendo desoír los pedidos del embajador israelí, organizó un acto a puertas cerradas dentro del edificio de la AMIA. Es una dirigencia que, cuando finalmente y ante la protesta comunitaria, llamó a un acto público, lo hizo con excesiva demora, cuando la tempestad ya había menguado, y aún así convocó “por la paz y contra el terror” dejando por completo fuera de la consiga la palabra “Israel”. La nuestra es una dirigencia de ilustres despistados que se refugia en la comodidad del acto de Iom Hashoá para mostrar a la sociedad su fidelidad a la causa judía y que justifica su existencia ante la profanación de tumbas hebreas perpetrada por un par de infradotados. Al verdadero desafío de nuestros tiempos le es indiferente.

Es todo un símbolo ver a nuestros distinguidos representantes elevar sus copas de champagne en el Hotel Alvear cada aniversario de Israel al brindar por la salud del estado judío mientas puertas afuera rehuyen de la tarea. Como ya será legendario recordar a un engalanado Aldo Donzis dentro del Teatro Colón celebrando el bicentenario patrio mientras afuera la comunidad judía quedaba excluida del desfile de colectividades por decisión de la institución que él preside.

Número 481
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